-?
A comienzos de este siglo una serie de televisión inició la andadura que la llevaría a convertirse en favorita de muchos analistas, que la ubican entre las mejores de la historia.
Se trata de “The wire”, que en sus cinco temporadas ofreció un retrato descarnado de la ciudad de Baltimore, centro urbano donde se agrupa la mayor población del estado de Maryland y que, aunque se encuentra próximo a la capital de los Estados Unidos, carece de una protección adecuada y suficiente. La ciudad ofrece indicadores sociales que están muy por debajo de la media norteamericana, al punto de ubicarse entre las más pobres del país.
Como correlato de esta situación degradada se han incrementado los niveles de violencia. El índice de asesinatos llegó a superar la tasa de muertes per cápita de ciudades históricamente violentas como Chicago.
En la década de los 80 las drogas comenzaron a invadir Baltimore y atrás de ellas llegaron las armas. Se estima que una cuarta parte de la población vive en la pobreza. Un ingreso de 30 dólares por día es insuficiente para que una familia viva dignamente. Es crudo el invierno sin calefacción en esta zona de los Estados Unidos y muchas casas carecen de ese servicio.
Un reporte de la cadena BBC recoge el testimonio de uno de los habitantes de Baltimore que describe el abandono y la desesperanza de sus vecinos. “La desesperación se ha convertido en una forma de vida”, dice el hombre.
Los datos llaman la atención, pero son reales. Uno de los últimos estudios del Departamento de Agricultura estadounidense reveló que en uno de los países más desarrollados del mundo existe un porcentaje muy alto de la población que tiene problemas para alimentarse. La situación es tan severa que más de uno de cada cuatro niños latinos viven en hogares con inseguridad alimentaria.
El informe de la BBC nos permite escuchar a una mujer afroamericana que cuenta lo siguiente: "Yo crecí en el oeste de Baltimore. Me han violado dos veces. Mi hermano fue asesinado... Perdí a mi hijastro. También he perdido primos. Hace dos semanas perdí a alguien. Algunos años voy a dos funerales en un día".
El escenario en que transcurre la serie es el de una ciudad que muchos definen como la peor del país, que está llena de asesinatos y otros crímenes y donde reina el narcotráfico. Todo eso nutrió los guiones de David Simon y Ed Burns. Simon llevó a las historias su experiencia como periodista en la sección policial de un periódico local y Burns fue policía. Los dos sabían de lo que hablaban.
Además del tema de las drogas en sí mismo, la serie se ocupaba de los efectos que la actividad provocaba sobre los sectores más pobres de la población. La clase obrera urbana fue una de las más afectadas. Por ejemplo, los estibadores en el puerto de la ciudad, que quedan envueltos en el contrabando cuando los contenedores pasan por su lugar de trabajo.
En HBO circula una leyenda según la cual la serie estuvo a punto de ser suspendida durante la primera temporada porque era “aburrida” y “no ocurría nada”. De hecho, los analistas más entusiastas con “The wire” reconocen que hay que atravesar los primeros cuatro episodios para que el producto levante y se vuelva adictivo.
Mario Vargas Llosa, uno de los seguidores más fervientes de la serie, aseguró que “tiene la densidad, la diversidad, la ambición totalizadora y las sorpresas e imponderables que en las buenas novelas parecen reproducir la vida misma, algo que no he visto nunca en una serie televisiva, a las que suele caracterizar la superficialidad y el esquematismo”.
Varios medios como la revista Time y periódicos como The New York Times,? The Guardian, Philadelphia Daily News,? Entertainment Weekly,? The Telegraph y? San Francisco Chronicle no dudaron en caracterizarla como la mejor serie de la historia.
Pero ahí no acaba la cosa. El propio ex – presidente de los Estados Unidos Barack Obama afirmó que se trataba de su serie favorita. “No es que The Wire sea una de las mejores series de todos los tiempos –dijo Obama– es que es “una de las grandes obras de arte de las últimas dos décadas”.
Hay una foto muy curiosa tomada en la Casa Blanca en la que se ve a Barack Obama y a David Simon. Cualquier distraído puede pensar que el periodista está entrevistando al presidente, pero no fue así sino exactamente al revés. El mandatario recibió al guionista de “The wire” para conversar acerca del fracaso en la guerra contra las drogas. Durante esa charla, el jefe de estado norteamericano le pregunta al autor por el contexto en el que había surgido la serie.
Entonces Simon describe a la Baltimore de los años ’80. La batalla contra las drogas llevó a la ciudad al colapso institucional. Policías dedicados en exclusiva a perseguir a camellos de poca monta, prisiones saturadas, calles convertidas en el salvaje oeste y una brutal cantidad de recursos públicos dilapidados en una batalla que no podía ganarse.
