El enamoramiento que suscita Rolando Figueroa por estos días entre ciertos sectores opositores al partido provincial, trae a la memoria el mismo entusiasmo que generó la llegada de Jorge Sobisch a la gobernación de Neuquén en el año 1991. Oportunidad en la que triunfó frente a la coalición Un Cambioque llevaba como candidatos a Oscar Parrilli y Daniel Baum.

Alicia Gillone, “Chango” Arias, “Coco” Mantilaro, Osvaldo Pellín, entre otros, se sumaron a un gobierno que prometía modernización, transversalidad y cuentas claras. El ex dirigente del club Independiente se presentó como lo nuevo, el verdadero cambio. Como el elegido para “desterrar las practicas ortodoxas y paternalistas del largo reinado de Felipe Sapag”. Y para conseguirlo, se aseguró el apoyo del hijo mayor de don Canaán: el senador vitalicio, Elías Sapag.

El encanto duro poco. Cumplió con la democratización del Poder Legislativo, vía una enmienda refrendada en una consulta popular en el año 1994, pero al mismo tiempo se convirtió en uno de los principales ejecutores de las políticas neoliberales que aplicó el menemato durante la larga década del ´90. Lo demás, es historia conocida: las denuncias de corrupción, los sobornos para elegir jueces, el vaciamiento y desguace del Estado en favor del empresariado ligado al gobierno, y el fusilamiento público del maestro Carlos Fuentealba.

Que hoy “El Rolo” concite fervor entre las huestes del Pro y de Juntos por el Cambio no debería llamarnos la atención pues Figueroa inició su cursus honorum como funcionario de Sobisch y se nutrió de esa arena política e ideológica. Nunca se definió como Felipista ni heredero del primer MPN y, mucho menos, mostró sintonía con los gobiernos populares de Néstor Kirchner y Cristina Fernández.

Hace más de dos décadas ocupa cargos de relevancia y durante ese lapso formó parte de todos los gobiernos del MPN. Gobiernos que han profundizado la desigualdad y han dejado como saldo los más altos niveles de pobreza de la Patagonia, un déficit de más de 100 mil viviendas y localidades que, -en el corazón de Vaca Muerta-, todavía no cuentan con los servicios básicos de gas y agua potable.

Lo que sí llama la atención es que partidos como el justicialismo y espacios progresistas del Frente de Todos, que supieron ser segundas fuerzas, hoy se conformen con transformarse en simples colectoras al estilo de las que fueron pioneros Sergio Gallia, Daniel Baum, “Tom” Romero, Carlos Sánchez, entre otros.

Mucho se habla de la necesidad de cambiar la matriz productiva de la provincia. Y está bien que así sea. El modelo económico basado en el empleo y la obra pública hace tiempo mostró su agotamiento. Las utilidades provenientes de la explotación petrolera se deben utilizar para diversificar la economía y realizar obras productivas permanentes, como sabiamente lo establece la constitución de Neuquén. Éste es un mandato insoslayable.

Ahora ¿es posible cambiar la matriz productiva sin cambiar la matriz política?

¿Podrá comenzar una nueva época quien forma parte del mismo lote de contadores y tecnócratas que han gobernado y que tuvieron cargos de importancia como Manganaro, Koopmann y el propio Omar Gutiérrez?

¿Podrá hacerlo quien no fue consecuente con la formula que lo llevó a presidir la Legislatura Neuquina y a ser parte del gobierno?

¿Podrá fundar un nuevo tiempo quien con todo desparpajo dijo “que si contaba algunas cosas intimas de Omar Gutiérrez éste no podría seguir siendo gobernador”?

¿Podrá hacerlo quien hasta el momento no explicitó ningún plan de gobierno que priorice la generación de trabajo genuino y la recuperación de los principales resortes de la economía y de la renta petrolera al servicio del pueblo neuquino?

Son sólo algunos interrogantes necesarios en estos tumultuosos tiempos que corren, en una provincia que no deja de ofrecer sorpresas e incertidumbres.