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Columnistas
23/10/2022

La Crisis de los Misiles

La Crisis de los Misiles | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

A la distancia, en el tiempo, se puede valorar la existencia de líderes con capacidad y poder suficiente, como fueron Kennedy y Jrushov, para ceder ambos en búsquedas de un equilibrio más estable.

Humberto Zambon

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A raíz de la guerra entre Rusia, por un lado, y Ucrania, con el apoyo de la OTAN (Tratado de la Organización del Atlántico Norte, conducida por Estados Unidos) por el otro, vuelve a flotar sobre el mundo la amenaza de una catástrofe nuclear. Y esto hace recordar, aunque lo de entonces fue mucho peor, lo ocurrido hace exactamente 60 años, en octubre de 1962, con la crisis de los misiles en Cuba y la casi guerra nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

Para entender aquel episodio es necesario remitirse a la historia. Cuba fue el último país americano en independizarse de España. A pesar de las luchas del siglo XIX, las últimas encabezadas por el héroe nacional José Martí, recién obtuvo la independencia en 1899 como consecuencia de la guerra entre Estados Unidos y España; nació, de hecho, como un protectorado norteamericano y así continuó hasta la revolución (en esa época el embajador de Estados Unidos se autocalificó como la segunda autoridad de la isla, con lo que fue muy modesto, porque podía discutir el primer puesto); desde 1933 el hombre fuerte de la isla era el coronel Fulgencio Batista, un típico exponente de las dictaduras militares latinoamericanas.

La economía se basaba en la explotación del azúcar y otros productos tropicales, fundamentalmente organizada en grandes plantaciones propiedad de empresas norteamericanas, y en el turismo, que tenía como principal punto de origen los Estados Unidos. En realidad, para la todavía puritana sociedad norteamericana de la primera mitad del siglo XX, Cuba era un lugar paradisíaco, a la vez lupanar, casino y donde ostentar su riqueza en lujosas mansiones, Esta mezcla de factores históricos y económicos, donde lo norteamericano representaba la dominación extranjera, la explotación económica y la ostentación de riqueza, generaron un profundo sentimiento antiyanqui en toda la sociedad.

La población rural, en su mayoría asalariados a nivel de subsistencia de las grandes plantaciones, era la más numerosa, a la que se sumaba una reducida burguesía, la clase media, en general de ideas liberales que hubieran apoyado una renovación política democrática y, finalmente, una poco numerosa clase obrera urbana, con relativamente buenos ingresos y que constituían una especie de aristocracia trabajadora.

En esas condiciones, el 1º de enero de 1959 triunfó, luego de una lucha iniciada en las sierras cubanas, la revolución de Fidel Castro, con Batista fugado al exterior. Contó con el apoyo inicial de las masas campesinas y el sector liberal de la población urbana, mientras que la clase trabajadora manifestó su indiferencia más que oposición (el pequeño Partido Comunista Cubano se negó a apoyar el llamado a la huelga general de Fidel Castro) aunque ambos, a medida que se desarrollaron los acontecimientos históricos, cambiaron radicalmente de posición. Llamó la atención del mundo la juventud y el carácter intelectual de sus dirigentes, al punto que el periodista Claude Bourdet la calificó como revolución de la juventud.

Desde el inicio se manifestó como una auténtica revolución social, con cambio en las relaciones de producción, y no un simple cambio político, sin cambios estructurales, como es habitual en las denominadas revoluciones latinoamericanas. El primer acto de gobierno fue declarar la reforma agraria: la mayor parte de la tierra pasó a ser explotada como una unidad económica de tipo cooperativo mientras que en aquellos casos en que la tierra era trabajada por arrendatarios o medieros, se distribuyó entre ellos en lotes de 76 hectáreas cada uno. En marzo de 1959 se tomaron medidas de política distributiva: se estableció una rebaja de los alquileres entre 30 y 50%, aumento de salarios y se triplicaron los gastos del gobierno con destino social (salud, educación y habitación), con lo que se ganó el respaldo de las masas urbanas. Según cálculos que presenta Celso Furtado, un 15% del PBI fue transferido desde los grupos propietarios a la masa de trabajadores. Dice este autor: “La Revolución cubana se aproxima más en su fase inicial a la ideología socialista clásica de espíritu distributivista que al socialismo desarrollista que prevaleció en los países de Europa oriental. Las transferencias de ingreso, en este segundo caso, fueron hechas al Estado con el objeto de elevar la tasa de capitalización”.

