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01/05/2022

Aproximaciones

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Esta es la última entrega de la serie de tres exposiciones sobre la poeta neuquina, leída en el homenaje realizado en la Biblioteca Nacional en Buenos Aires

Gerardo Burton

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El 6 de este mes de abril se realizó un homenaje a Irma Cuña, de quien se recuerdan los 90 años de su nacimiento y que se cumplirán en septiembre próximo. La Secretaría de Extensión de la Universidad Nacional del Comahue prepara, para esa fecha, un programa de actividades en recuerdo de esta poeta e investigadora que transformó el panorama poético y literario de la Patagonia. Estas actividades se realizarán en la ciudad de Neuquén, con eje en la biblioteca popular que lleva su nombre en el barrio Rincón de Emilio.

El homenaje en Buenos Aires fue organizado y coordinado por el escritor, periodista y editor Guillermo Saavedra. Fue la primera actividad del ciclo “El verso argentino”, dedicado a relevar “el pasado y el presente de la poesía argentina” y que continuó durante cada miércoles este mes. En esta primera jornada, hablaron sobre la obra y la vida de Irma Cuña, Isabel Vassallo, Jorge Monteleone y Gerardo Burton.

A continuación, se transcribe la tercera exposición, a cargo de Gerardo Burton:

 

Aproximaciones a Irma Cuña

Gerardo Burton

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En el año 1998, la escritora Lilí Muñoz entrevistó a Irma Cuña por encargo de los editores de El gran libro del Neuquén, una publicación que celebraría el fin del segundo milenio y prepararía el siguiente. Una aclaración: la entrevistadora, también ella poeta, fue quien llevó a una Irma Cuña recién operada de cataratas a la redacción del diario donde yo trabajaba. Fin de la aclaración.

De esa entrevista conviene señalar algunos aspectos que nuestra poeta atribuía a la literatura patagónica. Sus afirmaciones contienen cierto tono autorreferencial a la vez que anticipatorio, como veremos.

Decía Irma: “en ciertas literaturas (que) llegan a momentos áureos o dorados, se ve cómo la oralidad invade lo escrito, se tipifica el habla de cada uno de los personajes, el escritor se apoya en el habla de una región”.

Hoy, casi un cuarto de siglo después, esto ocurre en Patagonia en dos vertientes: por un lado, con la poesía de mujeres, que desde hace algunas décadas se desarrolla con admirable originalidad en la región. También, de una manera específica, con la poesía de mujeres mapuches que escriben (hablan) en mapuzungun y en castellano. Ellas recuperan la potencia de la oralidad, la reivindican y así incorporan a la literatura -a la poesía- las modulaciones del habla que la escritura no puede reproducir sin menoscabar su riqueza.

Un segundo atributo encontró Irma en la Patagonia; dijo que se trata de un “peladar en movimiento, una comarca de disgregación”. Aquí la metáfora es la arena, que juega a ser metonimia: es la disgregación de la roca, la duna móvil, un organismo vivo que muta continuamente de un espejismo a otro y conforma una sucesión de reflejos que esconden y multiplican la luz, más rápida que el ojo, más veloz que el viento. En ese entonces, el poeta Cristian Aliaga, un bonaerense radicado en Chubut, había publicado Estancia La Adivinación, un poemario donde sus habitantes miran a través de un ventanuco cómo muta el paisaje. La duna es la misma, dice Irma Cuña, pero tiene la forma que le da el viento.

En Patagonia, añade, caminamos sobre dinosaurios y asesinados. Estos últimos son los indígenas, que en su mayoría preferían dejarse matar en masa antes de ser sometidos a esclavitud por los huincas: los varones a campos de concentración o de trabajo; las mujeres de sirvientas en casas de familias “bien”; los niños en adopción o a orfelinatos, en todo caso, mano de obra barata.

