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12/02/2023

Decime si exagero

The Last of Us: un producto del buen supermercado de la distopía

The Last of Us: un producto del buen supermercado de la distopía | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

La franquicia de videojuegos “The Last of Us”, una de las más importantes y gigantescas de la historia del entretenimiento, ha estrenado una serie basada en su argumento central. El nuevo tanque distópico parido por una de las empresas más grandes de la capital global del streaming deja varias cosas interesantes para analizar.

Fernando Barraza

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La ficción distópica nació con el siglo XX y desde que vio la luz, hace ya más de cien años, se ha convertido en un género de expresión artística que ha calado muchísimo en la conciencia de la humanidad. No importa ya cuantas veces se ha recurrido al género desde lo literario, lo cinematográfico o lo audiovisual (metan en esta categoría, series y videojuegos) pero toda vez que los críticos y tajantes postulados de análisis socio político de las ficciones distópicas asoman, algo pasa a nivel masivo. ¿Será porque en nosotros habita un realismo pesimista que se deja seducir por esos relatos de colapso? ¿O será porque las más sesudas críticas a cierta condición humana a estropearlo todo en las distopías se camuflan en escenarios de futuros devastados e ingresan en el considerando de las personas sin que chistemos y con el calor de marcas de hierro candente? Quien lo sabe... lo cierto es que nos encanta encontrar preguntas y respuestas en estos relatos de apocalipsis científico, y será por eso también que HBO y Sony han destinado largos dos años y un presupuesto trillonario para terminar la primera temporada de la adaptación de “The Last of Us”, el videojuego distópico que está de moda desde hace exactamente diez años. Pero antes de hablar de esta adaptación, hagamos un pequeño repaso por la distopía.

Según la definición de diccionario, la distopía es una “sociedad imaginaria bajo un poder totalitario o una ideología determinada, según la concepción de un autor determinado, que sería lo opuesto a la utopía”, osea que si trasladamos a la literatura o el arte en general ese nombre femenino genérico que sirve para catalogar una situación socio política adversa, obtenemos como resultado un relato o cuadro de situación ficticio en el que hablamos de un tiempo futuro en el que se ha consolidado (por razones apocalípticas o devenir de los caminos represivos del poder) un régimen autoritario que ejerce el control absoluto sobre la sociedad en su conjunto. Es decir: sobre un tapiz de ciencia ficción se consolida -hasta convertirse en una pesadilla social regente- el recrudecimiento del ejercicio de totalitarismo que podemos estar viviendo ya, en este instante. Fascinante.

Durante muchos años se tomaron como la trilogía fundante de este género a tres novelas que hoy son clásicos entre los clásicos de la literatura universal. La primera (1932) fue “Un mundo feliz” de Aldous Huxley, la segunda (1948) “1984” de George Orwell y la tercera (1953) “Farenheit 451” de Ray Bradbury. Es decir que, en el lapso de 20 años de la primera mitad del siglo XX, dos ingleses y un norteamericano llegaban para consolidar lo que hoy es uno de los géneros destacados y escogidos popularmente en la literatura y el mundo de los audiovisuales.

Lo que pocas personas conocen es que en 1920 el escritor ruso (¡cuando no!) Yevgueni Zamiatin escribió “Nosotros”, una novela que... mejor lee la sinopsis:

“En la ciudad de cristal y acero del Estado Único, separada por un muro del mundo salvaje, la vida transcurre sometida a la inflexible autoridad del Bienhechor: los hombres-número trabajan con horarios fijos, siempre a la vista de todos, sin vida privada: el «yo» ha dejado lugar al «nosotros». El narrador de este diario íntimo, D-503, es el constructor de una nave interestelar que deberá llevar al universo «el bienaventurado yugo de la razón». Pero se enamora: el amor equivale a la rebelión, y el instinto sexual al deseo de libertad. Aunque, tras extirparle a D-503 el «ganglio craniano de la fantasía», el Estado sedentario, entrópico, salga victorioso de la conspiración, allende sus muros siguen los hombres nómadas, llenos de energía, que generarán nuevos insurrectos: no existe, ni jamás existirá, la última revolución”

