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Desde el nacimiento de nuestro país se presenta el conflicto de dos proyectos antagónicos: uno, que representaba los intereses comunes a todos los pueblos del interior del entonces virreinato, que quería una rápida independencia, con un Estado que defendiera y alentara sus actividades industrio-artesanales, con una visión continental, y el otro, el de los comerciantes de la ciudad-puerto, que se fundamenta en el libre comercio y en las relaciones con las potencias europeas, en el que la independencia y la soberanía ocupaban un lugar secundario.
Como expresión del primero, Manuel Belgrano, por ejemplo, sostenía que “Todas las naciones cultas se esmeran en que sus materias primas no salgan de sus estados a manufacturarse… Nadie ignora que la transformación que se dé a la materia prima dan un valor excedente al que tiene aquella en bruto, el cual puede quedar en poder de la Nación que la manufactura… lo que no se conseguirá si nos contentamos con vender, cambiar o permutar las materias primas por manufactura”; el mensaje en pro del desarrollo manufacturero en momentos en que comenzaba la revolución industrial es claro. También Mariano Moreno, en la misma línea de pensamiento, defendía la presencia de un estado fuerte que interviniera en la economía, con explotación estatal de la riqueza minera y control del crédito y comercio internacional; decía Moreno “(con el fomento)de las artes, agricultura, navegación, etc. producirá en pocos años un continente laborioso, instruido y virtuoso, sin necesidad de buscar exteriormente nada de lo que se necesita para la conservación de sus habitantes, no hablando de aquellas manufacturas que, siendo como un vicio corrompido, son de un lujo excesivo e inútil, que debe evitarse, principalmente porque son extranjeras y se venden a más oro que lo que pesan”.
Este enfrentamiento ideológico no es exclusivo de Argentina, sino que se dio en distintos países. En Estados Unidos, por ejemplo, se dio entre un sur agrícola exportador, basado en el trabajo esclavo, que le interesaba el libre comercio para colocar su producción e importar bienes manufacturados baratos, frente al norte industrial que requería protección para desarrollarse. La Guerra de Secesión resolvió el conflicto en forma definitiva, haciendo de Estados Unidos una potencia industrial.
En cambio, en nuestro país, el conflicto nunca se resolvió en forma clara, pero prevalecieron los intereses de Buenos Aires que, parafraseando a Martínez de Estrada, convirtió al país en lo que podemos definir como un Goliat pobre con una cabeza rica. El primer proyecto subsistió, fundamentalmente, como actos de desobediencia y rebeldía y, durante determinados períodos de gobierno en el que trataron de construir una nación independiente y desarrollada, pero que luego los representantes de la ciudad-puerto se encargaron de dejar de lado mediante sus dos armas preferidas: la apertura económica y el endeudamiento público externo.
El primer gran desobediente fue Manuel Belgrano. Ante la indecisión de Buenos Aires de declarar la independencia política, 27 de febrero de 1812 decidió unilateralmente crearla e izarla como símbolo de país independiente. Escribió al Triunvirato: "siendo preciso enarbolar bandera, y no teniéndola, la mandé hacer celeste y blanca, conforme a los colores de la escarapela nacional". Le contestó Rivadavia, sugiriéndole que hiciera pasar el episodio de Rosario como "un rapto de entusiasmo" debiendo "guardarla [la bandera] cuidadosamente". Hubo otros actos de rebeldía: por ejemplo, cuando estaba al frete del Ejército del Norte, recibió órdenes del gobierno de Buenos Aires de retroceder hasta Córdoba, Lo que fue resistido por Belgrano que le escribió a Rivadavia que de esa forma dejaban todo nuestro Noroeste al enemigo, lo que haría imposible su posterior recuperación. Por suerte para el país, su desobediencia lo llevó a enfrentar al ejército español en Tucumán y, luego, en Salta (1813).
Otro gran desobediente fue San Martín. En 1819 se enfrentaron los intereses entre Buenos Aires (personificado en Rivadavia y el Directorio) y el interior, a cuyo frente estaban Gervasio de Artigas y Estanislao López, entre otros gobernadores, y en dos oportunidades San Martín desobedeció la orden de los Directores Supremos, Pueyrredón y Rondeau, respectivamente, de que volviera con el ejército de los Andes a defender a Buenos Aires, dejando de lado la liberación de otros países de América del Sur. En esa oportunidad escribió a López y Artigas: “La sangre americana que se vierte es muy preciosa y debería emplearse contra los enemigos que quieren subyugarnos. Mi sable jamás saldrá de la vaina por opiniones políticas”. Buenos Aires, y Rivadavia en particular, no se lo perdonaron y utilizando la prensa amiga, lo acusaron de corrupto, de manejo oscuro de los fondos públicos (como después hicieran con Hipólito Yrigoyen, Juan Perón y con Cristina Fernández) y con ambiciones de convertirse en dictador de las Provincias Unidas.
Dice Rodofo Terragno “…cuando el General estaba en Los Barriales el Ministro (Rivadavia) lo ‘cercó de espías’ e hizo que su correspondencia fuera ‘abierta con grosería’” (Rodolfo Terragno “Diario íntimo de San Martín”, Sudamericana, Buenos Aires, 2019). Es más, en 1823, cuando planea su regreso a Buenos Aires, pretendieron juzgarlo por un tribunal de guerra. En esa oportunidad Estanislao López le escribe: “Sé de una manera positiva por mis agentes en Buenos Aires que a la llegada de V.E. a aquella capital será mandado juzgar por el gobierno por haber desobedecido sus órdenes en 1817 y 1820, realizando en cambio las gloriosas campañas de Chile y Perú”.
El enfrentamiento de los dos proyectos continuó durante muchos años con los caudillos enfrentados a Buenos Aires. En esa oportunidad el gobernador de Corrientes, Pedro Ferré, escribió: "…los pueblos cuya riqueza y poder admiramos hoy, no se han elevado a este estado adoptando en su origen un comercio libre y sin trabas, y ni aun ahora que sus manufacturas y fábricas se ven en un pie floreciente... No puede ser que la benemérita Buenos Aires, cargada de laureles, hubiese derramado su sangre y sacrificado su fortuna, para convertirse perpetuamente en un país consumidor de los productos y las manufacturas del mundo. "
Hoy asistimos a un nuevo episodio del viejo enfrentamiento de los dos proyectos, que vuelve a tomar la forma de rebeldía. En este caso del Ejecutivo Nacional, acompañado de la mayoría de los gobernadores, contra una decisión que toma una justicia desprestigiada y que traslada recursos nacionales que, en lugar de ir a apoyar el interior empobrecido, se destinarían a la rica ciudad-puerto gobernada, como casi siempre, por las fuerzas conservadoras.
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