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12/03/2023

Democracia y neoliberalismo

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En América Latina la política neoliberal fracasó en los años ’90 y dio lugar, en la primera década del nuevo siglo, a una “primavera” de desarrollo industrialista, con intervención del Estado. La opción es, cada vez más, democracia o neoliberalismo.

Humberto Zambon

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El liberalismo tradicional como filosofía e ideología es anterior al liberalismo económico y, aunque en general se confunden, conviene diferenciarlos.

Se considera como fecha de nacimiento del liberalismo a 1690 (86 años antes que la publicación del libro de Adam Smith y de la exposición del liberalismo económico) con la edición del trabajo de John Locke “Segundo tratado del gobierno civil”, que es la evolución lógica del pensamiento occidental a partir del humanismo del Renacimiento.

La visión filosófica liberal parte del principio de que existen derechos naturales inherentes a la persona humana, que son anteriores y superiores a toda organización social: son los derechos a la vida, a la libertad, a la propiedad, que son inalienables y que hacen a la esencia misma del ser humano. A este ideal liberal le debemos, en gran parte, la vigencia actual y mundial de los derechos humanos.

En el plano político, Locke suponía que inicialmente el hombre vivía en absoluta libertad con el uso irrestricto de sus derechos naturales y que, para resguardarlos, constituyó la sociedad civil con un gobierno en el que delegó expresamente parte de sus poderes. Pero aquellos poderes no delegados continúan siguen siendo de los individuos, por lo que el estado no puede avanzar sobre ellos. Es más, el hombre tiene el derecho a rebelarse contra el estado si este pretende avanzar por encima de los límites de las facultades delegadas y, de esta forma, se vuelve tiránico.

Los primeros liberales, Voltaire en particular, sostenían que el egoísmo es el motor de la conducta humana; eran individualistas, dando prioridad a la defensa de los derechos personales como la libertad personal (que sólo debía ser restringida para conservarla), la seguridad y la propiedad. En general desconfiaban de las masas, a las que consideraban incultas, por lo que estaban alejados del ideal democrático.

Por su parte, la democracia moderna tiene su origen teórico en Rousseau (1712-1778) que en su obra “El contrato social”, al igual que Locke, supone la existencia de un estado natural original donde, a diferencia es este último, allí existía la igualdad y no se conocía a la propiedad privada; este estado idílico se rompió cuando algunos pretendieron apoderarse de bienes; entonces los hombres, en defensa de sus derechos, hicieron un contrato social por el cual se sometieron a las decisiones colectivas tomadas por mayoría. Es decir, para los liberales el hombre mantiene todos los derechos no delegados expresamente y ninguna decisión mayoritaria puede afectarlos; para Rousseau la soberanía, que es indivisible, ha sido delegada en la sociedad civil y el hombre debe acatar las decisiones mayoritarias, aunque vayan en contra de sus intereses.

El divorcio inicial entre liberalismo y democracia se puede confirmar leyendo la historia de nuestro país. Los hombres que hicieron la Argentina moderna en la segunda mitad del siglo XIX eran profundamente liberales. pero nada democráticos. En la elección de las autoridades participaba solamente los hombres integrantes de una reducida elite social. Hubo que esperar a la Ley Sáenz Peña (1912) para que el voto fuera universal y secreto para los hombres mayores, y hasta 1951 para que se extendiera a todos, sin diferencia de género. Aunque, en general, en el siglo XX el liberalismo político y el ideal democrático han confluido en el respeto a las formas democráticas.

El liberalismo económico es contemporáneo al liberalismo filosófico y al político y, en general, sostenidos por los mismos pensadores. Pero no son lo mismo.

El liberalismo económico tiene como antecedentes a los fisiócratas en Francia y se consolida en Inglaterra con Adam Smith. La idea básica es que existen leyes naturales que rigen la producción y distribución de los bienes, que los hombres –cada uno en su egoísmo individual buscando su propio interés- logran la óptima asignación de los recursos, por lo que el estado debe abstenerse de intervenir. Es la frase famosa de los fisiócratas “dejad hacer, dejad pasar, el mundo camina solo” o el concepto de “la mano invisible” que gobierna las relaciones sociales de producción, según Adam Smith.

A partir de la crisis de 1929 el liberalismo económico entró en crisis, en una crisis que parecía su final definitivo: quedó sin repuestas ante la situación que se vivía y, las recomendaciones que podían obtenerse de sus enseñanzas eran decididamente contraproducente (por ejemplo, bajar los jornales individuales para mejorar la ocupación, lo que hubiera agravado la deficiencia de demanda agregada que había dejado la crisis). Los gobiernos pronto se dieron cuenta de ello y dejaron la teoría de lado, tomando medidas empíricas, de prueba y error: primero, como parecía exceso de oferta global, reduciendo la producción y destruyendo stocks; luego, ante el fracaso de estas medidas, inyectando fondos mediante la obra pública o financiando la carrera armamentista que terminó con la segundas guerra mundial.

