Columnistas
07/08/2022

Decime si exagero

Un hombre completamente hecho de música

Un hombre completamente hecho de música | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

En nuestro periódico espacio de recomendaciones de contenidos audiovisuales por fuera de las empresas globales de streaming, hoy invitamos a ver “Ennio, el maestro” el emocionante documental que Giuseppe Tornatore realizó en homenaje al maestro Morricone, el autor de la banda sonora de la vida de millones de personas en todo el mundo.

Fernando Barraza

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“No lo conozco personalmente, lo conozco a través de su música, él es un familiar más de los que ha entrado a mi casa” dice una de las tantas personas entrevistadas por Giuseppe Tornatore para armar “Ennio, el maestro”, uno de los collages biográficos más emocionantes que ha entregado el cine en los últimos años. Esta simple voz testimonial, que dice algo que millones de personas sentimos por el maestro Morricone a lo largo y ancho del planeta, es parte de un mural de voces entre las que se encuentran leyendas como Liliana Cavani, John Williams, Quincy Jones, Joan Baez, Oliver Stone, Bernardo Bertolucci, Giuliano Montaldo, Mike Patton, Marco Bellocchio, Dario Argento, los hermanos Taviani, James Hetfield, Carlo Verdone, Barry Levinson, Roland Joffé, Quentin Tarantino, Bruce Springsteen, Nicola Piovani, Hans Zimmer y Pat Metheny. Todas y todos dan cuenta de lo mismo: Ennio es irrepetible.

Esta sucesión estelar de apariciones testimoniales, que va desde la órbita del rock, pasando por el corazón de Hollywood, yendo por los andariveles del cine italiano de oro, surfeando el academicismo musical más elevado y rozando también a los popes del jazz moderno, solo se puede dar si la figura que convoca tiene algo especial, algo que supere el mero interés publicitario o la demanda de marketing de un sistema empresarial. Celebridades hablando de una celebridad en especial para el beneplácito de la misma empresa para la que todos trabajan, hay por doquier. Pero una demostración de admiración como la que plantea este documental se da solo cuando la figura que convoca es realmente grande.

“Ennio Morricone, el maestro” es un retrato cinematográfico sobre la vida y la obra de Ennio Morricone, quizás el compositor de cine más popular y prolífico de todo el siglo XX, el autor de más de quinientas partituras automáticamente identificables e inolvidables. El autor de este rompecabezas de cabezas parlantes es el afortunadísimo director italiano Giuseppe Tornatore, director de films señeros como “Cinema Paradiso”, “El pianista del 900” o “Stano tutti bene”, quien contó con un material único e irrepetible: horas de una entrevista personal, de amigo a amigo, con el maestro. Con ese material mágico, tierno, profundo y genial en las manos, Tornatore salió a buscar lo que era inevitable: una catarata de admiradores de Morricone, y los encontró entre quienes trabajaron con él (Bertolucci, Tarantino, Cavani, Tornatore mismo, etcétera) y quienes no lo conocieron personalmente, pero le aman (Pat Metheny, Quincy Jones, James Hetfield, etcétera). El resultado de la mezcla entre ambas secuencias, la propia y la mirada de les otres, es conmovedor hasta lo más profundo.

En la confección de este artículo me gustaría traer hasta vosotres unos párrafos de la cantautora y arregladora Monique Fernández, a quien pedí que hiciera una mini reseña para inlcuir dentro de esta reseña, pues supe que dio con el documental en esta liberación en varias redes gratuitas de contenidos audiovisuales que han globalizado casi como un nuevo estreno este film. Nos escribe Monique y esto dice:

Vi el documental. Bah, no sólo 'vi': escuché, oí, viví, sentí. Cómo no hacerlo de esa manera. Me di cuenta haciéndolo así, de que mi alma y mi mente guardaban músicas, melodías, bandas de sonido, como en un archivo que renacía y las reconocía, viendo ese documental. Sus músicas estaban archivadas en mi alma sin que yo supiera que estaban ahí. Y sin que yo supiera que las había creado él.