La expansión del consumo producida por la redistribución del ingreso fue acompañada por un aumento paralelo en la producción de bienes debido a la elevada capacidad ociosa que, según la CEPAL, llegaba aproximadamente al 60% del total. De todas formas, debido a la dependencia externa de la economía cubana, era de esperar que el aumento de las importaciones resultante del incremento de los ingresos generara problemas en la balanza de pagos; para evitarlo, por un lado se estableció el control de divisas y el racionamiento de las importaciones, dando prioridad a los bienes necesarios para la producción y, por el otro, se trató de ampliar el mercado de exportación, llegándose a un acuerdo con la URSS de cambiar azúcar por petróleo.

En estas condiciones se dio la escalada de enfrentamiento con Estados Unidos, que ya había comenzado con la reforma agraria que afectó intereses de las empresas norteamericanas:

-Las petroleras norteamericanas se negaron a refinar el petróleo soviético. Cuba intervino primero y luego nacionalizó esas empresas;

-Estados Unidos eliminó unilateralmente la cuota azucarera de Cuba, para ahogarla económicamente. Cuba nacionalizó otras empresas de capital norteamericano.

-Estados Unidos bloqueó todas sus exportaciones a Cuba. Cuba decretó la socialización de las empresas restantes.

-Estados Unidos financió y apoyó la invasión de abril de 1961 en Bahía Cochinos, derrotada por el pueblo cubano. La misma técnica usó Estados Unidos en Guatemala, cuando el presidente Jacobo Arbens intentó una reforma agraria (1954) o después, con la invasión a Granada (1983). La diferencia fue que, en este caso, el pueblo cubano lo impidió. Se anunció la profundización de la revolución.

Entonces, según palabras de Hobsbawm, “Cuba se declaró socialista y la URSS, sorprendida, la debió amparar”. En estas condiciones, en octubre de 1962 se produjo la llamada crisis de los misiles.

Entre 1958 y 1959 Estados Unidos había instalado en Turquía una base de misiles que amenazaba a las principales ciudades soviéticas, incluyendo Moscú y Leningrado (hoy San Petersburgo); con la adhesión de Cuba al bloque, la URSS vio la posibilidad de establecer una contrapartida a esa base, con alcance al corazón urbano de Estados Unidos.

El 16 de octubre de 1962 EE.UU., con las fotografías que tomaban los aviones U-2, confirmó la presencia de misiles de alcance medio en territorio cubano. John Kennedy exigió a la URSS el retiro de esas instalaciones y, en caso de no hacerlo, amenazaba con bombardearlos e invadir la isla. Cuba decretó la movilización general y se preparó para repeler la invasión (movilizó a 300.000 hombres, incluyendo muchos voluntarios), mientras que Estados Unidos fortaleció el bloqueo naval sobre la isla y parecía inminente un enfrentamiento entre barcos soviéticos que avanzaban hacia la isla y los buques norteamericanos del bloqueo.

El 28 de octubre un misil derribó un avión U-2 que sobrevolaba (fotografiando) territorio cubano.

Simultáneamente, durante todo el período de crisis, se mantuvieron reuniones secretas entre el presidente norteamericano, John Kennedy, y el premier soviético Nikita Jruschov, que finalmente acordaron: 1- La Unión Soviética retiraba sus misiles del territorio cubano; 2- Estados Unidos haría lo propio en Turquía, y 3- Estados Unidos se comprometía a respetar la independencia cubana. El día 28 de octubre radió Moscú informó su compromiso, dando fin a 12 días de crisis.

A la distancia, en el tiempo, se puede valorar la existencia de líderes con capacidad y poder suficiente, como fueron Kennedy y Jrushov, para ceder ambos en búsquedas de un equilibrio más estable. De lo contrario, se corría el riesgo de convertir en realidad lo que imagina el escritor británico Ken Follett en su última novela ( “Nunca”, 2021) que ubica la trama en un hipotético futuro próximo, con un cruce por la hegemonía mundial, entre Estados Unidos y China, con una escalada de palabras y declaraciones y medidas y contramedidas que, a pesar que los líderes de ambos países no lo quieren, lleva inexorablemente, por la lógica misma del enfrentamiento y por la existencia en ambas potencias de importantes factores de poder real que actúan irracionalmente, a la confrontación final. Confrontación que no dejaría vencedores ni vencidos. Porque no dejaría a nadie, ni siquiera humanidad donde ejercer la soberanía.

29/07/2016

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