También el liberalismo filosófico (el de los derechos humanos) y la democracia entraron en crisis en esa época: las clases sociales poderosas, luego del triunfo de la revolución en la URSS y el crecimiento de los movimientos socialista y comunista, apoyaron soluciones conservadoras autoritarias, persecutorias con la disidencia política y las diferencias de orientación sexual o racial (en especial, persecución a gitanos y judíos). Fue la época de Mussolini en Italia (1922), Primo de Rivera en España en 1923, antecedente directo de la dictadura de Franco luego de la guerra civil de 1936, también en 1923 Tsankov en Bulgaria; Pángalos en Grecia (1925), Carmona en Portugal en 1926 y Hitler en Alemania (1933); en la URSS había tomado el poder Stalin y el imperialismo japonés, autoritario, se había extendido a China, Corea y Taiwan. En el resto del mundo, inclusive Inglaterra y Estados Unidos, crecían los partidos fascistas; por ejemplo, en Argentina, el golpe contra Yrigoyen (1930) tenía plena ideología corporativa, como lo había manifestado su jefe, el Gral. Uriburu.

Luego de la segunda guerra, ante la amenaza soviética y la fuerza de los sectores populares, que habían soportado el peso de la resistencia al fascismo, el capitalismo occidental vivió un período de democracia y prosperidad, con crecimiento económico y redistribución equitativa del ingreso, con el incremento de la presencia del estado en la vida económica y social, lo que se conoce como el “estado de bienestar”. El keynesianismo fue el paradigma teórico de la época y la democracia el objetivo político.

En los años ’70, luego de la crisis del petróleo y del sistema monetario establecido en Breton Woods al finalizar la guerra, la economía occidental entró en recesión e inflación (lo que se conoció como “estanflación”) y los medios de comunicación y sectores socialmente influyentes culparon al “exceso de estado” de la crisis. En esas condiciones, renació el liberalismo económico con el nombre de “neoliberalismo”, esta vez totalmente independiente del viejo liberalismo filosófico y de los ideales democráticos.

Precisamente, su primera experiencia fue en Chile, con la dictadura de Pinochet, y luego en Argentina (Videla-Martínez de Hoz) y el resto del Cono Sur de América, donde no se respetaron ni los derechos humanos ni las formas democráticas. Del viejo liberalismo filosófico, nada. Luego se extendió a Inglaterra (Margaret Tatcher, 1979), Estados Unidos (Donald Reagan, 1981) y se consolidó como el paradigma ideológico de la época.

En América Latina la política neoliberal fracasó en los años ’90 y dio lugar, en la primera década del nuevo siglo, a una “primavera” de desarrollo industrialista, con intervención del Estado, crecimiento social y económico e intentos de integración política y económica en un renacimiento del sueño decimonónico de la “Patria Grande” de San Martín, Bolívar, Monteagudo y tantos más.

El neoliberalismo reaccionó, pero no con los golpes de estado por parte de las fuerzas armadas como en los años ’70 (aunque éstas sí participaron en el golpe a Evo Morales en Bolivia, 2019) sino en una forma mucho más sutil, con el dominio de la prensa hegemónica, el uso masivo de noticias falsas en las redes sociales (las “fake news” según el anglicismo de moda) y una justicia sometida como arma de persecución política. Así, en 1918 se persiguió a Lula en Brasil, proscribiéndolo como candidato y condenándolo a la cárcel, donde estuvo detenido 580 días, hasta que la misma justicia, por la falta de pruebas reales, debió liberarlo; se persiguió a Correa de Ecuador o se lo hace con la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner; también, con apariencias de legalidad parlamentaria, se destituyó a Lugo en Paraguay y, recientemente, a Castillo en Perú. Son formas antidemocráticas que buscan proscribir a líderes políticos e impedir la libre voluntad de las mayorías populares.

El neoliberalismo, para imponer su receta económica, vuelve a su origen, con la dictadura de Pinochet, y va tomando actitudes políticas que recuerdan al fascismo del siglo pasado. Así en Brasil, ante la pérdida de las elecciones, los seguidores de Bolsonaro, con evidente apoyo de determinados sectores, trataron de apoderarse de los edificios donde funcionan las principales reparticiones gubernamentales (parlamento, ejecutivo y justicia) para pedir un golpe de estado. Y no estuvieron muy lejos de conseguirlo.

A esta altura de la nota, creo que su título está equivocado: no corresponde la conjunción copulativa “y” sino la disyuntiva “o”. La opción es, cada vez más, democracia o neoliberalismo.

29/07/2016

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