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Columnistas
31/07/2022

Decime si exagero

Eva Perón, mucho más allá de la necromancia

Eva Perón, mucho más allá de la necromancia | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Exactamente el día en el que se cumplían 70 años de la partida física de Eva Duarte de Perón, la plataforma de contenidos adultos de ficción de Disney estrenaba “Santa Evita”, una miniserie que adapta contundentemente la novela de Tomás Eloy Martínez, la que cuenta el derrotero del cadáver de aquella mujer que no para de renacer.

Fernando Barraza

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Todo relato es, por definición, infiel. La realidad, como ya dije, no se puede contar ni repetir. Lo único que se puede hacer con la realidad es inventarla de nuevo”

TOMÁS ELOY MARTÍNEZ

 

 

Capítulo 1: El cuerpo

 

Las personas más grandes de este país tienen recuerdos vivenciales de infancia vinculados a Eva. Por suerte aun podemos escuchar a quienes narran en carácter de testimoniantes directos sucesos devenidos del accionar político de esa mujer. Quienes van de los sesentialgo a los seteintialgo la recuerdan como un símbolo de resistencia próximo a ellos y ellas, pero no coexistieron con ella, algunos inclusive no alcanzaron a nacer en los días del primer peronismo. Toda esa generación tuvo que callar el nombre de Eva durante las dictaduras de sus infancias, para luego retomar su nombre en libertad, y militarla o difamarla -depende del sitio en el que se encontraran políticamente hablando- durante la corta primavera camporista. Lo triste es que tuvieron que volver a callar su nombre durante la siguiente dictadura, a precio de poder mencionara solo en el exilio, o desaparecer.

Para quienes tenemos cincuenta y pocos la primera imagen impactante que recordamos de Eva Perón es la de su cadáver. Su exhibición fotográfica en espectacular despliegue de primeros planos en tapa e interior de la revista Siete Días marcó a cada niña y niño de los setenta. Esto sucedió en en el dossier que en 1974 púbico la revista, una vez muerto Perón y tras pasear por las tapas y los televisores de todo el país el cadáver en el féretro de Juan Domingo, fue el turno de la exhibición del de Eva. Y el retorno del morbo regresó con furia de fotografías inéditas, promocionadas con los anuncios de que ahora se podían ver “a todo color” con otro dossier de tapa en1985, para cuando ya éramos adolescentes y jóvenes intentando forjar nuestra identidad socio política, nuestra vida de ciudadanxs. La puntillosa información editorial de que la calidad fotográfica de esta nueva serie era de mayor nitidez sirvió para que se mostrara en detalles cada vez más nítidos la artificiosidad cerosa de un cuerpo de mujer muerto y embalsamado. No cualquier mujer, claro.

Si bien tanto las personas creyentes (de cualquier concepto espiritual) como las ateas le suelen llamar a un acto de este tipo profanación, en Argentina sucedió este inquietante raid cadavérico frente a la mirada pasiva de la sociedad toda, y pareció perdurar por al menos 43 años aquel shock social de no poder escindir la figura de Eva Duarte de Perón de la de su cadáver. Solo, o rodeado de hombres (el Dr Ara, algún fotógrafo, hombres).

Cito esa cantidad exacta de años -43 desde su fallecimiento- porque en 1995, en plena instauración del neoliberalismo comandada por un peronista convertido en títere del capital al que combatía la marcha, irrumpió en este país -luego en el mundo entero- un suceso editorial que funcionó como una suerte de exorcismo de toda aquella necromancia. Un solo libro bastó para empezar a desahogar a un pueblo entero de esa asfixia de ligar excluyentemente a Eva con la cosa muerta de su propio cuerpo sin vida, fue la maravillosa novela “Santa Evita”, escrita por una persona a la que los antiperonistas tildan de peronista y los peronistas de antiperonista: el periodista y escritor Tomás Eloy Martínez. En una nota publicada en febrero de 2010, el Diario Perfil no firma un artículo en el que la bajada a la nota tiene un copete que es una verdadera genialidad, por cuanto no podremos atribuirle a nadie en particular esta reflexión:

 

Tomás Eloy Martínez nació en una familia de cierta alcurnia tucumana, muy antiperonista. Quizás por ello, cuando se sintió atraído por el peronismo como antítesis de las dictaduras que se sucedían en Argentina, necesitó conocerlo, descifrarlo”.

 

Brillante, por cierto.

Pues bien, más allá de autor, podríamos reflexionar en este punto del análisis que todo el mundo sabe que “la cosa dicha” (como entidad, primero la palabra, luego en discurso) es lo que comienza a sanar lo que está herido en una sociedad, ejerciendo en primera instancia ese rol para luego pasar a ser la fuerza que motoriza toda acción de cambio. Sin “la cosa dicha”, si no se menciona, si no se describe, si no se analiza en voz alta, el dolor y el espanto siguen allí: estáticos. Y luego -caramba con la comparación- se convierten en un cáncer. Por eso es tan importante el trabajo de Martínez.

