No se puede negar que en la Argentina pervive desde hace décadas un partido antiperonista. Por ello no debería llamar la atención la preferencia de los votantes de Macri, por su figura y su propuesta

¿Acaso no se han enterado que es un hombre sin principios morales, que tiene una propensión a hacer trampa, además de sus presuntas vinculaciones con la mafia?¿Cómo se puede entregar todo el poder a quien ha demostrado que no le importa la integridad territorial argentina o sea su soberanía, que dice no entender en un país tan extenso como la Argentina; quien ha acumulado bajo condiciones de ilegalidad una parte de su patrimonio, quien ha facilitado la fuga de recursos extraordinarios, empobreciendo en el presente y en el futuro al pueblo argentino?

La respuesta, en primera persona del eventual adherente a su política, es: “precisamente por eso lo preferimos, porque Macri y sus aliados son fuertes, tienen tanto o más poder que mi enemigo histórico: el peronismo, manifestación masiva del pueblo que engloba a la temible marginalidad social”.

Un peronismo que es acción y un antiperonismo que es reacción. Desde su aparición el peronismo fue cuestionado, difamado y en ocasiones reprimido y proscripto por fuerzas conservadoras o liberales que desalojaron por la fuerza sus mandatos obtenidos democráticamente. Fue llamado el hecho maldito de la sociedad burguesa argentina.

A su oposición se sumó buena parte de la sociedad con una fuerza igual y por momentos superior a lo inclaudicable de la militancia peronista.

Por eso la oposición necesita negar su ideología represiva, su pasado criminal en el ataque a civiles en la Plaza de Mayo en junio de 1955 o en los fusilamientos de José León Suárez. Tampoco importa su enriquecimiento mal habido que negará mientras mantenga su integridad poderosa y su enorme esfuerzo histórico por reducir a cero la influencia social que es capaz de generar su enemigo de toda la vida.

El triunfo electoral de los neoliberales en 2015 les otorgó una pátina de legalidad donde se sumaron millones de antiperonistas, que comenzaron a alinearse en una renovada oposición a los sectores populares, contando con una teoría y haciendo uso de una discriminación social rayana en el racismo.

Por eso esa oposición le está agradecida a Macri y como alguna vez siguió a otros dirigentes que, por ejemplo, proclamaron un racismo explícito, con iguales expectativas hoy lo sigue a él. Y no teme ser cómplice de los actos ilícitos que con el poder en sus manos sean capaces de hacer sus protectores.

El peronismo en su inveterada vigencia representa a un poder capaz de producir en la sociedad los cambios estructurales más necesarios y difíciles de alcanzar. Esa potencialidad que el mismo peronismo ha morigerado en el tiempo con una buena dosis de bonapartismo, o de retroceder estratégicamente en una sociedad capitalista, es a lo que temen, estos aliados de la barbarie. a los que no les importa estrechar vínculos con el fascismo, traicionar a los pueblos que luchan por su emancipación o someterse a los dictados de la hegemonía imperial de la OTAN.

No cambiaré mis preferencias de elector, se dice el aterrorizado negador, mientras “la amenaza de lo popular y la incertidumbre que genera en mí su eventual acceso al poder político, permanezca como una alternativa al alcance de una decisiva elección general”.

Se afirmará así en su aptitud negadora y permanecerá al lado de quienes han mostrado capacidad de luchar contra las fuerzas progresistas y populares, entre las cuales el peronismo sigue siendo el partido o movimiento hegemónico.