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Eran cerca de las tres de la tarde cuando recibí la llamada de un amigo avisando que Las Madres solicitaban, a quienes pudieran, que se acercaran a su Casa, frente a Plaza Congreso, en apoyo ante el inminente despliegue policial, que se aprestaba a ejecutar la orden de detención contra Hebe emitida por el juez Martínez de Giorgi, por la causa "Sueños Compartidos".
Estaba cerca, y salí del trabajo decidido a sumarme para intentar frenar la embestida judicial apoyada por el nuevo gobierno: era el 4 de agosto de 2016 y transcurría recién el octavo mes del gobierno macrista que ya mostraba sus dientes. Enfilé para la sede de Las Madres, sabiendo que a las tres y media darían inicio a la ronda 1999 en la Plaza de Mayo. Su Plaza.
Caminé a paso acelerado, observando a la distancia que ya se reunía un grupo de personas en la cuadra de la Casa. Junto a ellos, una parte de los convocados eran de la Guardia de Infantería de la Policía Federal. Esos ásperos muchachos, y ahora también mujeres, portando uniformes, escudos y bastones tan largos como duros para desalentar ideas extrañas al poder represivo. Al acercarme, me invadió cierta angustia. El equipo policial se parapetó frente a un, todavía, reducido grupo de personas, quienes buscábamos cobijar con solidaridad y decisión a ese pequeño y a la vez enorme conjunto de mujeres.
A la orden del jefe del operativo los móviles policiales bloquearon el vehículo -una combi- de Las Madres, que estaba listo para trasladarlas a su ronda, y la Infantería se plantó frente a la gente, quienes les gritábamos de todo. Pero de repente, en un movimiento sorpresivo, los efectivos, con móviles incluidos, quedaron rodeados. Al mismo tiempo un grupo de compañeros subieron a Las Madres a la combi, con Hebe a la cabeza, y comenzaron a eludir el cerco policial conduciendo por la vereda, y escoltadas por más gente que se iba acercando alertados por las noticias que ya corrían por la ciudad.
La sorpresa fue grande para la policía, que tardó preciosos segundos en reaccionar y nos permitió proteger la salida, armando una barrera frente a lo que se insinuaba como un intento de persecución. Garrotes levantados, golpes a mano limpia sobre los escudos me hicieron sentir que lo peor volvía tras muchos años de creer que esos tiempos se habían terminado. Tensos, comenzamos a retroceder cautelosamente, y cara a cara ante las fuerzas que fueron a detener a unas viejas de más de 80 años, símbolo nacional de la resistencia a la prepotencia de represores armados y jueces encubridores.
Tras unos breves minutos comenzamos a darnos vuelta y caminar a paso de triunfo tras la combi hacia la Plaza de Mayo. Vimos que no nos seguían y largamos con los cantos. La rabia me bloqueaba las palabras.
Supe que Víctor Hugo Morales, horas después, le dijo por radio a Hebe, ante la ágil gambeta de elusión automovilística:
- Hicieron una jugada maradoniana.
–Sí... y el pueblo convirtió el gol–, contestó siempre ocurrente, con ese espíritu colectivo que supo transmitir, ella y todas ellas, a partir de un drama personal, que se reveló social, y que con su lucha las convirtió en pilares de la democracia.
Cuando esa noche llegué a casa, agotado por la tensión, la bronca y el miedo de volver a lo peor de nuestra historia, no pude dejar de ver numerosas veces esas imágenes televisivas de la ya histórica gambeta. Una gambeta tan bella como la realizada ante los ingleses, pelota al pie, por ese otro héroe nacional en territorio mexicano. Imágenes que siempre vuelven, que siempre volverán.
Una combi que se escapaba con las locas de la Plaza para cumplir su militante misión de dar testimonio, la vez número 1999, en esa histórica plaza. Unos locos, tan locos como ellas, que le cortamos el paso a la venganza; y otros tantos locos desesperados de alegría que daban saltos con los brazos en alto mientras veían la consumación de un acto de justicia. Un luminoso día de justicia.
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