Ahora, ¿por qué hablamos de “The wire” más allá de sus merecimientos indiscutidos? Pues porque es uno de los ejemplos más claros de cómo la realidad puede ser ventilada a través de las pantallas de un medio que hasta hace algunos años llamábamos “la caja boba”.
En nuestros días, la televisión viene ofreciendo numerosas muestras de productos que le lavan la cara y la ponen en un lugar algo más digno que el de un mero depósito de tonterías. Banalidades siguen existiendo, pero al menos ahora también puede mostrar realizaciones que no avergüenzan a sus creadores y a las personas que las observan.
De hecho, no faltan quienes se entusiasman y llegan a formular afirmaciones cercanas a lo temerario. El crítico y escritor español Pedro Vallín, por ejemplo, sostuvo que “la televisión se eleva como termómetro de las incertidumbres del poscapitalismo […] Si el cine quiere retratar al hombre, la serie habla de la sociedad1”.
Como quiera que sea, un caso llamativo es el de “La captura”, una serie británica estrenada en 2019. Por entonces, la inteligencia artificial ya estaba siendo explorada en los laboratorios e incluso probada en las calles, pero no había alcanzado la resonancia social de hoy ni producido los debates acalorados de estos días.
Para todos aquellos que rezongan contra los ciclos largos, hay que decir que este producto de la tradicional BBC inglesa solo tiene dos temporadas y que cada una de ellas reúne seis episodios. Esos doce capítulos bastan, sin embargo, para hundirnos en un océano de paranoias inquietantes o, probablemente, de realidades acechantes y en un alto grado de desarrollo.
En algún momento, la serie informa que en Gran Bretaña están funcionando seis millones de cámaras que controlan calles, plazas, demás espacios públicos y también muchos lugares privados. Esos dispositivos están conectados a un programa de reconocimiento facial que, en segundos, identifica a las personas. Lo grave es que el sistema no se queda allí: está siendo empleado para manipular las imágenes que recoge, incluso al punto de distorsionar la realidad.
Más de un centenar de naciones ya utilizan o han aprobado la vigilancia por reconocimiento facial.
Ya es bastante malo tener que vivir bajo el panóptico del estado policial, pero esto es mucho peor. Se trata de un régimen que opera a través de la vigilancia y la adulteración de los hechos y que se encuentra al servicio de poderes oscuros con los que vivimos y nos envuelven.
La historia es profundamente perturbadora porque pone a los ciudadanos en una situación de absoluta indefensión.
Basta imaginarse las formas perversas en que podría implementarse en un país que tuviese un sistema de Justicia sospechado y desacreditado. O los manejos infames de los que sería capaz algún régimen político partidario del seguimiento de individuos a los que luego amenaza con carpetazos. ¿Le suena, estimado lector/a?
La serie lleva la historia a una escala de intrigas internacionales, en las que aparecen mencionados los servicios de inteligencia de Estados Unidos, China, Rusia y la propia Gran Bretaña. Queda la convicción amarga de que una corrupción global favorece prácticas en las que las personas pierden trascendencia y, cuando resultan víctimas, apenas son consideradas como “daños colaterales”.
Las formas de control social que afectan libertades y derechos civiles ya constituían una práctica despiada cuando las manejaban los individuos. En manos de una inteligencia artificial sus alcances deshumanizantes adquieren posibilidades inciertas pero profundamente alarmantes.
Un aspecto particular del adelanto tecnológico en el que está concentrada la disputa actual entre centros globales de poder es el del despliegue de la tecnología de quinta generación en la telefonía celular. Mientras algunos científicos proclaman que ese desarrollo aumentará la exposición a los campos electromagnéticos de radiofrecuencia hasta niveles perjudiciales para los seres humanos y el ambiente, las cúpulas de los gobiernos poderosos y sus servicios de inteligencia en realidad continúan recelando de que esos aparatos constituyan un sistema de expoliación de información y espionaje eficiente y a gran escala. En este campo, los empresarios chinos vienen liderando los desarrollos, por lo que en “The capture” se convierten en sospechosos perfectos (aunque no los únicos) de una nueva guerra fría que convierte a toda la población del planeta en víctima propiciatoria de su imaginario de violencia física y simbólica.
Las pantallas de diverso tipo y tamaño desde las que la nueva televisión busca legitimarse, similares a las que nos observan impúdica y minuciosamente, nos están avisando que la fantasía orwelliana de “1984” se encuentra cada vez más cerca de volverse realidad.
1En “La televisión mata al héroe. Las series fijan el fin del individualismo y el regreso a grupos y familias disfuncionales”. Diario La Vanguardia. Barcelona, 4 de noviembre de 2007.
Va con firma | 2016 | Todos los derechos reservados
Director: Héctor Mauriño |
Neuquén, Argentina |Propiedad Intelectual: En trámite