Es también un desierto, asegura: la negación lo define, según la mirada del colonizador: no hay agua, no hay plantas, no hay pájaros, no hay cultivos. Y la gente que la puebla -los indígenas- también se define por el no: no escribe; no reza; no es culta según los parámetros de la cultura blanca. Sólo resiste. Por eso, este gran escenario es un sitio de resistencia fabuloso, de resistencia real y fantástica. Entonces, están los dinosaurios, pero también están Sayhueque, Pincén, Colipilli, loncos resistentes a la masacre y a la colonización.

Es necesario hallar un refugio ante tanta luz, repite Irma Cuña. Buscar una protección ante tanta belleza desnuda. En esa búsqueda, la imaginación es la única salida, la única grieta entre lo real que no se soporta y lo imaginario soportable. En esa grieta, dice, está nuestra literatura.

Esto que acabo de citar, creo, responde una pregunta primordial. ¿Por qué Irma Cuña abandonó su carrera académica y su lugar como poeta en la metrópolis y volvió a radicarse en su ciudad natal? ¿Qué proyecto poético la animaba? ¿Por qué su primer gran reencuentro con el escenario cultural fue la reedición de toda su obra, ya agotada? ¿Había hallado por fin un reconocimiento de parte de los jóvenes?

Lo cierto es que en Neuquén se relanzó como poeta y resignificó su camino como investigadora -las libretas del sabio croata Juan Benigar; la indagación en el pensamiento utópico latinoamericano-.

Sus libros, ya agotados, no circulaban. Pero en Neuquén se la leía con fervores casi cultuales. Su llegada causó un efecto hormiguero al revés: la adoptaron escritores tradicionales y regionalistas, vetustos asociados a la SADE local y también jóvenes dispersos y más o menos organizados.

Como verán, si bien por fecha de nacimiento, Irma Cuña pertenecía a la generación neorromántica, la del 40, su trayectoria puede asimilarse a la que dibujó Olga Orozco: ambas eludieron esa etiqueta que quería ubicarlas en una determinada tendencia y la trascendieron. ¡Nada de neorromanticismo! Su poesía abarca el universo entero, no responde a ningún ismo y cambia de ubicación –de referente- cuando la poesía así lo exige.

Su mirada poética también cambiaba: legitimó la búsqueda de poetas y escritores jóvenes, que se expandía hacia lo universal y cosmopolita, abrevaba en la trayectoria de autores y autoras que tensionaban el lenguaje y su música, ampliaban las posibilidades de la metáfora, regeneraban el relato desde la poesía. Esa construcción, que venía operándose desde años anteriores, se consolidó con su regreso, y fue habilitada por ella. Convirtió la frontera en centro. Desde entonces no hubo tema prohibido, exclusiones, marginaciones. Cada uno elegía su centro en esta periferia.

Se quedó con este último grupo y de esta manera constituyó el puente entre la literatura del territorio, es decir entre los poetas y narradores regionales y estos nuevos que estaban protagonizando un cambio definitivo en la Patagonia. Se trataba no ya de la universalización ni del cosmopolitismo sino de una operación de traslación: del centro hacia la periferia; la metrópolis en la frontera; el desierto como universo vacío y a la vez pleno. Con los jóvenes que la esperaban y la recibieron como maestra, Irma Cuña se despegó del paisajismo e impuso -y se impuso- la escena local, abierta, inmensa, infinita y a la vez acogedora como alternativo a los ombligos del poder cultural.

Dijo entonces, en ese reportaje en el diario de provincias aludido al principio, que no le interesaba ser conocida por Neuquina, en un juego de palabras que la hacía no sólo desprenderse de ese primer libro titulado así, sino trascender lo regional, esto es, su lugar de nacimiento y ahora residencia para ubicarse en un plano mucho más amplio, mucho más expandido y universal. Lo suyo, aclaró con énfasis, sera “poesía querencial”.Fue ése un diálogo en los primeros tiempos de la globalización como tendencia hegemónica. Apeló al poema de Hernández -citaba con una sonrisa eso de que “vaca que cambia de querencia se atrasa en la parición”- y usaba esa imagen para explicar su retorno a la tierra, igual pero distinta. Convirtió la humorada en casi una marca registrada, y aplicó ese término, querencial, cada vez que alguien intentaba encasillar a su poesía en el corralito de lo local, de lo regional.

