Cada vez parece más claro que el crédito de 57 mil millones de dólares (de los que finalmente llegaron 44 mil millones) que el FMI, por orden de Estados Unidos, le dio a Macri era de doble propósito: en principio serviría para ayudar a la reelección de un hombre complaciente con el poder económico internacional, pero por las dudas, si fallaba lo primero y ganaba un gobierno popular condicionarlo con un enorme cepo al hegemonismo económico y político estadounidense.

Falló lo primero y está pasando lo segundo, la Argentina se encuentra en una de las coyunturas económicas más difíciles de todos los tiempos y su soberanía fuertemente amenazada.

No es casual que el tema principal del multitudinario acto por el Día de la Democracia y los Derechos Humanos haya sido, precisamente, la negociación de la deuda con el Fondo. Es el mayor problema que tiene esta Argentina, que comienza a emerger de la postración macrista y la catástrofe de la pandemia.

Más allá de la reivindicación de una América Latina unida y soberana en las figuras de Lula y Pepe Mujica, y de la celebración por los 38 años ininterrumpidos (arduos pero dichosos) de democracia, el acto fue un debate público sobre cómo pagar la deuda con el Fondo de la que participaron Cristina, Alberto y, por cierto, la porción de pueblo que estaba presente.

Como era de esperar, la prensa canalla utilizó lo ocurrido para magnificar las diferencias en el seno del gobierno, pero más allá de sus deseos (que en general coinciden con los intereses anti-argentinos) el debate tuvo síntesis y la ruptura lejos de aparecer quedó atrás porque en un frente de la naturaleza del que conduce el país lo peor que podría pasar es que no se expresaran los matices y se silenciaran las diferencias.

Frente a las legítimas prevenciones de Cristina que siempre coloca la agenda donde debe ser, el presidente fue taxativo: “La Argentina del ajuste es historia”, dijo y agregó: “tranquila Cristina, no vamos a negociar nada que signifique comprometer el desarrollo de la Argentina”.

En lo fundamental el frente gobernante está de acuerdo.

Se dirá que Cristina podría haber tocado el tema en privado, ahorrándole al gobierno un debate público que fatalmente sería utilizado por la oposición mediática. Pero contrariamente a lo que se podría pensar, el hecho de que haya sido público y que de alguna manera haya habido coincidencia en los objetivos irrenunciables, resultó tranquilizador para la gente y en lugar de poner en riesgo la unidad terminó fortaleciéndola.

No estuvo de más recordar que el FMI ha volteado gobiernos, ni que es el peronismo quien paga las deudas, y la derecha quien las contrae y se lleva la plata afuera. Arrojarle en la cara a ese departamento de colonias que es el FMI que le vaya a cobrar a los que (con su consentimiento) se llevaron los dólares afuera, suena lindo pero por ahora impracticable. Una pena.

Con todo, no está de más recordárselo a los dafraudadores que gobernaron entre el 2015 y el 2019, y también a los mercenarios y alcahuetes que les dan letra.