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12/02/2023

Estado y economía

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Los países ricos lo son gracias al Estado y a la protección de sus economías. Esto hizo Inglaterra hasta que se convirtió en la principal economía mundial y entonces “inventó” el liberalismo económico.

Humberto Zambon

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Desde los años ’70 del siglo pasado hay un persistente discurso a la relación entre la economía de un país y la presencia del Estado en la misma que, ampliado por las organizaciones internacionales y por los economistas del sistema, que domina la enseñanza y la comunicación, insiste en que el mercado es la mejor fuente de información para la toma de decisiones; que se trata de un juez imparcial que decide quien prospera y quien no (por ser ineficiente), mientras que el Estado, si interviene, distorsiona esas decisiones, las burocratiza y las corrompe. Por eso lo mejor, y lo demostrarían los países ricos con su éxito, es la adhesión al neoliberalismo y dejar al Estado que se ocupe de la justicia, la policía y, según algunos, de la educación y la salud, aunque muchos estiman que también estas actividades, así como la previsión social, es mejor que queden en manos de las empresas privadas.

Lo que no nos dicen es que los países ricos lo son gracias al Estado y a la protección de sus economías. Esto hizo Inglaterra hasta que, a fines del siglo XVIII, con la revolución industrial, se convirtió en la principal economía mundial y la única industrial moderna y, entonces, “inventó” al liberalismo económico para asegurar su primacía y tratar que los demás países no compitan con sus industrias; promovió el librecambio y la división internacional del trabajo para que los demás fueran proveedores de materias primas y mercado de sus productos.

Los países que hoy son desarrollados, en particular Alemania y Estados Unidos, no aceptaron la tesis de Gran Bretaña y mediante intervención del Estado y proteccionismo se industrializaron y recién entonces decidieron adherir al liberalismo económico. Fue el presidente Ulysses Grant que, en el siglo XIX, sostuvo que “dentro de 200 años, cuando América haya sacado de la protección todo lo que puede ofrecer, también adoptará el libre comercio”.

Aún con mayor intervención, en Japón directamente fue el Estado el que creo las empresas industriales, financió la adquisición del conocimiento y, cuando aquellas estuvieron maduras, las entregó a la empresa privada. Y no es necesario hablar de Rusia o de China.

El economista coreano Ha-Joon Chang relata el caso del acero en Corea. A principios de los años ’60 su país era un típico país subdesarrollado, exportador de materias primas como productos de la pesca y tungsteno y algunas manufacturas simples y baratas. En 1965 lanzó la idea de una acería integrada, lo que los economistas del Banco Mundial, las instituciones financieras y los analistas consideraron una verdadera locura, ya que Corea no tiene ni hierro ni carbón y una acería debería importar ambas materias primas básicas. Ante el rechazo generalizado y la ausencia de inversores particulares, el gobierno en 1968 creó la Pohang Iron and Steel Co (conocida como “POSCO”) como empresa pública y, para financiarla, convencieron a los japoneses que, como parte de las reparaciones de guerra, aportaran capital, maquinarias y asesoramiento técnico. En los ‘80 era un emprendimiento rentable a nivel mundial y en los ’90 se convirtieron en una de las primeras acerías mundiales. En el año 2001, siendo muy rentable, fue privatizada por las presiones políticas internacionales.

Siguiendo con Corea, también informa sobre numerosos casos en que la dictadura militar desarrollista, en los años ’60 y ’70, mediante créditos de fomento, subvenciones, exenciones impositivas y, si era necesario, visita de la policía secreta, hicieron posible la creación y crecimiento de numerosas empresas consideradas estratégicas; por ejemplo, LG en cables eléctricos y, luego en electromecánica, Hyundai en astilleros, convertido en uno de los primeros a nivel mundial. También el Estado o los particulares con apoyo público posibilitaron el desarrollo de otras áreas como informática, semiconductores, aviación, biotecnología, etc.

Los neoliberales tampoco nos cuentan que durante los años ’60 y ’70, época de gobiernos estatistas y desarrollistas, en los países del África Subsahariana el ingreso per cápita creció a una tasa promedio del 1,6% anual, mientras que a partir de los ’80, en que por presión internacional se volcaron al neoliberalismo y a las reformas pro-mercado, ese crecimiento bajó al 0,2%.

Ni nos cuentan que a medida que avanza la tecnología y los conocimientos científicos asociados, la investigación que culmina en innovaciones productivas requiere cada vez más tiempo y costos más grandes, lo que vuelve a las empresas privadas renuentes a enfrentarlos y que en los países ricos, a pesar que la ideología neoliberal aún dominante despotrica contra el Estado y considera nociva su intervención en la economía, el Estado reemplaza al empresario y cumple un papel fundamental en la innovación tecnológica. Mariana Mazzucato, profesora de la universidad de Sussex, Gran Bretaña, da numerosos ejemplos de este fenómeno: la biotecnología y el 75% de las nuevas drogas aprobadas por el Departamento de Salud de Estados Unidos han resultado de investigaciones pagadas por el Estado; lo mismo ocurre con el algoritmo de búsqueda de Google, la tecnología que está detrás del IPhone de Apple o la fractura hidráulica para la explotación de gas y petróleo.

Durante la reciente pandemia la realidad mostró las consecuencias del desmantelamiento estatal de la salud pública y todos los estados, no solo el nuestro, debieron endeudarse para tratar de reconstruirlo para bien de la sociedad. Después de esta triste experiencia cuesta entender cómo hay sectores, que defendiendo sus intereses materiales, vuelven con su prédica anti-estatal.

Lo cierto es que si queremos un país moderno y en desarrollo es necesario abandonar definitivamente el cuento del libre comercio y hacer que el Estado planifique, proteja y desarrolle la economía. Y también, para no perder el tren de la historia, desde el Estado debe priorizar el conocimiento de las ciencias básicas y apoyar la investigación, sea pura o aplicada. Durante los tres gobiernos de los Kirchner mucho se hizo en ese sentido, desde la creación del ministerio de Ciencia y Técnica con buen presupuesto al fomento de la investigación en las universidades y centros especializados y la repatriación de científicos, esos que en los años ’90 se “mandó a lavar los platos”; esa política fue la que el gobierno de Macri trató de desmantelar y dejar sin financiación.

Hay que reconocer que actualmente se está tratando de recuperar el tiempo perdido y retomar la senda del crecimiento, con la presencia activa del Estado. Es de esperar que esta política se mantenga en el futuro.

29/07/2016

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