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Columnistas
19/03/2023

A propósito de "democracia"

A propósito de "democracia" | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

La democracia está en peligro, por cierto, y no sólo aquí sino en el mundo entero. Pero no por obra de ningún «populismo» sino porque la maquinaria capitalista ronronea y tose, exhibe signos de fatiga.

Juan Chaneton *

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Cuando "la gente" está con hambre y sin luz, Máximo Kirchner le exije públicamente a Kicillof cargos para "la militancia" sostenidos en el presupuesto de la provincia de Buenos Aires. Error, ahí. Sobre ese error cabalga, presto y ágil, un sotreta de la calaña de Gerardo Morales, ese apóstol de la concentración de poderes que manda en un feudo donde la "república" hace ya varias décadas que perdió la inocencia.

Pues este Morales, que quiere ser Presidente, acaba de formular una síntesis del relato derechista en la Argentina que, hasta hoy, no ha podido ser desmontado por filólogos, antropólogos y filósofos a sueldo del progresismo vernáculo: dijo Morales que Cristina Kirchner es la cabeza de un modelo que degradó al país. Una curiosidad, aquí, que para cierta militancia misoneísta no es ninguna curiosidad sino sólo ocasión para el ejercicio de la diatriba de igual intensidad y sentido contrario. La curiosidad reside en la facilidad con que la derecha de este país le cuelga a sus víctimas la responsabilidad por las recurrentes crisis económicas y políticas que viene sufriendo la Argentina desde 1983 en adelante, y desde antes aún.

El debate político y aun ideológico es lo único que habría podido desarmar ese relato sesgado de la derecha, incorporando al cuadro a la Sociedad Rural y al sistema de propiedad de la tierra, a la AEA, a los bancos nucleados en ADEBA, al sindicalismo agarrado a la CGT y a los múltiples rizomas que recorren, subrepticios, los pliegues y repliegues del sistema político argentino, cuyos nodos más patogénicos reconocen uno central del que nacen y al que vuelven rutinariamente: la embajada del hegemón occidental y sus "oenegés" de amigos y favorecidos con licencia para lavar.

También tendría otro efecto benéfico el debate que la "militancia" no atina a dar porque no sabe, porque no puede, porque no se anima o porque no quiere. Es el debate acerca de un significado y de un significante, que es como decir, acerca del concepto y la palabra que lo designa: democracia, de eso se trata. Sólo si sabemos qué democracia anhelamos, podremos desarmar el relato "democrático" de la derecha.

Sobre tal concepto (democracia) han sabido pronunciarse, hace pocos años, conspicuos voceros de la derecha argentina. Nos ha venido a la memoria una "carta" del año 2020, de unos "intelectuales" perezosos y poco afectos a la reflexión intensa. La cosa es así.

Entre los palos en la rueda que debió soportar Alberto Fernández desde el comienzo de su ya fracasada gestión, su lugarcito ocupa aquella "carta" que vio la luz allá por los duros años de las cuarentenas que, tanto en Argentina como en el resto del mundo, los gobiernos atinaron a implementar en resguardo de la salud pública ante la irrupción de la trágica epifanía.

Oportunistas e irresponsables, mitad y mitad, aquellos "intelectuales" que expelieron su halitosis ideológica en aquella módica misiva dirigida contra el totalitarismo en fragua de Alberto Fernández, exhibieron una desnudez axiológica saturada de prejuicios que sobrenadaban en el magma de una reflexión débil.

Y más: también lo hacían responsable al Presidente de falta de «cautela y realismo» para lidiar con el fenómeno; de carecer de un «plan» para enfrentar la calamidad global; y de no ponerle «fecha de finalización» a la cuarentena (sic). Firmaban, además de algunos prescindibles notorios, «investigadores del Conicet y científicos en instituciones extranjeras»; «personalidades e intelectuales»; «profesores e investigadores de universidades»; «periodistas»; «profesionales», así como «ciudadanos que adhieren a la carta». Menos los trabajadores, estaban todos.

