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Columnistas
19/03/2023

Aguafuertes del Nuevo Mundo

Estamos en emergencia forestal

Estamos en emergencia forestal | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Nuestro país está dentro de los diez primeros con mayor deforestación. Además de los incendios, favorecidos por sequías prolongadas, hay actividades humanas que rompen el equilibrio agroecológico y reducen la distancia con el apocalipsis. El tema debe estar en la agenda de los dirigentes y de la gente de a pie.

Ricardo Haye *

Organizaciones ambientalistas como Greenpeace produjeron un dictamen inquietante: Argentina se encuentra en emergencia forestal.

Un dato que suministra la Asociación de Mujeres de la Tierra resulta elocuente: durante 2022 se perdieron 200 mil hectáreas de monte nativo. Pero si el análisis se extiende hasta 1998 puede verificarse una cifra todavía más alarmante, dado que en los últimos veinticinco años la pérdida llega a los 7 millones de hectáreas, casi el tamaño de la provincia de Neuquén.

Estos datos colocan a nuestro país dentro de las primeras diez naciones con niveles más elevados de deforestación.

Una de las causas son los incendios, favorecidos por la sequía prolongada que afecta a numerosas zonas del país. Pero también son antecedentes preocupantes las actividades humanas que hacen avanzar este proceso.

Conviene insistir con las causas: los incendios, como señalamos, son producto de la falta de agua, pero en ocasiones también de la desidia o el poco cuidado de personas sin sensibilidad alguna por la naturaleza y sin conciencia acerca de lo que significa continuar atacándola.

Esta misma insensibilidad que degrada nuestros montes y bosques está en el origen de la actividad extractivista, un rasgo fuertemente presente en las sociedades modernas que ha forjado el capitalismo.

Pongamos un módico ejemplo de las consecuencias de esta agresión absurda: ya casi no vemos a la mariposa Bandera Argentina, conectada al ecosistema de los montes nativos. Y no se ve porque su fuente de alimentación fue depredada. Este espécimen se encontraba en bosques húmedos y selvas marginales, pero la tala de las plantas hospedadoras de orugas, la invasión de especies exóticas y la urbanización creciente provocaron que su población se reduzca cada día más.

Mariposa Bandera Argentina.

Como dijimos, es solo una referencia entre tantas otras: plantas, insectos y otros animales (hasta llegar a los seres humanos) están vinculados de una manera que no suele volverse consciente hasta que esa integración entra en crisis.

Al romper el equilibrio agroecológico la acción humana provoca consecuencias que reducen la distancia con el apocalipsis. Suena tremebundo, pero quizás sea preciso exponerlo de este modo para llamar la atención sobre procesos de consecuencias en las que solemos detenernos poco.

Se secan las napas húmedas y el sistema se deteriora ambientalmente. Además, el desmonte impacta sobre la producción de alimentos, la generación de empleo o el cambio climático, sobre el que suele hablarse seguido, sin que se haga algo efectivo para revertirlo.

Pensar un plan nacional de recuperación de nuestra biodiversidad supone un buen cúmulo de dificultades. Una se refiere a la decisión acerca de las especies elegidas. Las nativas incluyen, entre otras, al tala, el ceibo, la chilca, el espinillo, el quebracho y algunas especies que tal vez nos suenen menos: el ingá, el timbó, el aguaí. Y esas especies necesitan ser protegidas de las exóticas, que resultan invasivas y muchas veces absorben más agua que las originales de nuestro territorio. Esta es una situación que incluso ocurre en parques nacionales o reservas forestales.

Planta de ingá.

Las nativas son especies que crecen bien en nuestro clima y suelo, y por lo tanto requieren mínimos cuidados. Árboles para calles y parques, arbustos para cercos y canteros, trepadoras para pérgolas y alambrados y plantas herbáceas para balcones y macetas, son opciones inmejorables.

En la Patagonia, la Paramela, el Botón de oro y el Palo piche son las plantas que más se están destilando y depredando actualmente, y merecen ser cuidadas. Y lo mismo puede decirse del Notro o la Chaura, que crecen en los bosques templados de Chile y de Argentina. O del Michay, que desde antaño se utilizaba para teñir lanas o para consumir sus frutos, de sabor ácido.

Ejemplar de notro y fruto de la chaura.

Hay un mundo de posibilidades alimenticias y médicas que aún debe ser explorado minuciosamente y que no podemos dejar librado a manejos irracionales.

Una hectárea de campo necesita dos mil árboles para convertirse en monte, de modo que para sembrar mil hectáreas hacen falta dos millones de árboles nativos. Esas cifras dan un indicio del desafío. Y apenas nos referimos a mil hectáreas. Una superficie absolutamente menor, cuando consideramos al Impenetrable chaqueño, los esteros del Iberá o el Palmar entrerriano. Basta pensar que en El Hoyo recientemente se quemaron cientos de hectáreas.

Un antecedente terrible es el que ocurrió en Chubut, en 2015, en el que sucumbieron bajo las llamas más de 41 mil hectáreas de bosques vírgenes. Fue el incendio más grande ocurrido en nuestro país y todavía se arguye que detrás del fuego existió intencionalidad vinculada a emprendimientos inmobiliarios.

Los expertos aseguran que un plan nacional no puede concebirse si no es con proyección a 40 o 50 años. Medio siglo para recuperar una porción de lo que teníamos.

Nada de todo esto será posible si no aparece en la agenda de los dirigentes y de la gente de a pie. ¿Lo tendrán en cuenta -por ejemplo- los jefes comunales que compran árboles para los espacios públicos? ¿Será esta una política que están siguiendo los viveros municipales? ¿Los planes educativos tienen en cuenta esta temática? ¿Los candidatos a cargos electivos hablarán alguna vez de esto?

¿Seremos capaces de conciliar los negocios de compra-venta de inmuebles, edificios y propiedades con las necesidades habitacionales y la necesaria preservación del ambiente?

Un caso paradigmático es el de los humedales, que en los últimos tiempos ha tenido alguna exposición entre nosotros pero que -tememos- nunca genera la misma preocupación que otros temas de agenda.

Sin embargo, los humedales son cruciales porque atenúan los efectos del cambio climático, particularmente las temperaturas extremas, que contribuyen a aminorar.

Son los humedales los que ayudan a depurar las aguas y generan recursos hídricos que nos abastecen de agua dulce. Al regular los ciclos climáticos nos protegen de inundaciones, sequías y tormentas.

Una nueva conciencia comienza a dibujarse en el imaginario popular a partir de estos datos.

No tiene sentido ignorar asuntos tan decisivos como los de los indicadores macroeconómicos, la lucha contra la inflación, la inseguridad y demás. Pero necesitamos expandir nuestras agendas temáticas y nuestras exigencias a las personas a las que concedemos la responsabilidad de gobernar. En todos los niveles.

En un año electoral conviene tener claro que la conciencia que nace desde abajo hace más difícil que cualquier aventurero de la política la use para hacer negocios.



(*) Docente e investigador del Instituto Universitario Patagónico de las Artes.
29/07/2016

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