Desde aquí y entonces, Irma Cuña construyó su nueva imagen, su última personalidad poética y también su pensamiento, optimista y esperanzador, frente y contra el posmodernismo y el modelo neoliberal. No es casual que haya renacido poeta en sus finales días, ni que la utopía la haya animado en plena década menemista, cuando se proclamaban el fin de la historia y la muerte de las ideologías. No es casual, tampoco, que su nuevo arraigo en Neuquén haya comenzado en forma gradual: los seminarios sobre utopía latinoamericana que ofreció enmarcaron su regreso a toda orquesta. Fue una propuesta de su amiga, la periodista Diana Kallmann, que materializó la Fundación del Banco Provincia del Neuquén presidida por Berta Schapiro. El segundo hecho que marcó su vuelta fue la edición, por parte del área de cultura del municipio de Neuquén a cargo de Naldo Labrín, de un volumen que reunió su obra editada hasta comienzos de los 90 y que se hallaba absolutamente agotada. Ese libro, El riesgo del olvido, significó el relanzamiento de su obra y la base de sucesivas ediciones en las que incorporó su nueva producción, con poemarios completos o partes de esa obra en marcha en sus últimos años.

En esos poemas finales, muchos de los cuales circularán en ediciones artesanales, Irma Cuña irá hacia el susurro, hacia el balbuceo, hacia la actitud orante y contemplativa. Apela al verso despojado de las imágenes que utilizaba en otros períodos, son diálogos entrevistos entre la creyente y su Dios, una creyente dolorida y a la vez confiada en su fe y en la respuesta que obtendrá de esa Persona a quien se dirige.

Es el período comprendido entre los años 1998 y 2001, cuando el editor y poeta Guillermo Inda publica sus últimos poemas en Arteletra, su editorial alternativa. Algunos de estos textos pasarán luego a publicaciones más formales de carácter comercial. De cualquier modo, ninguna de esas ediciones es hallable fácilmente.

Dos años después, con “estar en Ti. Salmos en Neuquén”, también editado artesanalmente por Inda, Irma Cuña habrá abandonado todo rodeo para abordar su relación con Dios de manera directa: la aproximación esbozada se convirtió en diálogo, en plegaria, en oración “del corazón”. Fue ése un período de recurrencias: la fatiga, la enfermedad, el dolor con sus antagonistas: el gozo, el júbilo y la alabanza. En ese diálogo aparece otro de sus temores, asociado con el dolor y la desolación: la enfermedad, la enfermedad mental que la “desquicia”. El término está en dos poemas, y como resultado positivo de su oración, el agradecimiento –“gracias por enquiciarme”-. El diálogo con Dios está en un plano de intimidad propio de los místicos, y supone un alivio en el pesar que también alarga, prolonga la respiración del poema: el verso se lentifica, tiene una morosidad que descree de urgencias, descansa en un anticipo de descanso, el que Irma Cuña avizora por necesario.

Para finalizar, permítanme leer algunos fragmentos de este bello y hondo poemario:

El intercambio

ritual, Señor.

La comunicación

consabida.

 

A Ti te levanto

un corazón

con miedo ayer.

Hoy

con tu medida.

 

...

Nadie recuerda el vendaval

Ni la helada llovizna

Todonuevo. (“Otro día, otra página”)

 

...

Arrópame de Ti,

que afuera hiela

y las flores del ramo

está dispersas

y la dura pelea

no es posible.

 

Sólo esta

eternidad

de Tu Presencia. (“12 de septiembre de 1999”)

 

Muchas gracias.

29/07/2016

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