Encabezaba aquel lote de «personalidades» el ex marxista, ex existencialista, ex flaneur de mil caminos, ex peronista, ex radical y actual liberal-macrista, Juan José Sebreli, el inefable, de él se trata (¿aventurero o militante?), quien también llamó -por las suyas- a la «desobediencia civil» contra la cuarentena porque «los derechos individuales están en peligro» -como lo está la democracia- por obra de un autoritario sin escrúpulos que en malhadada hora sentó sus reales en la poltrona que fue del ínclito Rivadavia, y que estaría llevando a la Argentina por el sombrío sendero que conduce a la dictadura. Nada menos. Alberto dictador, y Alberto culpable de la ola de calor, son los únicos sambenitos que todavía no le habían colgado.

Toda vez que Montaigne ya nos advirtió que «es banal decir tonterías, lo grave es decirlas con énfasis», haremos la vista gorda con los manifiestos dislates proferidos por estos innecesarios famosos, y pararemos mientes un poco en los fundamentos de filosofía política que suelen estar en la base de ideologizaciones turbias como la contenida en la «carta» que los firmantes hicieron conocer con el título de «La democracia está en peligro».

Empero, el fin de esta nota no es detenernos en estos preocupados demócratas sino reflexionar sobre unos conceptos de mayor espesor académico vertidos por otro amigo de las causas populares siempre que éstas no tengan posibilidades de éxito.

Un hombre de la derecha periodística argentina -de él se trata- el columnista de La Nación,Carlos Pagni, ha sintetizado bien de qué se trata cuando se trata de «libertad», de «derechos individuales» y, en el límite, de «liberalismo».

Lo hizo, en este caso, en 2013, en Madrid, en la sede de FAES. Esta «Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales» es un grupo de tareas de la derecha española ligada al Partido Popular de Mariano Rajoy, un hombre que huyó de la presidencia del gobierno de España sospechado de corrupción y acusado de ser experto en financiamientos ilegales y en detracción de dineros públicos.

A FAES la preside un apóstol de la reacción católico-monárquico-liberal, el también ex presidente Manuel Aznar, quien suele tener como contertulios a conversos como Vargas Llosa y a golpistas venezolanos teledirigidos desde Washington.

FAES tiene su sede en Madrid. Hasta allí se llegó, en el mencionado 2013, el periodista argentino Carlos Pagni, cuyas credenciales de derecha son suficientemente conocidas y al que hay que reconocerle que nunca dice que es imparcial y objetivo sino que, en un sano reflejo de autenticidad, se asume como conservador de usos y costumbres y como actual activo del diario que, entre 1976 y 1983, fue soporte, cómplice y vocero del terrorismo de Estado en la Argentina.

Pagni, como hombre formado políticamente y como intelectual con una base cultural aceptable y que contrasta de modo muy estridente, con el panorama general que ofrece el periodismo de derecha en la Argentina, desarrolló -en un panel que compartió con, entre otros/as, María Corina Machado, -la agresiva vocera de la desplazada burguesía venezolana- un interesante análisis sobre lo que podríamos sintetizar con una especie de hafschtag nominado «democracia-totalitarismo-populismo-liberalismo» en América Latina.

Dijo mucho Pagni allí, pero interesa ahora (por su vinculación con el documento sebreliano que avisaba que la democracia corría peligro con un dictador como Alberto Fernández), su análisis sobre el concepto liberal de «democracia».

Antes del liberalismo -dijo Pagni-, el orden público estaba basado en verdades, por eso era coherente condenar al hereje: se lo condenaba porque, como no creía, era un subversivo; la religión ordenaba la sociedad sobre la base de un criterio de verdad; si yo no creía en esa verdad, estaba alterando el orden público.

Pero nosotros, en Occidente -agregó-, nos basamos en una regla de validez, no en un criterio de verdad: gobierna el que tiene más votos. Esto significa que puede haber una mayoría equivocada. Y por eso, para cuidarnos de la mayoría equivocada, nos garantizamos dos cosas: primero: que haya «libre ejercicio de la crítica» (periodismo «libre»); y esto es así a tal punto que en EE.UU. está prohibido no sólo limitar a la prensa sino, incluso, legislar sobre la prensa; y segundo: la independencia de la justicia. Y tanto importa la independencia del Poder Judicial como control de una mayoría que puede estar equivocada, que este poder se constituye como un poder conservador y menos democrático que los otros dos, porque para ser miembro del Poder Judicial no hay que ser elegido en una elección, y porque hay que tener un título universitario, y porque ese título se expide en una de las facultades más conservadoras que existen en Occidente que son las facultades de Derecho.

