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La inflación volvió a ser centro de las preocupaciones económicas de los argentinos, agravado por ser este un año electoral, ya que es sabido que la inflación afecta el ingreso real de la población y, por lo tanto, es uno de los principales componentes del humor social. La tasa de aumento general de precios viene creciendo todos los meses desde noviembre del año pasado (4,8%) para llegar al 8,4 % en abril pasado. Todo parece indicar que la carrera ascendente continúa en mayo. Esto agravado por la escasez de reservas monetarias y la situación mundial de crisis financiera y bancaria y presiones inflacionarias consecuencia de la guerra en Ucrania.
¿Qué está pasado? Para entenderlo hay que pensar que en nuestro país los precios se fijan en forma distinta según se trate de 1) bienes en gran parte exportables, como es el caso de los principales productos agropecuarios (granos, carnes, oleaginosas); en este caso somos tomadores de precio: ni el productor ni el gobierno puede fijarlos sino que son el resultado de los mercados mundiales; de la multiplicación de ese valor internacional por el tipo de cambio, menos las retenciones a la exportación, resultan los precios locales expresado en pesos; 2) bienes totalmente importados: es claro que su precio, al igual que el anterior, resulta del precio internacional multiplicado por el tipo de cambio, aunque ahora sumado los impuestos a la importación; 3) bienes producidos fundamentalmente para el mercado interno; aquí la economía está altamente concentrada y son los oligopolios o monopolios los que fijan los precios tratando de maximizar las ganancias en función de sus costos y la acción de la posible competencia; en los costos tienen principal importancia el costo laboral y, para sus insumos importados, el tipo de cambio.
En resumen, los principales factores de determinan el nivel general de precios de nuestra economía son 1) el tipo de cambio y 2) el costo salarial; a ellos se suman 3) la tasa de ganancia media utilizada en el mark-up, que depende de la concentración de la economía, y 4) otros factores, como tarifas de servicios públicos, tasa de interés, impuestos, etc., cuando forman parte del costo de producción.
El tipo de cambio que interesa es el oficial (al que se importan y exportan las mercaderías) y que varía atrás de la inflación, lo mismo que el costo salarial, que viene perdiendo la carrera frente al aumento de los precios de los bienes de consumo. Por lo tanto, estos dos factores no pueden ser causa del crecimiento del índice global. Nos queda los otros dos: la tasa de ganancia, o mark-up, que, indudablemente, es el principal a tener en cuenta, y analizar los otros factores.
Gran parte de la dirigencia empresarial (como lo mostraron las últimas reuniones de los CEOs) está comprometida con un sector político “duro” de la oposición en hacer fracasar la política económica actual como prolegómeno de un cambio gubernamental; así, la marcación de precios por encima de lo normal procura, además del incremento de ganancias inmediatas, la devaluación del tipo de cambio, mientras va creando un clima de inflación descontrolada y de posible hiperinflación. A esto se suma la dirigencia rural, que lucha por la eliminación - disminución de las retenciones a la exportación y por una devaluación general (o al menos la obtención de un tipo de cambio favorable para determinadas exportaciones); para ello retiene saldos exportables (produciendo escasez de divisas) y suba de precios en el mercado local. Esto está muchas veces unido a la subfacturación de exportaciones, sobrefacturación de importaciones y, en muchos casos, directamente con el contrabando vía Paraguay y Uruguay.
Las conversaciones y acuerdos del gobierno con los sectores empresarios, que fue el camino elegido hasta ahora, han fracasado. Pero, como las empresas formadoras de precios no son muchas, es factible pensar en el control directo de sus costos y analizar sus márgenes de ganancia, así como su nivel de existencias para evitar el desabastecimiento. Existen las leyes que lo permite. La reciente creación de la “Unidad de análisis del comercio” (integrada por reparticiones del ministerio de Economía, AFIP, Aduana, C.N. de Valores, etc.) con este fin, así como las recientes multas a Dadone y Coca Cola por no respetar los precios máximos, parecen indicar el cambio de la actitud gubernamental frente a las empresas, decidiéndose por el control directo. Su éxito implicaría la posibilidad de dominar la tendencia inflacionaria.
Resta analizar “otros factores”, como las tarifas de los servicios públicos y la tasa de interés de referencia que fija el Banco Central.
Respecto a las tarifas, cuyos subsidios pesan en el gasto del Estado, hay que recordar que el FMI en sus exigencias incluye su reducción hasta la eliminación como uno de los medios para reducir o terminar con el déficit fiscal, fundamentalmente para generar los recursos que permitan el cumplimiento de las obligaciones asumidas por el país deudor, y también porque, fiel a su posición de ortodoxia económica, considera al déficit fiscal, generador de emisión monetaria para cubrirlo, como el principal causante de la inflación. Pedo las tarifas forman parte de la estructura de costos de las empresas, con peso relativo distinto según la actividad, así que el aumento de las mismas repercute directamente en los precios de la economía global. Además, los gastos en servicios públicos por parte de las familias tienen un importante peso en el cálculo del costo de vida, que es el más utilizado para medir la inflación.
Para la ortodoxia, la tasa de interés es uno de los principales determinantes de la inversión (la comparación entre la tasa de retorno de una posible inversión y la del interés determina la conveniencia o no de su realización. Por eso la tasa de interés es la herramienta principal que utiliza la Reserva Federal para combatir la inflación (de ingresos o demanda); si la inflación es considerada elevada, la suba de la tasa de interés reduce la inversión y “enfría” la economía; lo contrario si hay recesión.
Esta es la razón por la que el FMI recomienda tasas positivas de interés y la suba de las mismas cuando el escenario es inflacionario.
Pero en nuestro país, con elevada y duradera inflación que no es de demanda, la financiación a largo plazo (como requiere una inversión) no es fundamentalmente bancaria, sino que se realiza con fondos propios de la empresa (ganancias retenidas o aportes de capital) o, en casos especiales, con créditos estatales a tasas de interés muy favorables, que no son las del mercado.
La financiación bancaria se utiliza en general a corto plazo, para reponer o aumentar el capital de trabajo (por ejemplo, existencias de productos no perecederos y de demanda segura para lucrar con la diferencia de tasa de inflación respecto a tasa de interés. La tasa de interés es un costo y vía mark-up, sus aumentos repercuten en un aumento de precios.
Respecto a la inflación, tanto la eliminación de subsidios a las tarifas públicas como la suba de la tasa de interés tienen un efecto opuesto al buscado.
Sobre este tema, Federico Glodowsky en “Cash” (suplemento de “Página 12” del 13-5-23) lo desarrolla ampliamente, agrega argumentos y ejemplos internacionales. Llega a la conclusión que la principal causa de inflación es el nivel de la tasa de interés” derivado del acuerdo stand-by con el FMI del año 2018, lo que parece exagerado dado el carácter protagónico que toma la remarcación de precios con un trasfondo político.
El análisis de la inflación actual ratifica la convicción que es el resultado de la lucha entre las clases sociales por la distribución del ingreso nacional.
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