El tipo te hacía un film paralelo. Cerrabas los ojos y veías ese film con los ojos cerrados, escuchando su música. Esa música que su esposa cuidó amorosamente, como otro hijo del matrimonio.

Quincy Jones dice que lo amó toda su vida. A él se le ilumina la mirada cuando habla de su María. Uno de esos amores que también es "de película", verdadero, convincente. Oiga don Ennio, ¿no quiere ser mi abuelito?”

La apreciación de Fernández es tan precisa que no hace falta redundar en esta síntesis: aumque no seamos del todo conscientes, Morricone está dentro de unx. Y punto.

El jugador de ajedrez

Pareciera un dato aledaño, pero es central y necesario saber por qué Ennio Morricone amaba el ajedrez tanto como la música. Por suerte en el documental lo devela, pero es spoiler contar el detalle del por qué. Es decisivo el planteo de ese ancestral juego de inteligencia para poder poner en perspectiva la obra que el maestro creó durante sesenta años (compuso hasta el 2020, semanas antes de partir) y saber cómo fue que se movió en las arenas movedizas de la industria del cine sin perder vigencia ni llegada popular en ninguna de las seis décadas que atravesó.

De la mentalidad de tablero también se desprende la aventura de sobreposición y gloria autoprotagonizada por este hombre subestimado por la elite de compositores de música culta, acusado de trabajar un género “menor”, las bandas sonoras para cine, que a la vuelta de la vida y con el paso del tiempo tuvo la oportunidad de reírseles en las caras tras haber entregado motetes, arias y sinfonías que ninguno de esos engreídos serían capaces de componer ni en tres existencias reencarnadas. Sin embargo el maestro no lo hizo. Sus ojos, por el contrario, se llenan de lágrimas de emoción al saberse triunfador frente a la cámara. Los ojos de las miles de personas que ven este documental, también.

Es que Ennio no solo dejó acentado en bandas sonoras como “Érase una vez en América”, “La Misión” o su más cercana suite sinfónica para “Los odiosos ocho” que su jerarquía técnica como compositor quedará en el mismo lugar que ocupan los grandes de la historia de la música, sino que tiene un plus emocional, un capital de almas resonando junto a la suya, que quizás ningún otro compositor de música instrumental tenga o haya tenido.

Horas antes del cierre de esta reseña, desafié para que escribiera unas líneas urgentes dedicadas a Morricone al periodista Pablo Javier Frizán, el único comunicador del sur (y no se si de toda la Argentina) que cada semana sale al aire con un programa dedicado a las bandas sonoras de la historia del cine. La verdad es que Pablo no tuvo tiempo real de “masticar” que era lo que iba a decir sobre Ennio para un artículo que quedará así, estable en sus dichos, durante todo el tiempo que dure la world wide web en línea. Esto que puede llegar a ser considerado como un mal síntoma (ese apuro con exigencia de urgencia) disparó sin embargo el acercamiento más genuino y sentimental que se pueda hacer sobre la obra del maestro. Un especialista hablando amorosamente de alguien que es amable en un cien por cien. Dijo Frizán, conductor de “Pantalla Sonora” (lunes a las 18 por Radio Universidad Calf) en el texto que me envió, al que llamó “Eternas gracias”:

Para quienes peinamos canas desde hace por lo menos unos 10 o 15 años, Ennio Morricone es de las primeras pruebas que tuvimos exactas, reales y tangibles de que había gente que componía música para cine. Sí, ya sé. Incluso, en la época muda del séptimo arte había bandas sonoras y que, luego, surgieron figuras importantes a lo largo de estos 127 años. Pero Ennio debe ser de los primeros a los que mi generación le pudo poner un nombre al autor de los temas que escuchábamos en la gran pantalla y que nos partían la cabeza; como nos ocurre cuando escuchamos a John Williams, para tener un correlato hollywoodense.

