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02/04/2022

Los Masuji Ono de la politica

Los Masuji Ono de la politica | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.
Movilización de 1987 contra el levantamiento de Seineldin, frente a la municipalidad de Neuquen.

La transición no fue un lecho de rosas durante los primeros años de democracia. Hubo intentos de golpes; levantamientos militares y carapintadas. La democracia como proyecto se impuso y fue el gran logro de esa generación, nuestra generación.

Antonio Arias

Masuji Ono era un artista famoso, pintor, que fue seducido por el ambiente bélico e imperial del Japón del siglo pasado previo a la Segunda Guerra Mundial. Su obra se reconvirtió entonces en un panfleto guerrero, perdió calidad, pero estuvo en línea con las convicciones profundas del artista. Antes Masuji retrataba el “mundo flotante” de bares y prostitutas que se desvanecía con los primeros rayos del sol. Después, pintó soldados guerreros que ofrendaban su vida para hacer el gran imperio del sol. Entre ellos, su propio hijo que, según Masuji, murió en forma heroica.

Al finalizar la guerra, en reuniones familiares con hijas, yernos y nieto, Masuji advierte con cierta amargura que es cuestionado por la adhesión al viejo régimen imperial. También ve con preocupación la rápida asimilación de la nueva generación a los valores de la cultura vencedora de la guerra; la estadounidense. “¿Por qué?” se pregunta. Alguien del entorno le respondió ; “ellos trajeron la democracia y el respeto al derecho de las personas”. Los japoneses de esa generación de posguerra aspiraban a ser gerente de la Nippon Electric y no héroes muertos en campo de batalla por el sueño de un imperio que jamás iban a ver.

Con sensación de perplejidad que da la anacronía de haber pertenecido a un tiempo que ya no existe, Masuji se da cuenta que su historia ya era parte de un pasado remoto.

Masuji es el personaje principal de “Un artista del mundo flotante”, novela de Kazuo Ishiguro. Si bien es un personaje de ficción, en él podemos apreciar situaciones que se han dado en el mundo real en distintas circunstancias de la historia.

Sin saber la dimensión de los hechos, la generación a la que pertenezco participó en cambios políticos, sociales y culturales como protagonistas de un tiempo único e irrepetible.

Por caso, la generación joven de la Argentina de la década del '80 del siglo pasado, a su modo, sepultó la posibilidad de dictaduras militares. Luchó y defendió la opción democrática de gobierno; el simple hecho de elegir a sus gobernantes. Esto que hoy es una sana costumbre y cultura política, en el siglo XX fue casi una excepción. Y los golpes militares siempre contaban con apoyo de civiles y de algún consenso social. Entonces había sectores sociales que miraban con complacencia a los cuarteles. La última dictadura militar cometió tantas atrocidades que logró unanimidad en el repudio. En la campaña electoral de 1983, excepto un sector acuerdista del PJ, la casi totalidad de la dirigencia coincidió en juzgar a los militares responsables de tantas muertes.

La transición no fue un lecho de rosas durante los primeros años de democracia. Hubo intentos de golpes; levantamientos militares y militares carapintadas que pertenecían a ese pasado reciente que rechazaban la nueva realidad. La democracia como proyecto se impuso y fue el gran logro de esa generación, nuestra generación.

Los deseos de entonces incluían lograr un país más justo desde lo social. Ese proyecto está inconcluso, cuando la actualidad indica que casi la mitad de los compatriotas están por debajo de la línea de pobreza. Sin embargo, lo segundo no desmerece lo primero; la inequidad social no se va a superar por fuera del sistema democrático. Votar, elegir a los gobernantes, respetar y mejorar las instituciones de la República es el único camino posible. En esta parte del mundo, no hay soluciones mágicas ni líderes carismáticos que puedan solucionar los problemas por fuera del voto; y aún llegando al gobierno con el voto, los personalismos autoritarios no solucionaron nada. Los riesgos de esos personalismos autoritarios se vieron a lo largo del siglo XX cuando el respeto por la vida se volvió en moneda de cambio para todos.

Más acá en el tiempo y ya en el terruño, el 9 de abril de 2007 una multitud marchó en silencio por las calles de la ciudad de Neuquén en repudio al asesinato del docente Carlos Fuentealba. El hecho ocurrió el 4 de abril en el paraje Arroyito por el disparo de un policía con una escopeta lanzagases a 2 metros de distancia, mientras el maestro se retiraba en un Fiat 147 de un corte de ruta, como parte de una medida de fuerza del gremio docente por un reclamo salarial. El dolor, la pesadumbre y el luto atravesó a toda la sociedad neuquina y argentina. Fue el límite que terminó entonces con una etapa de crispación social y enfrentamiento del gobierno provincial de entonces con los gremios estatales, que incluía el uso habitual de fuerzas de choque de la policía.

La “paz social” fue la consigna que en ese momento ganó las voluntades de la sociedad neuquina, una paz social que mantiene vigencia a 15 años de aquél luctuoso hecho.

Los dirigentes políticos de ese momento que impulsaron la confrontación, en poco tiempo fueron ingresando por los sótanos de la historia. Como Masuji, vieron que su mundo de valores se desvaneció y quedaron como ánimas presentes de un tiempo pasado.

En Neuquén hubo un antes y un después luego del asesinato del docente Fuentealba. 

29/07/2016

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