Si bien el acto de vanguardia lo realizó Rodolfo Walsh en 1961 (a menos de 10 años del fallecimiento de Eva) con su cuento “Esa mujer”, fue Tomás Eloy Martínez con su novela (que está entre los 10 best sellers mundiales que han vendido entre 10 y 20 millones de ejemplares, justo a “La peste” de Camus, “Tokio Blues” de Haruki Murakami y “El perfume” de Patrick Süskind) quien consiguió que nos parásemos frente al horror cultural del derrotero de casi 20 años del cadáver de Eva para conseguir despegarla de esa posición necrológica espantosa. En este punto, y aunque suene reiterativo, un poco puerilmente quisiera redundar en la idea de que nombrar al espanto es comenzar a superarlo.

Capítulo 2: una nueva Eva, aquella Eva

Por todo lo expuesto arriba, por lo que sucedió y por cómo hubo que afrontarlo, es tan importante que haya salido esta miniserie a 70 años exactos del fallecimiento de Eva Perón. Una re-exposición y revisión distante en el tiempo de todos aquellos sucesos que Martínez ficcionalizó -pero no tanto- en formato de serie, que es EL formato de consumo cultural actual, es una excelente idea. A Disney le va a reportar una cantidad de dinero enorme, y a las sociedades actuales nos va a venir muy bien por diferentes motivos. No siempre coinciden esas dos necesidades ¿no?

Lo cierto es que Salma Hayek, la actriz mexicana radicada en Hollywood, y Rodrigo García, el director colombiano, también radicado en Hollywood, capitanearon la producción de esta ficción basada en aquella otra ficción -anclada en la más fuerte y oscura realidad de sucesos macabros- y trajeron cada uno de los postulados morales, políticos y sentimentales que disparaba la novela de Martínez hasta nuestros días.

Acertadísimo fue que le encargaran el guion de la obra a tres argentinxs (Pamela Rementería, Marcela Guerty y la colaboración de Willy Van Broock), no porque personas de otros países de Latinoamérica no pudieran hacerlo bien, sino porque a la hora de tocar este tema en particular (¡Eva Perón!) siempre corroboramos que lxs argentinxs lo hacen mucho mejor que cualquiera. La complejidad de ese personaje solo se termina de codificar -en todas sus dimensiones- si atraviesa emocionalmente el intelecto de quien escribe, y para eso hace falta ser argentinx. No es pretencioso, ni elitista, es una cuestión netamente vinculada a la identidad.

El casting también es importante si se quiere “envolver” al público en una secuencia catártica completa. Por eso es celebrable actuación escogida para cada personaje que entra en pantalla. Para cada salto temporal de esta ficción que se desarrolla en tres planos distintos, con Eva en vida, con Eva recién muerta, embalsamada y vejada y con la época en la que el derrotero de ese cadáver habría de culminar (1971). Por esto Diego Velásquez, en el papel del periodista que investiga con terquedad casi inconsciente la “devolución” del cadáver de Evita a Perón en los setenta está esplendido en su rol de cabeza dura un tanto irreflexivo. Todos los secundarios de los 40's y los 50's son brillantes. Francesc Orella (el actor de “Merlí”) es un inigualable Dr Ara, ese médico positivista melancólico y un tanto desquiciado toda vez que pasó a ser el más famoso taxidermista humano de la historia. Diego Cremonesi te sobrecoge en el papel del oficial Arancibia, un necrofílico que sintetiza todo el amor y todo el odio que se le podía expresar a Eva Duarte de Perón, y es tan bueno que te espantás con él y terminás sufriendo con él. Gaby Ferrero encarna tan bien a Juana Ibarguren, la mamá de Evita, que en solo tres o cuatro trazos protagónicos te ayuda a ver de dónde pudo haber venido el espíritu de determinación de esa pequeña enorme mujer. Así podés seguir a lo largo y ancho del casting de coprotagónicos, econtrando verdaderas perlas.

Y los protagónicos, pues bien, allí la cosa sigue con la vara alta. De Velázquez ya hablamos, pero resta hablar de los tres personajes principales restantes. Natalia Oreiro no necesitaba certificar nada respecto a sus enormes capacidades interpretativas. O sí, porque en un mundo palurdamente machista como este, todas las mujeres de belleza física destacada están absurdamente condenadas a demostrar a cada paso por qué son buenas profesionales ¿Es una cosa primitiva e insensata? Claro que sí, pero aún la llevamos puesta como sociedad global. Ahora... después de este papel a nadie -ni al más tilingo- se le ocurrirá volver a cuestionarla, su labor es de una excelencia conmovedora. De Grandinetti siempre se espera lo mejor, y el tipo lo entrega con este Perón, que no es cualquier Perón, es el de Tomás Eloy Martínez, un Perón tan convencido como “refaloso”, un Perón mucho más complejo que el de la estampita y para nada plano como el del manual antiperonista. Bien Grandinetti, al servicio total del personaje, como siempre, haga de vagabundo poeta, de melancólico novio de una mujer en coma, de Fangio o de Perón.