¿Que me contás? Hasta 1988 la novela estuvo prohibida en todos los países soviéticos y demonizada o soterrada en los países capitalistas. Su contundencia crítica sobrepasaba la barrera ideológica: los comunistas la consideraban anticomunista y el capitalismo, anticapitalista. Pero no fue el primero eh, porque ya en 1914, el escritor cubano/yucateco (psicólogo de profesión, escritor por necesidad moral) editó en México, EEUU y Cuba su novela “Eugenia (esbozo novelesco de costumbres futuras)”, un relato futurista en el que se teje la trama esencial de un buen relato distópico, ya que hay futurismo, pero ese futurismo que trae cambios tecnológicos y modernidad para que un estado se encarame de manera autoritaria y se imponga con tres tácticas que -si las revisan bien- están presentes en todos los relatos distópicos a posteriori, que son:

a) La reproducción controlada por el gobierno

b) La organización social individualista propulsada a través de una filosofía/espiritualidad impartida obligatoriamente por el estado.

c) Guerras sin armas (celebradas desde el terreno de lo mediático)

Sin lugar a dudas el ABC de la construcción de la ficción distópica ¡Y en 1914!

Bien, imaginen que con toda esta cantidad de agua de ciento diez años de historias distópicas corriendo por los canales globales del planeta, hay material de sobra para construir un edificio gigantes como como “The Last of Us”, una serie obligada empresarialmente a triunfar.

Y la verdad es que Sony y HBO han de estar contentas en este sentido, porque ese plafón de intención e interés de las audiencias por lo distópico en escena ha hecho que ya -a solo cuatro capítulos estrenados al cierre de esta nota- el primer suceso universal audiovisual mundial de 2023 es esta gigantesca distopía. No es ni sorprendente ni extraordinario que esto esté sucediendo, pero lo que se paga aquí no es la originalidad, sino el saber jugar con el espíritu de época, los gustos masivos y -de paso- entregar una obra digna de ser recordada años después de su estreno.

Es muy probable que esta serie cumpla esa premisa.

La historia germinal de “The Last of Us” parte del mencionado videojuego homónimo, una apuesta sofisticada desde el desarrollo técnico que tiene -más allá de ese desarrollo- un importantísimo pie en lo argumental. El guion del juego corre por cuenta de la dupla conformada por Jason Rubin, guionista de historietas cuentista, pero más que nada el tipo que se centra en la dirección general del juego y Andrew Scott Gavin, el cerebro creativo de la historia, un novelista que en su novela “The darkening dream” pone en escena una reinvención científica de los tradicionales y ya un tanto gastados vampiros y en su otra novela, “Untimed”, toma el tema de los viajes en el tiempo de una manera tan original que varias ficciones posteriores parecieran haber tomado prestadas alguna que otra idea (levanten la mano los guionistas de “Dark”, por ejemplo). Este fue el dúo que inventó la historia de las aventuras de un ex-obrero de la construcción devenido en temerario superviviente de una hecatombe pandémica que ha convertido a gran parte de la humanidad en zombies invadidos por una variedad de hongos cordyceps que aprendieron a sobrevivir dentro de los cuerpos humanos y los controlan (haciendo que se muerdan unos a otros y se contagien) para seguir subsistiendo dentro de ellos. En este contexto, en el que el mundo se resetea con un apocalipsis de la caída de la civilización tal como la conocemos, este obrero, Joel, debe llevar a través de EEUU a una niña que bien puede ser la cura.

Con esta materia prima bien pero bien contundente Craig Mazin, el guionista de la súper celebrada miniserie “Chernobyl”, trabajó esta adaptación para HBO junto al director creativo del videojuego original, el israelí Neil Druckmann. El resultado final es un tanque pochoclero que posee las fortalezas casi marketineras de un blockbuster, pero no tira pro la borda la cuota de mística profunda que una ficción distópica ha de tener.