El viejo logró que nos animáramos a ir más allá y dejar de ver a la música como algo que sólo acompañaba a las imágenes. En un viaje sin vuelta atrás, nos hizo salir del simple rol de escucha para estar más atento al lenguaje y conocer nuevos mundos, tal como se dice en “Pantalla Sonora”, mi programa sobre soundtracks (para apelar a otra palabra y no repetir bandas de sonido, como acabo de hacer). Y lo hizo, mejorando ciertos elementos de Fausto Papetti para sus melodías incorporando, además de música clásica, guitarras eléctricas, harmónicas, bajos, orgános y hasta la voz como instrumento. Basta hacer un rápido recorrido por sus trabajos para los spaghetti westerns para notarlo. Etapa donde regó brotes en vez de pisarlos y apadrinó a toda una camada de compositores y compositoras más que interesantes, como hace en la actualidad Hans Zimmer, el padrino de 'Pantalla Sonora' y quien suele homenajearlo con frecuencia.

En plena incertidumbre de los inicios de la pandemia, Morriconne se nos fue de gira, frase hecha sí las hay. Y superada la tristeza de la noticia, enseguida se me acumularon los recuerdos y las emociones de todas las veces que había escuchado sus composiciones. Fue volver a sentir la piel de gallina con el grito de 'El bueno, el malo y el feo', el oboe de 'La Misión', la calidez de 'Cinema Paradiso', el romance de 'Malena', el humor de 'Mi nombre es nadie' y los silbidos de 'Por un puñado de doláres más'. Todo al mismo tiempo. Nos dejó todo eso, una más que exhaustiva biblioteca musical. Y a mí, me dejo algo más. Cada vez que lo escuchó, recuerdo a mi abuelo Juan, fanático de los westerns, y uno de los primeros en hacerme ver este género junto a mi viejo. Sólo por eso. En serio, sólo por eso, eternas gracias”

Como se puede ver, más allá de cualquier análisis técnico que cualquiera intente hacer sobre la obra del maestro Morricone, surgen sentimientos que solo él es capaz de disparar desde el sitio que lo hace.

 

 

Hagamos una pequeña galería audiovisual para medir su esplendor en tiempo real. Primero veamos como decenas de miles de personas corean eufóricos “El éxtasis del oro” de la banda sonora de “El bueno, el malo y el feo” segundos antes de que comience un concierto de Metallica...

 

Luego veamos como fue capaz de fusionar su propia música de corte popular y campestre con las Walkirias de Wagner en medio de uno de las películas de vaqueros más divertida y atrapantes de la historia del género: “Mi nombre es Nadie”

 

Para finalizar esta pequeña galería, compartamos la versión de su propia suite para “La Misión” interpretada en vivo en la mítica Arena de Verona en

Ah, esperá: pongamos también el trailer de esta maravillosa producción documental de Giuseppe Tornatore, no en vano es la que provocó esta reseña ¿no?

Para ir cerrando este artículo, decirte que la película completa con subtítulos en español está disponible en muy buena calidad en la plataforma Cuevana y que podés verla entrando en este enlace, que vale la pena por donde lo pienses ya que -tal y como pasa con cada cabeza parlante que da testimonio en el film- conozcas mucho o poco al maestro, terminarás adorándolo por el peso de su propio genio. Y retomar un poco lo expresado en los primeros párrafos de este texto: no hay pliegue comercial, ni razón snob, ni condicionamiento contextual para disfrutar con el alma de la obra de este genio. Y la película de Tornatore consigue contar esto con una profundidad que en por lo menos una o dos partes de la película logrará arrancarte algunas lágrimas de emoción, de esas buenas y alentadoras. Vos vela, y después... ¡decime si exagero!

 

 

 

 

 

 

 

29/07/2016

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