Así dijo, poco más o menos, Carlos Pagni con eficaz razón didáctica: «Estado de Derecho y Estados del revés» tituló el periodista, su conferencia. Con Pagni se puede estar de acuerdo o en desacuerdo, pero lo que seguramente no se puede decir de él es que no se preocupa por fundamentar sus opiniones, más allá del mucho o nulo éxito que tenga esa preocupación.

Esta es la ideología que está en crisis en estos momentos en Latinoamérica y en el mundo -decimos nosotros-. Lo que debería discutirse (además de la "inclusión", de los derechos de "los más vulnerables" y de lo perverso que es "el neoliberalismo") es la definición de democracia. La derecha dice que lo esencial de la democracia es la preservación de los derechos de la minoría. Y el ejemplo que pone Pagni es una cita de Antonio Guterres cuando presidía el Consejo de Europa: cuando gana el neofascista Georg Haider en Austria, en Europa se dice: lo vamos a aislar. Pero ¿por qué hay que aislarlo si ganó en elecciones limpias y lo votó la mayoría? No importa, lo votó la mayoría pero nuestro sistema democrático occidental no se basa en la voluntad de las mayorías sino en la preservación de los derechos de las minorías. Y Haider, con lo que ha dicho -ni siquiera con lo que ha hecho- ha afectado esos derechos de las minorías, eso dijo António Guterres, en el año 2000, cuando todavía no era secretario general de la ONU.

Lo que había dicho Haider era que Austria debía rendirle honores a las SS hitlerianas, entre otras lindezas. Haider murió, a los 58 años, en un «accidente de tránsito» al que, según su esposa, debió apelar el «liberalismo» cuando el «aislamiento» que preconizaba Guterres no parecía dar el resultado apetecido. Desmentido un poco Pagni, ahí.

Claro que también lo desmiente hoy la realidad estadounidense. El periodista argentino afirmó en España, aquella vez, que la libertad de prensa en Estados Unidos, es un valor tan absoluto que ni siquiera se puede legislar sobre la prensa. Trump mediante, Twitter y CNN han de estar invocando los manes de Jefferson, Adams y Marshall, pues desde dentro mismo del sistema político democrático estadounidense no sólo se legisló sobre la prensa sino que se la controló y regimentó. De modo que, cuando "la democracia" no sabe qué hacer con unos díscolos que opinan diferente (como aquel Haider austríaco o las actuales redes sociales), ese es el punto y el instante en que tales "democracias" entran en contradicción consigo mismas y apelan a la resolución de esa contradicción con procedimientos que harían sonrojar a los "padres fundadores". Había mujeres entre los pilgrims; pero ninguna fue "madre fundadora". Estados Unidos es la creación patriarcal por antonomasia, dicho sea de paso.

Ya cerrando su charla, Pagni trajo en su ayuda a una señora que fue, en vida, la versión progresista de la derecha: Hanna Arendt. Que Hanna Arendt pueda ser citada en FAES da una pauta interesante para advertir a incautos/as respecto de quién es quién en la viña del Señor, hoy globalizada y alborotada por confusiones sustantivas y desorientaciones fundantes.

Que no haya nunca una verdad demasiado sólida, por ello abogó Pagni en línea con la autora de Los orígenes del totalitarismo. Y celebró lo que en ese libro dice la intelectual liberal: que cuando más conocida es una institución, menos poder tiene, y cuanto menos es conocida, más es su poder. Esto ocurre en los Estados totalitarios; en éstos, el poder auténtico comienza donde empieza el secreto -dice la buena de Hanna- y no reparan sus epígonos de hoy en que, en el fondo, el asunto en cuestión no es el secreto o la publicidad; el fondo del asunto es que el secreto de la plutocracia global protege lo inconfesable, en tanto el secreto de un proyecto popular en el poder o de una revolución en cierne hace a la seguridad del Estado y, con ello, a que los pueblos no sean, nuevamente, sometidos por el capital. Es un secreto autodefensivo frente a una potencia interventora e invasora y que hace befa del derecho internacional. Vale como desiderátum que, con el tiempo, ningún secreto sea ya más necesario. Pero hoy, en 2023, el secreto no es Venezuela o Nicaragua, el secreto es Guantánamo o Delaware, pero de eso nada dicen los púlpitos liberales.

