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Columnistas
28/05/2023

Cuando pase el temblor: la descomposición del sistema monetario y financiero internacional

Cuando pase el temblor: la descomposición del sistema monetario y financiero internacional | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Una nueva crisis financiera, en el contexto de una guerra en Europa y un realineamiento geopolítico en Medio Oriente, el sur de Asia y África, abriría de par en par la caja de Pandora del derrumbe del sistema internacional nacido del fin de los acuerdos de Breton Woods.

Gustavo Crisafulli *

Atrapados en la casi eterna “restricción externa”, con “el cuchillo en el cuello” de la deuda con el FMI y discutiendo otra vez nuestras fantasías dolarizadoras, el debate de la economía política en la Argentina está ensimismado en su torturante maceta mientras, afuera, el mundo vive los temblores del sistema internacional en el que estuvimos inmersos en los últimos cuarenta años.

Entre el jueves 9 y el miércoles 15 de marzo de 2023, los bancos pidieron a la Reserva Federal estadounidense (FED) 164.800 millones de dólares, una cantidad superior a la cifra record de 111.000 millones registrada a fines de septiembre de 2008, durante la caída de Lehman Brothers y el comienzo de aquella crisis.

La semana siguiente la FED activó el mecanismo que ya había utilizado en 2008 para dotar de liquidez a los bancos. J.P.Morgan calculó que hasta ahora se han ido por ese tubo más de 250 mil millones de dólares.

Ello no impidió la caída del SVB, el Silvergate Bank, el Signature Bank y el Crédit Suisse en marzo y el First Republic en abril, mientras que en mayo, el Western Alliance, el PacWest y otra decena de bancos regionales estadounidenses caminan por la cornisa.

Cuando los líderes de EE.UU. y Europa nos dicen “tranquilos, todo está bien” es hora de ponerse los cinturones de seguridad.

Una nueva crisis financiera, en el contexto de una guerra en Europa y un realineamiento geopolítico en Medio Oriente, el sur de Asia y África, abriría de par en par la caja de Pandora del derrumbe del sistema internacional nacido del fin de los acuerdos de Breton Woods.

Al final de la II Guerra Mundial, 44 naciones se reunieron en Breton Woods, en New Hampshire, con fin de establecer las reglas para el comercio y las finanzas del mundo de posguerra. Se estableció al dólar estadounidense como unidad de cuenta y de reserva en el comercio y las finanzas internacionales y se restableció el patrón oro. A la par se crearon las instituciones reguladoras: el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.

Durante un cuarto de siglo se mantuvo una paridad de 25 dólares x onza de oro para las transacciones internacionales.

En agosto de 1971, en el marco de la guerra en Vietnam, el aumento de la inflación, la aparición de un creciente déficit comercial y la disminución de las reservas de oro en EE.UU., el gobierno de Richard Nixon tomó unilateralmente la decisión de cancelar la convertibilidad del dólar al oro.

En los hechos, fue el fin de Breton Woods y el dólar se convirtió en una moneda fiat(que en latín significa “que así sea”, es decir que existe porque un gobierno así lo define y es inconvertible).

La fortaleza de la economía estadounidense y su dominio político del resto de los polos capitalistas (Europa occidental y Japón) permitió al dólar continuar siendo la moneda de referencia, medida de valor, instrumento de intercambio, medio de pago y reserva de riqueza.

Es lo que Peter Gowan llamó el “Régimen Dólar-Wall Street” en su notable libro The Global Gamble, en 1999.

EE.UU. logró un margen de maniobra extraordinario dado que más de la mitad del comercio internacional se efectuaba (y se efectúa aún) en dólares.

Por un lado, significa que en algún momento la mayor parte de las transacciones comerciales internacionales pasan por un banco estadounidense (o por sus subsidiarios y socios británicos).

Por otro, que es la única nación del planeta que puede pagar sus deudas con su propia moneda, con lo que puede sostener enormes déficits comerciales.

Para las empresas estadounidenses existe, además, la ventaja de no tener el riesgo de la tasa de cambio (la relación de valor entre la moneda nacional y la de referencia).

Estas condiciones permitieron la expansión del sistema financiero estadounidense y su globalización desde el gobierno del presidente Clinton en la década de 1990.

La mayoría de los estados y las empresas adoptaron al dólar como la moneda de sus reservas monetarias y las ubicaron en el sistema financiero de Wall Street y en los Bonos de largo plazo del Tesoro estadounidense.

Bajo el keynesiano modelo de Breton Woods, la estabilidad monetaria de las naciones estaba estrechamente atada a su balanza comercial y las políticas del FMI. Desde la década de 1980 se agregó un actor nuevo y más poderoso: el mercado financiero privado, dominado por Wall Street y la City londinense.

