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Quiero iniciar mis palabras de homenaje a los 39 años de recuperación de la democracia en la Argentina, valiéndome de palabras recientes de un funcionario que trabaja desde su puesto por ese compromiso de construcción colectiva todos los días: “Las sociedades que padecieron cataclismos políticos terminales, como la última dictadura en la Argentina, deben inventar formas de reconstrucción desde sus cimientos. Deben volver a elaborar imaginarios, a consensuar valores, a redefinir reglas de convivencia. También deben recuperar las instituciones y el Estado de las dinámicas autoritarias. Las políticas de terrorismo de Estado, el genocidio y la exclusión social de la última dictadura plantearon a nuestra sociedad esta tarea titánica, hoy en curso”.
Consolidar la democracia cada día es construir instituciones que otorguen prioridad a la equidad y la solidaridad; es poner en el centro los derechos humanos desde una concepción integral.
Con el fin de la dictadura cívico militar, se empezaron a conocer las formas concretas del horror en los testimonios de víctimas sobrevivientes. Fue un tiempo en el que valentía de un Presidente que se llamó Raúl Alfonsín, y la de algunos jueces y fiscales buscó curar al menos en parte heridas profundas que sangraban y aún duelen. Las organizaciones de Derechos Humanos jugaron un papel crucial en la recomposición de tejido social. Las Madres y las Abuelas marcaron rumbos claros llenas de coraje, sin odio, pero reclamando justicia. Y hoy con la carga de años de expresar clamores y buscar hijos y nietos siguen reclamando que haya luz y verdad construidas desde la memoria, y siguen pidiendo justicia.
En esa Argentina que salía del infierno, en las que cada uno tanteaba en la oscuridad, de a poco se fueron recuperando los espacios públicos que hicieron posible recorrer ese laberinto de forma colectiva. Las rondas en la Plaza, las marchas en cada pueblo y ciudad replicaron el clamor con manos en comunión, con pancartas, lágrimas y dolores.
Así gracias a tantas y tantos valientes que han escrito la historia del NUNCA MÁS, años después Néstor Kirchner escribió un tramo fundamental de la historia, recuperó los juicios y hubo y hay penas en defensa de la vida. Hay testimonios y velos corridos, pero mucho camino queda aún por recorrer para que ello traiga justicia en plenitud.
No sólo la dictadura cívico militar rompió el tejido social, destruyó familias, cegó vidas jóvenes, y se robó el trabajo solidario de monjas, curas, mujeres y hombres en una Argentina desigual. También lo hizo el neoliberalismo en los ‘90 con sus políticas, como una gran ola que vino en una tormenta mundial, recaló en nuestras costas, y penetró en nuestras instituciones, en las mentes y los gobiernos. Esa ola destruyó espacios nacionales, productivos y de derechos sociales, laborales, y previsionales; moldeó normas con ese fin, y se abrazó a los poderes financieros internacionales y a los organismos creados a tal fin. Y así fue amputándole al Estado empresas históricas que construyeron territorio, entregándolas en el altar de un libre mercado falso, ya que fueron cooptadas por grupos concentrados en nombre de la competitividad y hoy encarnan las remarcaciones brutales de precios y hasta de tarifas protegidas por sentencias judiciales. Ese tiempo de democracia restringida, de desesperación y ahorros apropiados, se cobró vidas por desempleo, por indigencia, por negación de derechos, y con sus aguas plagadas de creencias en el valor absoluto de la ganancia, la renta financiera, el individualismo y el egoísmo. Y con el uso de la violencia policial volvió a sembrar sangre en estaciones y playas ferroviarias, en la plaza de Mayo, y en calles y merenderos llevándose puesta hasta la vida del Ángel de la bicicleta al tirar balas de muerte cuando había pibes y pibas comiendo para conservar sus vidas, sus sonrisas e ilusiones.
