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Columnistas
23/04/2023

La necesidad de una utopía

La necesidad de una utopía | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Estamos en una época de crisis de un modo de producción y la aparición de una nueva organización de las relaciones sociales. Es una época en que se necesita ideas utópicas que guíen la acción hacia una organización social distinta, de equidad distributiva, de respeto al ser humano y a la naturaleza y al medio ambiente.

Humberto Zambon

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Desde los años ’70 del siglo pasado el capitalismo ha sufrido una transformación, pasando de ser una formación social caracterizada por su producción industrial y su crecimiento económico a otra etapa, dominada por el capital financiero, especulativa y parasitaria. Lo dicho no significa que la actividad industrial en la primera y la financiera en la siguiente fueran excluyentes, ya que la industria necesita de la actividad financiera para su funcionamiento y, en la segunda etapa, la industria persiste, sino que hace referencia a la actividad hegemónica y a la lógica de funcionamiento del sistema.

En los años ’70 el centro económico mundial sufrió una prolongada recesión acompañada de inflación, lo que se denominó “estanflación”, con caída de la tasa de ganancia y desaparición de oportunidades de inversión. Pero la esencia del capitalismo es la obtención de ganancias y la reinversión de los excedentes económicos, así que las grandes empresas optaron por dos caminos para mantener la tasa de ganancia y continuar creciendo: 1) destinar parte de los excedentes a la especulación financiera, y 2) relocalizar la inversión productiva, ubicándola en los lugares de menores costos laborales y ambientales. Esto último sirvió para disciplinar a la clase trabajadora local (“si pretenden aumento de salarios llevamos la inversión a otra parte”) y, por otra parte, generó el desarrollo económico de zonas periféricas, especialmente China y, en menor medida, India y otros países asiáticos.

Una de las consecuencias fue la pérdida de la hegemonía mundial de Estados Unidos, en un mundo que era unipolar desde la implosión de la Unión Soviética y del llamado “socialismo real”, y ahora es, al menos, bipolar. Otra consecuencia fue la caída de la tasa de crecimiento de la economía, tanto la nacional en el centro como el promedio mundial, a la mitad de la que se lograba en el período anterior, la mundial en parte compensada con el crecimiento de la periferia, en especial China e India. Como la colocación financiera no crea riqueza (el dinero es estéril, diría Aristóteles) hace pensar que, en promedio, el excedente económico generado se ha distribuido mitad y mitad entre inversión productiva y colocación financiera.

Al no generar riqueza, para mantener la tasa de ganancia a un nivel similar al del período industrial, el capital debió recurrir a lo que se denomina “acumulación por desposición”, que hemos tratado en otras notas, y que se refiere a que parte de la ganancia es por apropiación del ingreso que antes correspondía a otros sujetos económicos, como es el aumento de la productividad del trabajo que dejó de significar aumentos de salario como al despojo del excedente que correspondía a los productores primarios, por el manejo de los precios, tanto del país como del exterior. Esto llevó a una concentración en la distribución de riqueza y un aumento en la inequidad distributiva (el 1 % más rico de la población mundial acumula casi el doble de riqueza que el resto, mientras que entre diciembre de 2019 y diciembre de 2021 la nueva riqueza generada ascendió a 42 billones de dólares; el 1 % más rico acaparó 26 billones de dólares (o el 63% de esta nueva riqueza), y tan solo 16 billones de dólares (el 37 %) fue a parar al 99 % restante.

La actividad financiera tiene como correlato el aumento del endeudamiento de los sujetos económicos. Hoy, la nuestra, es una sociedad endeudada: Según el FMI, la deuda mundial total en 2020 equivalía a 2,56 veces el PBI mundial, con una deuda pública del 99% del PBI, las empresas con el 98% y los hogares, para mantener su consumo, acumulaban deudas equivalentes al 58% (total 256% del PBI). Por cada cien pesos que se produce en bienes y servicios (inclusive en servicios financieros) existe una deuda de 256 pesos. Gran parte de la supuesta riqueza son sólo papeles de dudosa cobrabilidad.

Ese modelo de capitalismo financiero ha entrado en crisis, agravado por las consecuencias de la guerra en Ucrania, con fuertes tendencias inflacionarias, recesión económica y posibilidad de una crisis financiera manifestada en la fragilidad bancaria y la posible caída de las entidades financieras como si fueran fichas de dominó. Crisis que se manifiesta también en el conflicto distributivo y descontento social, como ocurre en Francia y que viene mostrando la televisión mundial en los últimos tiempos.

Según el Banco Mundial, el crecimiento del producto bruto mundial hasta el 2030 será del 2,2% anual, cifra que el FMI en su pronóstico lleva al 3% hasta el 2028; teniendo en cuenta la disparidad en las tasas de crecimiento, en especial entre las economías asiáticas y el centro occidental, esas tasas implican estancamiento o recesión para muchas economías nacionales.

Como dice el economista Nouriel Rubini, las autoridades económicas se enfrentan a un trilema: inflación, recesión y crisis de la deuda. Cualquier medida destinada a atacar uno de los problemas, afecta negativamente a otro o a los otros dos problemas (por ejemplo, un aumento de la tasa de interés de referencia para combatir la inflación aumenta la recesión y el riesgo de incobrabilidad de la deuda).

Estamos en una época de crisis de un modo de producción y la aparición de una nueva organización de las relaciones sociales. Es una época en que se necesita ideas utópicas que guíen la acción hacia una organización social distinta, de equidad distributiva, de respeto al ser humano y a la naturaleza y al medio ambiente.

Y se necesitan utopías para contrarrestar a los sectores privilegiados que, ante su decadencia, tienden a desconfiar de las mayorías populares, y, como consecuencia, de la auténtica democracia. Se van desarrollando formas fascistas de práctica social que busca la movilización reaccionaria de las masas contra grupos minoritarios para dirigir la frustración popular, responsabilizándolos de los males reales o imaginarios, ya sean los judíos y gitanos en la Alemania nazi, los inmigrantes (como ocurre ahora en Europa), los “planeros” o la “casta política” en nuestro país. Se justifica la justicia por mano propia y la violencia y el odio, lo que hace imposible todo diálogo, mientras se pregona la antipolítica. Desaparece así la idea de comunidad y, en su lugar, se busca lo que Aldous Huxley en “Un mundo feliz” definió como “una dictadura perfecta (que) tendría la apariencia de una democracia”, o sea una especie de “prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en el que, gracias al consumo y el entretenimiento, los esclavos amarían la servidumbre”.

Es decir, se necesitan utopías para evitar que el huevo de la serpiente fascista se desarrolle.

¿Y por qué la utopía, que significa lo inexistente, lo imposible? Se puede preguntar, especialmente en esta época de pragmatismo y de descrédito de las ideologías.

Se necesitan utopías porque, como dijo Max Weber “Es completamente cierto, y así lo prueba la Historia, que en este mundo no se consigue nunca lo posible si no se intenta lo imposible una y otra vez”.

29/07/2016

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