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30/10/2022

Pateando la escalera

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La imposición del liberalismo económico fue la herramienta ideológica utilizada por Gran Bretaña para tratar de “patear la escalera” de los demás países.

Humberto Zambon

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“Patear la escalera” es una expresión del alemán Fridrich List, dicha en el siglo XIX y que fue retomada por Ha-Joon-Chang en un libro del año 2002; entre nosotros, fue rescatada por Matías Vernengo en un artículo en la Revista Circus (Nº 6). Si imaginamos al desarrollo económico como una enorme muralla a escalar por la sociedad, resulta que los países que llegaron a la cima tratan de mantener una exclusividad impidiendo que también lo hagan los pueblos pobres, es decir, le “patean la escalera” para que no puedan subir. En realidad, para List el gran villano era Gran Bretaña y entre a quienes se le impedían ascender estaba su país, una Alemania todavía fragmentada. Pero las cosas cambiaron.

En un breve repaso histórico, Mario Rapoport nos recuerda que, en 1580, Francis Drake, corsario armado por Gran Bretaña, obtuvo gran riqueza asaltando barcos españoles que iban o volvían de América. Con lo recibido la reina Isabel I pagó la deuda pública, equilibró las cuentas públicas y le sobraron 40.000 libras que colocó en compañías como la de Indias Orientales. Según Keynes, ese importe al 3,25% anual representa los 4.000 millones de libras colocadas en el exterior en 1930. Luego continuó quitándole riquezas a España mediante el comercio que, con un fuerte proteccionismo estatal a la economía, hizo que Inglaterra tuviera superávit comercial. Posiblemente sea por esta razón, por sus orígenes, que el capitalismo nunca pudo separar muy bien lo que es intercambio legítimo de lo que es piratería.

Lo cierto es que Inglaterra, ante el crecimiento de la demanda europea de manufacturas originada en la riqueza extraída de América y con el capital suficiente acumulado, inició la revolución industrial en las últimas décadas del siglo XVIII, convirtiéndose en el único país con industrias modernas en el mundo. En ese momento olvidó que gracias al estado y al proteccionismo económico había logrado esa posición y se imaginó un mundo con una división del trabajo en base a las ventajas comparativas en las distintas producciones; es decir, a Gran Bretaña le correspondía especializarse en la manufactura industrial y los demás países en proveedores de materias primas y alimentos y en mercado para la colocación de la producción inglesa. Para lograrlo inventaron al libre cambio, la no intervención del estado en la economía y la división internacional del trabajo; todo el arsenal de ideas que se conoce como liberalismo económico.

La imposición del liberalismo económico fue la herramienta ideológica utilizada por Gran Bretaña para tratar de “patear la escalera” de los demás países. Como dice Joseph Schumpeter en su monumental “Historia del análisis económico”, “los defensores ingleses del libre cambio postulaban la universalidad de su argumentación. Era para ellos eterna y absoluta sabiduría, válida en todo tiempo y lugar; el que se negara a aceptar el libre cambio había de ser un necio, un truhan, o ambas cosas a la vez”. Una vez leí que, así como a partir del siglo XIX salió de Estados Unidos un pacífico ejército de “Testigos de Jehová”, integrados por jóvenes rubios y pulcros, a evangelizar con su visión del cristianismo a los demás pueblos, de Gran Bretaña salieron los economistas liberales a mostrar los beneficios de la división internacional del trabajo y del error que significaría pretender subir la escalera del desarrollo económico.

Claro que los países hoy desarrollados no escucharon el cuento. Lo rebatieron teórica y prácticamente, aplicando fuerte proteccionismo a sus industrias nacientes: Alemania, Estados Unidos, Francia, Japón y muchas más. Eso sí, cuando estuvieron desarrolladas adhirieron al libre cambio y lo exigieron a los demás países, tal como antes lo había hecho Inglaterra. Es decir, ellos también se dedicaron a “patear la escalera” a los que pretendían ascender.

Los países como el nuestro, bajo la influencia inglesa, ingresaron en el silo XIX en la división internacional del trabajo como proveedores de materias primas e importadores de manufacturas hasta que, por hechos ajenos a nuestra voluntad, como las dos guerras mundiales y la larga crisis de los años ’30, fue posible el despegue industrial argentino y de otros países de la periferia, fenómeno que luego se afianzó mediante políticas aplicadas con este fin. Lógicamente, por limitación del mercado e historia de la acumulación previa, esta industria todavía tiene problemas para competir con la de los países centrales, pero, antes de desecharla por esta u otra razón, hay que tener en cuenta que en el mundo moderno progreso y desarrollo implica necesariamente industrialización.

El sector industrial es el más dinámico de un país; es el que genera crecimiento del producto, de la ocupación laboral y de los conocimientos teóricos y aplicados, por su demanda de ciencia para la innovación y mediante el conocido fenómeno del “aprendizaje haciendo”. La industrialización crea un círculo virtuoso de ahorros ajenos a la empresa privada y que impulsan el desarrollo de la sociedad.

Con la integración económica de países con nivel similar de desarrollo, como son los latinoamericanos, es posible pensar un desarrollo industrial armónico que alcance a todos por igual.

Pero en nuestro país, y en todos los dependientes, están los economistas y políticos neoliberales que, con su discurso de modernidad y eficiencia, pretenden volver a la “liberación” del mercado nacional, con integración a la división internacional del trabajo y apertura al comercio internacional, en un regreso a las políticas económicas neoliberales de 1976 (Videla-Martínez de Hoz), de los años ’90 (Menem-Cavallo) o a las recientes de Macri (2015-19), de la que todavía no pudimos reponernos, que destruyeron a la industria nacional y terminaron en crisis, con enorme endeudamiento externo. Se pretende seguir “pateando la escalera”, como fueron los proyectos del ALCA y de los acuerdos de libre comercio con la Comunidad Europea o con América del Norte y son los proyectos de supuesta modernización actual.

Hipólito Yrigoyen decía: “No temo tanto a los de afuera que nos quieren comprar como a los de adentro que nos quieren vender”. Parafraseándolo, podríamos decir que “no temamos tanto a los de afuera que nos patean la escalera, como a los de adentro que los quieren ayudar a hacerlo”.

29/07/2016

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