El nuevo siglo dio otra oportunidad. La democracia volvió a amanecer de la mano de políticas pensadas y ejecutadas con pasión en materia de justicia, de reconstrucción económica y de derechos sociales. La banda argentina cruzó el pecho de Cristina Presidenta con la convicción de trabajar por reducir las desigualdades de ingresos y oportunidades, Llevó adelante en el bicentenario de la Patria políticas inclusivas orientadas a jóvenes, a mujeres, en lo educativo, lo previsional, lo sanitario, lo científico, lo productivo y lo laboral. Y con ellas, y a pesar de la crisis financiera mundial de 2008 que volvió a traer olas recesivas, en 2015 el salario mínimo en la Argentina era el más alto de América Latina; el desempleo era menor al 6%; el índice Gini –que mide desigualdad social– pasó de 53,8 a 41,8% entre 2002 y 2015.
No fue magia, requirió de convicción centrada en lo nacional, de políticas activas, de voluntad y energía colectiva, porque el Estado históricamente cooptado por los poderes fácticos pasó a ser un campo de disputa en la construcción de la democratización, en la discusión de tributos y retenciones, en la distribución secundaria del ingreso, en la dura puja por garantizar paritarias libres, en la prestación de los servicios públicos, en la protección del valor de la moneda y la regulación de precios y tarifas, y en el diseño y ejecución de los programas de educación, salud y seguridad social.
Pero otra vez las nuevas olas neoliberales con apoyo logístico y material desde afuera, en un juego combinado con núcleos de poder históricos desde adentro, volvieron a poner en riesgo derechos y espacios económicos nacionales. Jugaron ese partido sectores económicos, judiciales, de inteligencia, de la comunicación, de la usura financiera, la fuga de divisas y la evasión, Hoy en tiempos de pandemia y de guerra transitamos un momento complejo de la construcción democrática, el que nos pide a todos y todas, reflexión, memoria, y diálogo respetuoso para desterrar la violencia política. Para que sea verdad que NUNCA MÄS habrá magnicidios en la Argentina.
Es por eso que a 39 años de aquel 10 de diciembre de Alfonsín quiero resaltar la relación indisoluble entre democracia y justicia social, quiero recuperar las banderas de la igualdad y la fraternidad y por ello rechazar los proyectos de exclusión social que sabemos que se imponen con violencia.
Los ataques a la democracia son por este tiempo nuevos y renovados. Hoy buscan erosionar deliberadamente la confianza pública en las instituciones democráticas y correr los límites del discurso aceptable en términos de discriminación, racismo y violencia. Todo eso jaquea la democracia.
Vivimos una democracia que es dinámica, que plantea tensiones, que no presupone un progreso lineal, constante e inevitable, que para garantizar la plena vigencia de los derechos humanos enfrenta intereses y comportamientos agazapados, que corre riesgos y plantea desafíos. Que debe defenderse colectivamente, y debe fortalecerse con la memoria y una justicia real en lo económico, lo social, lo territorial, de género e intergeneracional. Porque trabajar por la protección de los derechos humanos es condición de la democracia, y como el mito de Sísifo, es una tarea que no tiene fin. Es empujar la piedra hacia lo alto de la montaña, sabiendo que puede caer y exigir volver a levantarla, a empujarla, entre avances y retrocesos.
Cierro con expresiones del recientemente fallecido juez brasileño Antonio Cancado Trindade: “Defender la democracia de ataques discursivos y fácticos es como volver a empujar la roca de Sísifo hacia arriba, pero hay que juntar fuerzas y seguir haciéndolo con esfuerzos individuales y colectivos, y aprender a hacerlo cada día mejor y con memoria, porque las amenazas están agazapadas. Cambia la forma en que ellas se expresan, aparecen nuevos actores, nuevas formas y métodos, pero su objetivo es siempre el mismo: hacerse del poder para defender intereses que excluyen a las grandes mayorías”. Por ello, NUNCA MAS DICTADURAS NI NEOLIBERALISMO CON DESENFRENO MERCANTIL Y JUSTICIA CÓMPLICE.
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