El tamaño y la extensión del mercado financiero estadounidense tenían un efecto de feed backcon el dólar como moneda dominante en el comercio internacional.

Pero entrado el nuevo siglo, las cosas comenzaron lentamente a cambiar. El desarrollo industrial primero y la innovación tecnológica después, fueron pasando al sudeste de Asia, China y la India.

La crisis financiera de 2008/10 y el hecho de que China no cediera a las multinacionales occidentales una apertura sin controles de su economía, puso freno a la ola globalizadora nacida a fines del siglo XX.

La adición del Renmimbi chino (el yuan es su unidad básica y nombre por el que también se conoce a la moneda) a la canasta de monedas de los Derechos Especiales de Giro del FMI, en 2016, fue una temprana señal de que algo comenzaba a cambiar.

Pero fueron los propios EE.UU. los que, como en la década de 1970, golpearon la línea de flotación del sistema que ellos mismos habían impuesto.

Ante el avance de las economías emergentes y sus fracasos militares en Medio Oriente y Asia Central, iniciaron una política de “contención” y luego una “guerra híbrida” contra China y la Federación Rusa.

Las sanciones unilaterales y el “desacople” con China han sido la constante de la política estadounidense desde la presidencia de Donald Trump.

Se estima que casi un cuarto de las naciones del mundo y un tercio de la economía están hoy sujetas a sanciones occidentales

Especialmente graves han sido las impuestas a Rusia tras su invasión a Ucrania. Produjeron una alteración severa de los mercados globales de energía y alimentos y empujaron a una estrecha alianza estratégica a Moscú y Beijing.

En particular la exclusión de la Federación Rusa del SWIFT (Sociedad para la Comunicaciones Interbancarias y Financieras Mundiales, que regula las transferencias de dinero a través de las fronteras) y la incautación de las reservas de divisas y oro rusos depositadas en bancos occidentales, por más de 300 mil millones de dólares, constituyen un golpe de imprevisibles consecuencias al sistema financiero internacional.

La nueva ronda de sanciones a Rusia y de amenazas a China, acordadas no sin tensiones en la reunión del G7 en Hiroshima el 20 y 21 de mayo últimos, no hace más que verter nafta a la hoguera.

La confianza en la estabilidad se ha derrumbado. Todas las naciones tomaron debida nota de que el régimen del “Dólar-Wall Street” se ha convertido en un arma de los EE.UU. contra sus adversarios económicos y políticos, una categoría en movimiento en la que cualquiera puede caer

El resultado a la vista es el comienzo paulatino pero firme de la “desdolarización” del comercio internacional.

Las reservas globales en dólares estadounidenses eran el 73% en 2001, el 55% en 2021 y en torno al 47% en 2022, básicamente por la diversificación de carteras de reservas de China, las monarquías del Golfo Pérsico y la Asociación de Naciones de Asia Sudoriental (ASEAN).

Los acuerdos comerciales bilaterales en monedas locales crecen en Asia, Medio Oriente y América Latina.

Los temblores continuarán al menos por un lustro según casi todos los analistas.

Nuestra vieja “amiga” Christine Lagarde, ahora Presidenta del Banco Central Europeo, el 17 de abril de 2023 en su discurso en el Consejo de Relaciones Exteriores, en New York, recordando con nostalgia los años noventa, advirtió que:

Estamos presenciando una fragmentación de la economía global en bloques que compiten, y cada bloque intenta acercar la mayor parte del resto del mundo a sus respectivos intereses estratégicos y valores compartidos”.

Más que un diagnóstico es un deseo: volver a un mundo bipolar. Deseo que, al parecer, solo habita en la narcótica mentalidad de guerra fría en la que viven las élites occidentales.

La fragmentación del comercio internacional y su contracara, la fragmentación del sistema monetario, crecerán en la medida en que la economía mundial se desacelera, las sociedades occidentales están a las puertas de una nueva Gran Recesión y el Sur Global tiene todavía instituciones multilaterales pequeñas y en diseño.

Aunque embrionarias, estas últimas son la oportunidad de salir de las lógicas belicistas y empobrecedoras que nos pretende imponer un Occidente asustado y extorsivo.

Cuando pase el temblor, el mundo será definitivamente otro.

¿Menos desigual? ¿Más cruel?

No lo sabemos. Como los Reyes Magos, los Guardianes de la Galaxia tampoco existen. Estamos de cara frente a los vientos de la Historia.



(*) Historiador, ex rector de la Universidad Nacional del Comahue.
29/07/2016

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