Para el final del tema casting dejemos a Ernesto Alterio, que se lleva el papel más enrevesado y completo de toda la ficción, el del Teniente Coronel Carlos Eugenio de Moori Koenig, el militar que se obsesionó con Eva Perón en vida y luego proyectó esa obsesión trasladando su cadáver como si mantuviera una relación amorosa con el cuerpo. Esos niveles de insanía se pueden desarrollar con soltura y profundidad en una obra literaria (Martínez lo hizo) pero llevar a la pantalla tal grado de humanidad tambaleante requiere de un esfuerzo genial para que la personificación no caiga en la burdez total. Alterio no solo lo hace gigantescamente bien, sino que en esta personificación se pone varios escalones arriba de la media de las ficciones de cualquier parte del planeta que estemos consumiendo en las últimas décadas. Vos velo, y decime si exagero.

Cerrando esta crónica, es bueno volver a anudar la sensación de que es necesario releer esta historia (la urdida por Tomás Eloy Martínez como exorcismo social en torno a Eva Perón) y dar cuenta de que la producción de esta “Santa Evita” lo logró, quizás porque las motivaciones de la principal productora, la Hayek, eran claras y lo dijo a la prensa hace una semana, cuando declaró que: “(...) el evento del cadáver (de Eva Perón) nos muestra de muchas maneras la obsesión de los hombres de controlar y someter a las mujeres muchas veces a través de su cuerpo, plasma los diferentes tipos de obsesión y de control sobre una mujer indomable”. Y por eso es tan bueno que haya elegido a un director que esté tan acostumbrado a filmar la vida a través de la muerte (física, corpórea) como García, que fue director de “Los Soprano” “Carnivale” y “Six Feet Under”, tres series en las que los cuerpos de las personas muertas son un mensaje en sí mismo. Se necesita la sensibilidad del director colombiano para poder mostrar eso en cámara sin asfixiar. Y si bien la serie recurre a los clichés de varios géneros (los periodistas de los setenta fuman, no atienden los teléfonos y toman whisky, y decenas de cosas por el estilo), en ningún momento pierde su toque personal, de gran proyecto.

Luego, si nos apartamos de la factura de realización y actuación, está lo subyacente, el mensaje de historia política, para lo que vale volver a citar a Hayek, que aseguró categóricamente que “(...) esta muerte fue usada de mil maneras. Y también la serie muestra cómo esta mujer después de muerta representa un peligro, porque su espíritu definitivamente hizo sentir a la gente que cosas que eran imposibles son posibles”. Eso está en la miniserie. Eso DEBE ESTAR.

Si el punto de partida de ambas ficciones (la original de Martínez y este audiovisual) son la obsesión de Perón por embalsamar a Eva para perpetuarla en el rol de una muñeca impoluta -macabra- y desarrollar así una insensata acción de culto a la personalidad eterno, y por el otro lado nace de esta ocurrencia megalómana una acción de profundización del transcurrir del odio de un poder político-militar-económico que no se conforma con asaltar el poder bombardeando y fusilandom sino que dispone de ese cuerpo embalsamado para la vejación total: de las ideas, del símbolo, de todo.

En este punto y haciendo foco en la historia que se cuenta, destaquemos que por amor o por odio, la rehén siempre fue Eva, . Pero lo que queda claro en ambas ficciones (la original y esta adaptación) es que hubo que esperar a que Eva muriera para poder hacer toda esa mierda que le hicieron. Viva no pudieron.

Por suerte -para el país, y para cada país que quiera mirar- desde hace décadas venimos hablando de este turbio tema, seguimos desvelando todo este enfermizo episodio de apropiación y toda esta morbosa acción necromántica. Esta locura se habló, se puso arriba de la mesa, se discutió abiertamente en ficciones, documentos históricos y obras audiovisuales documentales y en ese esfuerzo ha perdido protagonismo el asunto cadavérico para dejar que con tiempo aparezca una nueva Eva,que es aquella Eva, la de la mirada de futuro, una mujer que quería, tenía y perseguía sueños colectivos. En este sentido, quizás el más importante: muy bien por estas dos ficciones. La del 95 por comenzar el camino, la de 2022 por no olvidar que de vez en cuando hay que volver a analizar lo sucedido para no caer en la noche del odio.

29/07/2016

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