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Columnistas
22/05/2022

Leer bien el mundo

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Al presidente no lo eligieron para que administre emergencias sanitarias en clave solidaria (algo que hizo bastante bien), ni para que su horizonte estratégico, como proyecto de país, se agote en la doctrina social de la iglesia. Lo eligieron para que, adaptando sus acciones a las nuevas condiciones que impone la globalización, diera un curso nuevo al espíritu Mar del Plata 2005, uno de cuyos núcleos identitarios es la soberanía nacional.

Juan Chaneton *

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La puesta en escena que organizó la Corte Suprema nacional en Santa Fe el jueves 12 de mayo pasado responde, puntualmente, al principio básico del funcionalismo sistémico penal: si yo digo que hay guerra y que mi función es combatir en esa guerra en uno de los bandos enfrentados, tengo que comunicarlo pues, de no hacerlo, mi credibilidad va a entrar en zona de turbulencia.

Hecho esto, ya está cumplida la mitad de la tarea. La otra mitad queda a cargo del "narcotráfico" y así, cada vez que en otra región de la sociedad surja un liderazgo político antisistémico, esa justicia sabrá ponerle límites a favor de aquella previa rutilante legitimación obtenida por su "lucha contra la droga".

El cortesano Rosatti, que convocó al espectáculo, es más inteligente y menos bullicioso que algunos de sus colegas, lo cual deja en pie este aserto: la intención que presidió su convocatoria es irrelevante; alcanza con la objetiva concatenación de los hechos, sobre todo de los hechos futuros que, a su vez, configurarán una objetiva manifestación de la realidad.

La Corte Suprema de Justicia de la Nación -así como la nombra la Constitución- que se dispone a cerrar el círculo sancionatorio sobre Cristina Fernández de Kirchner, acaba, así, de blanquearse un poco frente a la sociedad. Su tarea represiva sobre el liderazgo "populista" de la Argentina gana, así, en legitimidad. Tal vez no sea suficiente, por lo cual no habrá que sorprenderse si, de aquí en adelante, nuevas pugnacidades a favor de la moral social -como la reciente de Rosario- tienen a la Corte como protagonista estelar.

Ahora bien, al presidente Fernández no lo eligieron para que administre emergencias sanitarias en clave solidaria (algo que hizo bastante bien), ni para que su horizonte estratégico, como proyecto de país, se agote en la doctrina social de la iglesia. Lo eligieron para que, adaptando sus acciones a las nuevas condiciones que impone la globalización, diera un curso nuevo al espíritu Mar del Plata 2005, uno de cuyos núcleos identitarios es la soberanía nacional y, por ello, ningún seguidismo a los poderosos de la globalización, ni a los occidentales ni a los orientales, si este último fuera el caso.

El Presidente no sólo no está haciendo nada de eso sino que -con la inexorabilidad de aquel Fouché francés de un siglo de las Luces por entonces ya mortecinas- deviene la mitad de la pinza que, en tándem con la otra mitad -la Corte-, se cierra sobre Cristina para echarla, de una vez por todas, de la política y de la esperanza de los que nada tienen que esperar de este sistema político.

Si la función de Fernández ha de ser perder una elección para que el "populismo" desaparezca de la Argentina ( y aquí también son irrelevantes las intenciones), el Ejecutivo y la Corte Suprema de este país habrán suministrado al ámbito académico una buena muestra de que el derecho penal del enemigo (núcleo duro del funcionalismo sistémico penal) goza de excelente salud.

Y sólo la política puede desbaratar una telaraña jurídica. Y la política, hoy, es ganar elecciones. Si el gobierno no aumenta salarios o los aumenta en modo mezquino; y si, en cambio, incrementa las tarifas en línea con los requerimientos de los acreedores externos, todo esto no necesariamente tiene que ser un resultado a lamentar por el gobierno, sobre todo cuando en ese gobierno el odio que se profesa a los liderazgos "populistas" es igual o mayor al que destila la derecha.

Las razones para que el gobierno de Alberto Fernández aumente las tarifas se las proporciona la derecha. Sus voceros aducen que todos aumentan, menos las eléctricas. Pero es falso el argumento de que la educación privada incrementó sus tarifas el 274 % en el último trienio; YPF un 223 % y las prepagas médicas un 202 %, mientras que los abnegados dueños de Edenor "sólo" ligaron un 30 %. Es apócrifo el argumento si lo que se pretende como conclusión es que Edenor aumente la luz en similar proporción. Primero, porque los millones de argentinos que viven en villas miseria no consumen ni nafta, ni medicina prepaga, ni educación privada. Y los que no viven en villas pero igual son pobres tampoco pueden, no sólo por una cuestión ética sino también por una de seguridad para todos, vivir a oscuras durante la noche. El que quiere ser dueño del agua o de la luz y, de ese modo, ganar dinero para que sus hijos estudien en Europa, debe saber que la propiedad a la que aspira es la de un servicio público y que, por ende, el margen de ganancia no puede ser el mismo que si explotara un bien suntuario. En segundo lugar, porque la lógica indica que un bien de naturaleza esencial para la vida debería, en realidad, ser de toda la sociedad, es decir, debería ser estatizado. como virtuosamente hizo en su momento la socialdemocracia nórdica, aun cuando ahora fomente una también saludable "competencia abierta". Sin embargo, el sofisma que esgrime la derecha argentina es perfecto, casi un epigrama: para que la sociedad no pague el atraso tarifario de Edenor, la sociedad debe pagar el aumento de la luz. Una aporía, diría Platón. Esto se resuelve -repetimos- con la estatización. Y con la inversión. Y esta última depende ya no de la economía sino de la política: nadie, ni en Europa ni en Estados Unidos, va a meter un sólo dólar en la Argentina para que la Argentina lleve adelante este tipo de políticas, que son las que favorecen a la Argentina y al pueblo de la Argentina.

En suma, o morir con las botas puestas replegándose en las banderas y los principios: no fue magia; la patria es el otrro... y así; o hacer como Lula, que de almorzar con Néstor y con Chávez pasó a hacerlo con Fernando Henrique y con Geraldo Alckmin. Corrimiento a la derecha, se llama eso. Y dio resultado. A Lula han dejado de molestarlo y, más que eso, confían en él para que Brasil siga siendo más o menos lo que es hoy. Y esto no sólo no está mal sino que es el signo de los tiempos. Alcanza y sobra con que Lula gestione al interior de Brasil sin incomodar demasiado al "Estado profundo" local. Alcanza y sobra porque lo esencial, a largo plazo, en el mundo, es el alineamiento internacional: hegemonía o multilateralismo. Y un frente latinoamericano con Brasil y México en esa línea podría recibir gustoso también a una Argentina renovada y que, afortunadamente, habría aprendido a leer bien el mundo.

No obstante, hay una escenografia de fondo que se recorta, ominosa, como amenaza para unos y esperanza para otros. Es la orteguiana rebelión de las masas, no sólo en la Argentina, sino en todo el continente latinoamericano. Sería una tercera opción, pero toda explosión, sin conducción, conduce al fascismo, no a la revolución, malgrado el retintín.

En todo caso y de todos modos y por las dudas, para la eventualidad no querida por nadie, Cristina tiene que estar fuera de circulación.

No está dicho que vayan a lograrlo. Insondables son los designios de Dios. Secretas, las impudicias del demonio.



(*) Abogado, periodista, escritor.
29/07/2016

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