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Columnistas
30/04/2023

Decime si exagero

Todos ya nos fuimos de aquí, todos ya nos fuimos de casa

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El estreno de “El amor después del amor” fue hace cinco días y ya es la serie más vista de Netflix Latinoamérica de la actualidad. ¿Es Fito Páez ese que está en pantalla? Sí. Con bastantes más altos que bajos irrumpe esta biografía ficcional, que es parte de la nueva manera de hacer tele en el siglo XXI.

Fernando Barraza

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Pocas producciones audiovisuales argentinas para plataformas de streaming internacionales llegaron a su día de estreno con tantos comentarios anteriores -malintencionados- circulando en redes digitales personales como ha llegado “El amor después del amor”, la miniserie de ocho episodios de 40 minutos cada uno que cuenta la vida de Fito Páez desde el día en el que nació hasta la noche en la que dio el primer concierto como cabeza de cartel que un artista de rock argentino haya dado en un estadio en la historia. Aquella pequeña epopeya sucedió en el Estadio José Amalfitani de Vélez Sársfield, y no duró solo una noche, sino dos, porque a la fecha original del 24 de abril, tuvo que sumarle la del 25.

Precisamente 30 años después de que las luces del escenario se apagaran y Fito y su banda volvieran a los camarines del estadio para abrazarse a celebrar el hito cultural que habían logrado, la cadena de streaming audiovisual de la N decidió lanzar mundialmente “El amor después del amor”, la serie producida por la productora Mandarina, encargada de productos tan dispares como el programa de entretenimientos “Pasapalabras”, los magazines “El Diario de Mariana” (Fabbiani) y “Los ángeles de la mañana”, o la megalómana serie “H: lo que no se nombra” en la que Jorge Lanata continúa mezclando una mínima dosis de periodismo de investigación con fake news, operaciones políticas y cantidades extraordinarias de petulancia y tirria. Como verán: de todo un poco, pero todo muy pero muy televisivo y no tan cinematográfico.

Hasta aquí un detalle de los que han puesto el dinero y la infraestructura, pero ¿quienes dirigen la obra?: la dupla conformada por Felipe Gómez Aparicio y Gonzalo Tobal. El primero, el más joven, el año antepasado estrenó su ópera prima llamada “El perfecto David”, una inquietante postal de un adolescente absolutamente obsesionado por la construcción perfecta de su propio cuerpo a través del entrenamiento físico, trayendo con una edición y un montaje bien quirúrgico distintos paletazos de todo lo que rodea a esa cultura, la del hedonismo. Muy pero muy buena ópera prima. El otro es Gonzalo, hombre por edad más experimentado, que debutó hace 11 años con “Villegas”, una película chica -por lo minimalista- muy bella, que trataba de manera sutil y sencilla la temática que narra lo que cuesta entrar de lleno en el mundo de la madurez en una sociedad como ésta, global, que plantea uniformemente la exacerbación de la adolescencia y el peterpanismo más forzado. Años después, y más acá en el tiempo, estrenó su segundo largo, “Acusada”, un thriller con un reparto súper popular (Lali Espósito, Leonardo Sbaraglia, Inés Estévez, Gerardo Romano, Gael García Bernal y Daniel Fanego) que estaba inspirado levemente en el caso de Amanda Knox (gugleen) una mujer joven acusada y condenada por un crimen que... ¿cometió o no cometió? La respuesta es espoiler. Esta apuesta le valió al director argentino algunas críticas desmedidas en torno a la construcción argumental del film, pero el reconocimiento unánime por su factura técnica.

Bien, ya tenemos a los que pusieron la producción y la plata, a los que dirigen y ahora falta la tercera pata en la producción técnica de esta propuesta fitopaeziana: les que escriben. En este caso la apuesta es bien pero bien norteamericana y actual (¿un poco pochoclera?): equipo de guionistas.

Un grupo de cinco personas (Juan Matías Carballo, Lucila Podestá, Francisco Varone, Leandro Custo y Diego Fió) tomaron las memorias biográfícas que el mismísimo Fito Páez les proporcionó y capitularon en ocho porciones esta ficción sin dejar de lado todas las exigencias estético argumentativas que “pide” la ficción actual, bien afecta a la explosión del efecto “continuará en el próximo capítulo”, que ahora se llama “ver siguiente episodio”, y bastante regada de clichés reconocibles en casi todas y cada una de las producciones de ficción actuales. ¿Fan service? Casi casi...

Con estas tres piedras angulares en perfecta sincronización industrial, llega a las pantallas esta tira que -en menos de tres días- se ha convertido en la serie más vista de Netflix Latinoamérica. Ganas de verla había, y también -como dijimos al principio del artículo- mucha expectativa previa entre personas que ya la odiaban antes de verla, otras que la denunciaban de ser “cringe” (así le dicen ahora a lo que causa vergüenza ajena) sin haber visto ni siquiera un minuto del metraje y otras que ya la adoraban por ser una serie que cuenta la historia de su ídolo popular.

Lo cierto es que la rueda no se puede reinventar, y la única respuesta posible a la expectativa previa que genera un producto audiovisual como éste es una y solo una: sentarse y darle play. Una vez que uno o una hace eso, comienza un viaje entretenido que tiene muchos más altos que bajos y que posee un mérito principal: en ningún momento intenta ser épica.

