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09/04/2022

El ajuste del gasto público y sus consecuencias

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Humberto Zambon

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Si una familia solicitara un préstamo a devolver a razón de $ 10.000 mensuales y no tiene en vistas un aumento de sus ingresos, la única forma que existe para asegurar el pago es reduciendo sus gastos habituales en ese importe. Es decir, ajustar el gasto. Lo mismo sería aplicable a una empresa.

De este comportamiento similar, los economistas ortodoxos dedujeron que también el Estado, donde el exceso del gasto sobre el ingreso se traduce en deuda pública, para sanear sus cuentas debe “ajustar” el gasto público. Parece una respuesta de sentido común, sentido que muchas veces nos engaña.

Esa es la razón por la que los gobiernos conservador-neoliberales, como el de Macri, empiezan con despidos de personal contratado y continúan con la reducción o eliminación de subsidios a los servicios públicos esenciales, reducción del gasto social, eliminación de programas de trabajo, sub-ejecución de las partidas de obra pública presupuestarias, etc. En estos hechos no hay novedad, ya que fueron comunes en las políticas aplicadas en el pasado en nuestro país y también en diversos países como recomendación habitual del Fondo Monetario Internacional y otros organismos internacionales.

Lo que no se tiene en cuenta en el razonamiento anterior es que las inferencias obtenidas a nivel microeconómico (comportamiento de las empresas y otros agentes económicos) no son extrapolables a la macroeconomía.

Si existen recursos ociosos (desocupación y capital ocioso), como es habitual, un aumento del gasto público origina una inyección de dinero que se traduce en incremento de la demanda global y en la producción de bienes y servicios: mayor ocupación, mayor consumo… Es el conocido efecto multiplicador del gasto, multiplicador que funciona al alza y, recíprocamente, a la baja, si el gasto disminuyera.

En resumen, el “ajuste del gasto” implica una disminución del producto social mayor que el ahorro inicial: baja también el consumo y la inversión (con demanda global a la baja los empresarios no invierten) con cierre de empresas marginales y aumento de la desocupación y pobreza.

Aparece un nuevo fenómeno social: en los períodos de alza del producto social los ingresos del Estado (impuestos) suben más que proporcionalmente a ese aumento y, a la inversa, si el producto tiende a la baja por la disminución de la base imponible (venta, ganancias o ingresos) y, también, por los empresarios que tienden a autofinanciar sus actividades con impuestos omitidos, cosa que se trata de regularizar en las épocas buenas.

En resumen, el “ajuste del gasto” trae aparejado una disminución del ingreso público que suele ser mayor al ahorro inicial. A pesar de la recesión, desocupación y pobreza que trae el “ajuste”, el déficit aumenta, lo que requiere un nuevo y mayor “ajuste” en una rueda sinfín, un círculo vicioso autosostenido.

En forma esquemática:

Existen múltiples ejemplos históricos de lo expuesto. El caso griego en este siglo es uno de los más graves, y también en nuestro país en diversas oportunidades.

Pero hay uno paradigmático, que presenta el economista argentino Marcelo Diamand en su libro clásico “Doctrinas económicas, desarrollo e independencia” (Ed. Paidós, 1973, pg. 122). Es el ocurrido en nuestro país a partir del año 1961, cuando el ministro de Economía Álvaro Alsogaray lanzó el famoso “hay que pasar el invierno”. El resultado fue una profunda recesión económica mientras que para las cuentas públicas las consecuencias fueron totalmente contraproducentes, según muestran los datos del cuadro adjunto (en términos constantes y en números índices).

Puede verse que hubo una contención del gasto (14,2%) pero aun mayor de los ingresos (40,6%) y, por lo tanto, del déficit fiscal que se pretendía mejorar y que creció un 76%.

Cabe la pregunta ¿Por qué, a pesar de la contundente experiencia histórica, tanto a nivel internacional como nacional se insiste con la política del ajuste? El factor principal parece ser el interés inmediato de los poderosos, de los que se benefician del endeudamiento y no quieren asumir los costos, pero también influye la ignorancia de la historia por parte de los hombres con poder de decisión, lo que hace que se caiga una y otra vez en los mismos errores. Ya lo decía el siglo pasado el economista alemán Joseph Schumpeter: “Nadie puede tener la esperanza de entender los fenómenos económicos de ninguna época –tampoco la presente- si no domina adecuadamente los hechos históricos o no tiene un sentido histórico suficiente”.

29/07/2016

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