Hasta el momento (repetimos: con cuatro capítulos estrenados) el ABC de la distopía se cumple con propuestas bastante interesantes:

a) La reproducción controlada por el gobierno (todas las personas híper controladas en zonas de encierro que supuestamente están libres de contagio, “te encierro de por vida porque te cuido” sería la impronta)

b) La organización social individualista propulsada a través de una filosofía/espiritualidad impartida obligatoriamente por el estado (a través de los presupuestos dictados por la Agencia Federal de Respuesta a Desastres, en inglés FEDRA).

c) Guerras con y sin armas (en este caso a través de la propalación en las calles de recomendaciones para ser buenos ciudadanos y la difamación pública o la represalia armada contra el grupo contracultural rebelde de Las Luciérnagas)

Para ninguno de estos postulados la serie ha recargado demasiado el discurso maniqueo que suelen usar los norteamericanos para ideologizar el contenido de sus ficciones. Si bien algunos puntos de vista son ideológicamente claros (no soslayemos que esta es una producción de Sony y HBO con la venia del gobierno de los EEUU), los personajes que descreen de la resistencia contracultural de las libélulas no tienen un contra-ejemplo para dar dentro de esta sociedad destruida, y ninguno de ellos (ni siquiera los soldados de FEDRA) pueden negar que el estado totalitario que se vive en este nuevo mundo es prácticamente nazi. Es decir, la serie se está desarrollando en un plano que busca saltar el maniqueismo habitual de las ficciones norteamericanas. Aquí no hay ningún Capitán América posible, mucho menos un personaje bestialmente hipócrita como el millonario enriquecido con la venta de armas Tony Stark disfrazado de Iron Man.

Lo bueno de esta serie (hasta ahora, sigamos haciendo la salvedad) es que ha optado por contar la historia en primer plano de los personajes con mucha intimidad. Así como “1984” se centra en la valentía creciente de Winston Smith, en la fuerza de la rebelión nacida del simple amor que siente por Julia; así como Bradbury se apoya en la crisis existencial cotidiana y hogareña del bombero Montag para contar su “Farenheit 451”, los creadores de esta serie no abandonan jamás los estados de ánimo que motorizan a Joel (el obrero de la construcción que devino en rudo sobreviviente en el apocalipsis) y a Ellie (la adolescente que debe dejar de ser niña para aceptar el rol de la gran cura de la plaga zombie/funguífera que lleva como mandato de la naturaleza). Muy pero muy muy bien la dupla actoral de Pedro Pascal y Bella Ramsey. Bueno, en este sentido -el del humanismo intimista- la serie es mucho más potente cuando se comporta más como “La Carretera” de Cormac McCarthy que como “The Walking Dead”, ya que es narrativamente mucho más rico ver en escena como dos personas normales optan por resolver conflictos en la adversidad más grande que estar viendo escenas de súper acción de héroes de lata, como los que suele empaquetar Hollywood desde hace 70 años. Ni hablar cuando el abanico se abre y vemos un capitulazo (hasta aquí el mejor, por lejos) como el tres, que cuenta la historia de amor entre Bill y Frank, un típico norteamericano paranoico antisistema armado hasta los dientes y un pintor romántico a más no poder. Si van a encarar la serie, este será el capítulo que les enganche.

Bien, hasta aquí, entonces, podemos hablar de un trabajo importante plasmado en esta serie, que le debe muchos elementos a varios clichés del género distópico, pero que ha sabido cargar de espíritu propio al relato que narra. Veremos como sigue el asunto y esperamos que el típico subrayado moral de las superproducciones norteamericanas no termine aflorando con el transcurrir de los capítulos. Pongo como ejemplo el inicio del virus: hasta ahora el ser humano no es culpable de su aparición, todo se trata de una adaptación natural de los hongos para habitar los cuerpos humanos. Si con el transcurrir de los capítulos la producción decide empezar a culpar a gobiernos asiáticos, rusos o musulmanes... pues bien, volveremos por aquí para hablar sobre la tendencia que suelen tener a ser burdos aleccionadores. Por ahora eso no pasa, y se puede disfrutar de un entretenimiento que -de paso- te deja pensando en ese interesante ABC que disparan las buenas ficciones distópicas.

Pegale una miradita y... ¡Decime si exagero!

29/07/2016

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