“El amor después del amor” no es la serie de Luis Miguel, aquí nadie tiene que teñir obligatoriamente a Fito de ser un personaje misterioso y algo mitológico. Tremendo error hubiera sido eso pues -a pesar de ser uno de los más grandes cantores populares de habla hispana- Paéz nunca ha dejado (jamás) de ser el pibe de lentes de Rosario. Quien no entendiera esto, no entendería a Fito. Manadarina, los directores y les guionistas, por suerte, sí lo entendieron.

Ahora ¿esto quiere decir que a la vida de Fito es demasiado “común” y, más allá de su obra, le faltaron condimentos para ser “interesante” desde el estricto punto de vista narrativo-en-una-serie-global? ¡No, más bien todo lo contrario! A Fito le pasó de todo en la vida. A nivel privado vivió infiernos mucho más profundos y sinuosos que los de Luis Miguel, el rey en la torre de marfil. Todo eso está plasmado en la serie, porque eso es lo que se supone que espera todo el público de más de 40 años que conoce, con más o menos detalles, los momentos trágicos y los celebrativos de la vida de Fito. Las nuevas generaciones, en cambio, tendrán la oportunidad de vivir una experiencia atractiva al descubrir una y cada una de las cosas que le han pasado en la vida a Páez sobre los escenarios, en los estudios de grabación y -sobre todo- en la vida misma.

¿Esto alcanza para hacer una serie que deje una huella? No, esto apenas alcanza para hacer una serie entretenida. Y punto. Falta poner en la mesa el espíritu de época y la traza generacional que Páez, como laburante de la cultura, rockero e hijo de la época de dictaduras en Latinoamérica ha tenido. ¿Y sirve ese menú esta producción? Sí, pero no tanto. Quizás lo suficiente como para que tenga momentos memorables y muy pero muy emotivos, pero no tanto como para que la serie se convierta en clásico.

La secuencia de él mismo, adolescente, todavía un poco niño, asustándose frente a la libertad rebelde de un concierto de La Máquina de hacer pájaros en contraste con las violencias personales vividas, es conmovedor, refleja el espíritu de época que mencionábamos. La pequeña y delicada escena de la mujer cantándole “Ambar Violeta” al oído en un oscuro cabaret te cuenta con una carga emotiva enorme el desconcierto, la crisis existencial y la desazón amoratada que sufrimos las personas que fuimos jóvenes durante esa asquerosidad neoliberal llamada menemismo. Así se cuentan momentos que harán trascender más allá del momento actual de éxito a esta serie. Lástima que a la par haya algunos pasajes a la carta, previsibles, clicheros, demasiado explícitos y hasta un poco cursis que son innecesarios y le bajan el puntaje final a la obra, pero bueno, exigencias de mercado son exigencias de mercado.

Finalmente EL GRAN TEMA de conversación: el casting de actuaciones. Toda serie que referencie a personalidades populares actuales tiene ese sabor agregado, un poco morbo, de ver cuan parecidas son las personas que actúan a las personas que tienen que interpretar. En este caso todos los cañones apuntaron a los personajes secundarios, porque la dupla Páez/Cantilo traían consigo mucho ángel impregnado, se veía desde el trailer difundido por la N desde hace ya un tiempo. Así que todas las miradas críticas se posaron de manera un poco fatal sobre Andy Chango haciendo de Charly García y Julián Cartun haciendo del flaco Spinetta. Decir que son demasiado Andy y Julián haciendo de Charly y el flaco es muy taxativo. Pero por momento es así. Es el efecto Darín: de a ratos se ve que es Ricardo haciendo de Strassera, pero está todo más que bien.

Para terminar esta reseña decir algo que parece una verdad de Perogrullo, pero no está del todo mal aclarar: si uno desea sintonizar con la profundidad enorme y genial que hubo en la obra de Fito desde que sacó “Del 63” hasta que editó “El amor después del amor”, que vuelva a los discos; allí encontrará el círculo perfecto en el que Páez la clavó al ángulo en cada disco, acompañando cada momento de la vida social del país, álbum por álbum, ánimo por ánimo, melodía por melodía, golpe a golpe, verso a verso. Es más: el circuito virtuoso de sincronización perfecta de Paéz y la historia colectiva de Argentina se puede extender dos discos más que lo que cuenta esta serie, e incluir “Circo Beat” y “Abre”. Después de allí, puede que Fito se haya dejado comer un poco por su personaje y sus discos -como obras conceptuales perfectas- se hayan tornado algo desparejos y erráticos, pero... ¿quién es este pelagatos que escribe desde el sur del planeta para asegurar de manera tan tajante algo así, no?

Por todo esto, sentarse a ver “El amor después de amor” está muy bien, porque cumple con solvencia todas aquellas expectativas que nos llevaron a mirar la serie. Está Fito, surgiendo desde la timidez de sus anteojos de marco de carey rosarinos, flotando en los espacios/tiempo de un primer momento de suceso, mudanza a Baires y profundidad inspirada en canciones tempranas que lo convirtieron en un trovador prematuro; cayendo al abismo de la fatalidad después; y resurgiendo como un fénix al ritmo de “todos ya nos fuimos de aquí, todos ya nos fuimos de casa”.

Como bonus track, tenemos a Spinetta haciendo pizzas, tirando frases cósmicas, a la Fabi volando en ovni de su depto a Prix D'ami y a Charly escupiendo un par de frases bien picantes. ¿Qué más querés, eh?, ¿a Luis Miguel borracho y su padre obligándolo a subir al escenario? No, no: esa es otra serie, mucho más amañada, mucho más forzada a una estúpida épica, mucho menos fiel a la verdad que sobrevuela sobre la vida de un grande. Esta es la de Fito, el de Rosario, y está muy bien.

29/07/2016

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