Nada como esa noción de «democracia de minorías» nutre mejor la «carta» que los intelectuales de derecha argentinos perpetraron en 2020. Aquel liberalismo finisecular que en ese punto de la historia exhibía enjundia moral y vitalidad conceptual (podía alegar una prosapia honorable: venía de terminar con las hogueras en Europa), entendía por «democracia» lo que la etimología indica: gobierno del pueblo. Sólo cuando empezó a percibir que la dinámica económica del capitalismo creaba pobres cada vez más pobres y numerosos, y ricos cada vez más ricos y menos numerosos, cayó en la cuenta de que había que redefinir eso que constituía su justificación en el mundo: la libertad y su vínculo con la democracia. Y atinó, entonces, a decir que «nuestro sistema no se basa en la voluntad de las mayorías sino en la preservación de los derechos de las minorías». Tener a la plebe a raya; no vaya a ser que se nos venga encima, eso era.

Y allí están, esos son, los que se preocupan por sus «derechos individuales». Hoy, tanto unos como otros, intelectuales y periodistas, quieren preservar a las minorías de los secretos designios totalitarios de Alberto Fernández.

Pero falta, entonces, la refutación a tales sofismas. Pues esos sedicentes «derechos de las minorías» no son sino un ideologema de las clases dominantes. Se trata de una formación sintáctica que encubre, no que revela. Veamos.

Esa tensión descripta en términos de riesgo para la minoría frente a unas mayorías latentemente totalitarias, oculta el hecho social de que lo que instituye a la minoría como tal minoría es una cierta relación con el ejercicio de los derechos y no lo meramente cuantitativo. Estos derechos, los de la minoría, son, en potencial, los mismos que los de la mayoría, pero no se actualizan del mismo modo ni en la misma medida, sino que su ejercicio y los beneficios que de ese ejercicio se derivan, satisfacen a unos de un modo, y a otros, de otro modo. Las minorías van con ventaja en el capítulo atingente al ejercicio de los derechos y al goce de los frutos y bienes que de ese ejercicio se derivan. Y son minoría no porque son pocos, sino porque disfrutan en exclusiva de unos derechos y de los frutos de esos derechos.

La falacia ínsita a estos razonamientos clasistas consiste en reclamar derechos para una parte de la sociedad cuyo ethosidentitario no es la falta de derechos sino tenerlos en demasía y como consumación de una desigualdad nociva para la buena marcha de los asuntos públicos.

Esto último es importante por cuanto intenta remarcar que la posesión de derechos por una minoría en detrimento de una mayoría desposeída no es, ante todo, una falta moral sino un defecto estructural de la economía, pues desplaza a la masa de desempleados y precarizados hacia la función de «ejército de reserva» en vez de incorporar a esa mayoría al circuito productivo, de lo cual, ciertamente, se beneficiaría toda la sociedad.

Intelectos de derecha, unos y otros, en su momento vieron la oportunidad de politizar la cuarentena, es decir, de hacerle un poco de daño al gobierno. Módico lo suyo por donde se lo mire. Si se levantaba la cuarentena nos hubiera pasado lo que pasó en Guayaquil. Pero el odio cegaba y sigue cegando. No es que están confundidos; es que nos odian…! Unos y otros. En el límite, están asustados, y un liberal asustado es un fascista en espera.

Pues la democracia está en peligro, por cierto, y no sólo aquí sino en el mundo entero. Pero no por obra de ningún «populismo» sino porque la maquinaria capitalista ronronea y tose, exhibe signos de fatiga, quiebran sus bancos, sus bancos quiebran, y los pobres son legión que crece día a día y esto no se conjura más que con planificación socialista o con fascismo, y estos liberales a la carta abominan de la planificación y sólo alucinan, como Borges narrando la peripecia de Laprida: ¡vencen los bárbaros... los gauchos vencen ...!



(*) Abogado, periodista, escritor.
29/07/2016

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