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En toda organización humana es necesario la constitución de un determinado orden asentado en normativas e instituciones que fijan roles y expectativas. De esa manera, las acciones de los individuos adquieren sentido justamente cuando hay certeza de que aquellas tienen resultados esperables en términos de retribuciones y castigos. Para que dicho orden pueda reproducirse también es necesario que los miembros crean en él y no lo cuestionen. En ese marco se entiende, desde una concepción crítica clásica, a la ideología como un conjunto de ideas desplegadas por dispositivos aparatos que se hacen sentido común a través de la práctica misma en las instituciones donde se desenvuelve el proceso de socialización. Desde esta mirada el sistema se sostiene sobre la base de una representación distorsionada que oculta los intereses de los sectores dominantes. Aquí no importa si la ideología en concreto es de derecha o de izquierda, o si el orden es más o menos justo en términos distributivos, porque no existe ninguna organización social en sí que sea plenamente transparente sin antagonismos. Es decir, la constitución de un imaginario que de cuenta y represente a la realidad es inherente a cualquier orden social.
Las crisis económico-sociales que alteran el orden no son una anomalía en el sistema capitalista. Por el contrario, funcionan como momentos del ciclo de valorización del capital. Lo normal en el capitalismo es la revolución permanente de sus condiciones de existencia para reproducirse, para resolver su contradicción inmanente, la contradicción entre el modo de producción social y el modo de apropiación privada individual. Con cada crisis algunos sectores ganan, se concentran y centralizan despojando y desposeyendo a otros. Como se dice popularmente, cada crisis es una oportunidad, se generan nuevas demandas y nuevos negocios, y a los que pierden les toca reinventarse. Cada crisis es procesada por el juego de los intereses en pugna y las explicaciones acerca de las causas que se vuelvan hegemónicas. El sentido político que adquieran los acontecimientos es abierto y dinámico. Allí también se pone de manifiesto la autonomía relativa de los Estados en su posibilidad de ponerse por encima de las partes a fin de asegurar la reproductibilidad del orden garantizando el interés general.
La derecha puede en estas situaciones de ruptura posicionarse a sí misma como garantía de orden, porque ofrece justamente las condiciones para la constitución del mismo. Comprende así la postulación de enemigos imaginarios que serían los responsables de la crisis, y de esa manera, unen a la sociedad en la promesa de la recuperación de un orden idílico que fue arrebatado por aquellos demarcados por el estigma social. Podemos así entender liderazgos como el de Donald Trump en la promesa de una “América grande de nuevo” conformada con ciudadanos blancos trabajadores excluyendo a población extranjera, latinos, negros u homosexuales. En Argentina esa promesa se construye también utilizando categorías culpables de los males sean el Estado, los políticos, los subsidiados, los piqueteros o las madres que tienen muchos hijos para cobrar planes. Representan en ese imaginario a los que se quedan con el fruto de mi esfuerzo, que gozan con lo que me corresponde. Son los que quitaron el sueño de la Argentina potencia cristalizada en la cultura del trabajo, con lo cual combatiéndolos se fortalece la promesa capturando así el deseo de un orden. La promesa funciona como una fantasía ideológica que da unidad y cierre desde el plano del discurso con efectos prácticos en la conformación de una fuerza.
Aquí no importa si lo que se dice está fundamentado empíricamente, si tiene una argumentación racional o no, porque es una ilusión con lo cual el trabajo de desenmascaramiento, de desmitificación ideológica, de denuncia de los intereses no confesados de los medios concentrados no alcanza. Hay un núcleo complejo que pareciera ser casi inaccesible en el sujeto para comprender por qué a veces toma decisiones en contra de sus intereses. Si en el plano individual el psicoanálisis es la manera de resignificar ciertos hechos y encontrar explicaciones, con la dificultad que conlleva muchas veces desmantelar aspectos solidificados de la identidad de cada uno, en el plano social eso parece casi inconcebible. Según Zizek la ideología no opera solo en el plano del saber, sino en el hacer. En otras palabras, si para Marx la ideología podía explicarse como falsa conciencia “ellos no lo saben, pero lo hacen”, para Zizek se trata de que “ellos saben que, en su actividad, siguen una ilusión, pero aun así, lo hacen”. El cinismo es la actitud característica del sujeto en esta época del capitalismo, pero ese distanciamiento irónico acepta las reglas de juego.
La rabia, la bronca y los odios sociales que la derecha construye y potencia desde su discurso hablande la capacidad en el manejo de las emociones. Cuando la inflación corroe el ingreso, cuando existe el miedo a perder el empleo y ser un potencial desocupado, o cuando aun teniendo un empleo no alcanza a cubrir lo mínimo para una vida digna como ser el alquiler de la vivienda y los alimentos, es un terreno más fértil para aquellas promesas de orden y estabilidad. Lo paradójico es que los victimarios pueden volverse creíbles ya sin necesidad de enmascarar totalmente sus intenciones como podía pasar en otros contextos. Pueden expresar libremente sus aspiraciones y al hacerlo van corriendo los ejes del debate público. Pero pueden hacerlo precisamente porque la crisis y la incertidumbre instalan la necesidad de recuperar el orden.
El problema es que todo orden social es una construcción histórica, y en ese sentido, el orden neoliberal que es hegemónico a nivel mundial desde la década de 1990 y es claramente inestable, solo augura más desigualdad y conflictos. Sin embargo, también representa una eficiente tecnología de poder que despliega su dominio en la construcción de una subjetividad algorítmica. Los dispositivos lograron predecir patrones de comportamiento e incluso introyectar a nivel individual el antagonismo social. A mecanismos de dominación tan sofisticados es difícil oponerle formas de resistencia de otros contextos. Al mismo tiempo es más permeable al dominio y la manipulación la suma de individuos aislados, autónomos que viven en la precariedad de la existencia, que una masa trabajadora asalariada.
Si bien hoy el contexto es incierto en cuanto a cómo desembocará finalmente la salida del shock sanitario económico, la experiencia de atravesar la pandemia demostró la importancia de una planificación pública democrática desde el Estado en pos del interés común, reordenando las prioridades tanto en el proceso de vacunación como en la disposición de normativas que permitan afrontar el evento catastrófico. De haber dejado la situación al libre arbitrio del mercado hubiera significado más caos y desorganización. Dicha experiencia es significativa entonces para posicionarse desde allí en la construcción de un horizonte a futuro donde la cooperación social y la democratización de la economía sean los objetivos. Es más probable encontrar un orden y estabilidad de esa manera, reconstruyendo el contrato social, que por la vía que propone el posfascismo que no es otra cosa que profundizar la ley del más fuerte, del sálvese quien pueda que invita a descargar las humillaciones que vienen de arriba contra el que está al lado o inmediatamente abajo en la escala social.
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