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01/10/2016

Medios, política y comunicación

K, la letra maldita del alfabeto mediático

K, la letra maldita del alfabeto mediático | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

El discurso hegemónico logró imponer etiquetas en las que todo lo que termina con K es sinónimo de malo, tramposo o fraudulento. Una estrategia política y semántica que busca una reescritura del pasado para legitimar el presente.

Sergio Fernández Novoa *

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La ruta del dinero K. La ley de Medios K. Los piqueteros K. Los actores K. La televisión K. La corrupción K. La economía K. Che, ¿pero vos no serás K? Así hasta el infinito. La K se convirtió en la letra maldita del abecedario mediático con el que el Grupo Clarín establece las reglas semánticas, culturales y políticas que medios, dirigentes y hasta ciudadanos de a pie repiten sin chistar.

Desde la primera presidencia de Cristina cualquier palabra a la que se le agregaba la letra K se convirtió en equivalente de malo, tramposo o fraudulento.

Llevamos casi una década escuchando, viendo y leyendo etiquetas o poniendo rótulos que lejos de estimular una lectura crítica del proceso político y de sus protagonistas lo único que hacen es estigmatizar y dividir.

En definitiva, lo que está en juego es mucho más que la valoración de un gobierno o un ciclo político. Se está reconfigurando el periodismo, la calidad de la democracia y nuestra capacidad crítica como sociedad para comprender lo que está pasando.

El principio

Tal vez tengamos que remontarnos a septiembre de 2009, cuando se discutía en el Congreso de la Nación la propuesta del Poder Ejecutivo Nacional para reemplazar el Decreto Ley Nº 22.285 que regulaba a los medios electrónicos en la Argentina.

Se está reconfigurando el periodismo, la calidad de la democracia y nuestra capacidad crítica como sociedad para comprender lo que está pasando.

La propuesta llevaba la denominación que finalmente aprobó el Parlamento por amplia y heterogénea mayoría: Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. La misma fue votada por ambas cámaras y tras su promulgación recibió el número 26.522.

El Grupo Clarín, ajeno a todo rigor informativo, aunque no a la necesidad de defender su posición hegemónica, bautizó a la flamante norma como “Ley de Medios K”, lo que fue propalado hasta el hartazgo a través de todas sus empresas periodísticas.

En los pasillos del Congreso, en las cadenas de medios privados y cada referente opositor repetía el nombre elegido por el multimedio más grande del país. Cambiar el nombre de una ley es mucho más que una formalidad. Es imponer un sentido y una intencionalidad.

Con la desaparición de la denominación original se perdían sus sentidos asociados: pluralidad, democratización, heterogeneidad y diversidad. Con el lema Ley de Medios K se imponían otros: censura, control, uniformidad y autoritarismo.

Un símbolo del mal

Desde aquellos días se hizo más evidente la capacidad de liderazgo de Clarín para asignar sentido y también el desarrollo de una estrategia de marca: la letra K como símbolo del mal.

¿Cuál es el rigor periodístico que hay detrás del pomposo título “La ruta del dinero K”? ¿Qué información veraz y fidedigna permite dictar una sentencia con una investigación judicial en curso?

Es cierto que también resultaron infructuosos los intentos de quienes pensaron el nombre de la nueva ley por convencer a la propia ex presidenta de que la expresión Ley de Medios era incorrecta, porque achicaba en su denominación el contenido y el alcance de la iniciativa.

Hubo un día en que Cristina dijo desde el atril Ley de medios audiovisuales. Clarín había ganado una batalla dialéctica. A la Ley de Medios se le agregó la K y a partir de entonces, esto se extendió a todo lo que se quería denostar.

De allí a la La ruta del dinero K hubo un paso. Por supuesto que antes se instaló la Corrupción K, se dijo se “terminó la fantasía K”, se habló del “relato K” (como realidad falseada) y se asoció “la era K” con aquello que la sociedad rechaza: narcotráfico, inflación, inseguridad, falta de libertad, etc.

Por este camino se devaluó la palabra de quienes no adscribían al programa lingüístico. Pero también político, económico y cultural, que perseguían los poderes fácticos al “defenestrar todo lo K” y que hoy se expresa en las políticas del gobierno de Cambiemos.

Así, hasta el Papa Francisco, que apenas un año atrás era presentado como un ferviente opositor a la “dictadura K” (porque también se asoció la K a una dictadura) es hoy un Papa K. Como Yasky un sindicalista K, Vertbisky un periodista K y Pablo Echarri un actor K. La lista puede ocupar varias páginas.

Periodismo de guerra

Esta imposición semántica tiene consecuencias sobre el conjunto de la actividad periodística, ya que está reñida con sus principios elementales, como el respeto por la verdad y el rigor en la búsqueda de información fidedigna y verificable.

¿Cuál es el rigor periodístico que hay detrás del pomposo título “La ruta del dinero K”? ¿Qué información veraz y fidedigna permite dictar una sentencia con una investigación judicial en curso?

Quién puede tolerar la megadevaluación, el tarifazo, la caída de la actividad económica, la inflación y el crecimiento de la pobreza y la desocupación sin la apelación permanente a “la pesada herencia K”.

Un tipo de “periodismo” que no agrega más que lo que ya dice el título, la volanta o el zócalo televisivo y que sabe que la condena mediática es mucho más contundente que la absolución judicial.

Si todo lo K es estigmatizado, o peor, todo lo estigmatizable es acompañado por la letra K, no hay posibilidades de establecer una práctica profesional que se base en el buen periodismo.

Cuando no existen matices se renuncia a la mirada crítica. Cuando se anteponen intereses personales o corporativos se desecha el valor social que  tiene informar con veracidad. Así, como en tiempos de guerra, solo queda la propaganda.

Julio Blanck, hasta hace unas semanas editor jefe de Clarín y periodista estrella del grupo, dijo en una entrevista publicada por La Izquierda Diario que desde ese conglomerado mediático se hizo “periodismo de guerra” contra el kirchnerismo.

“¿Hicimos periodismo de guerra? Sí” se preguntó y respondió el propio Blanck. El sincericidio, que le valió bajar unos cuantos escalones en el diario, incluyó aceptar que “eso es mal periodismo. Fuimos buenos haciendo guerra, estamos vivos, llegamos vivos al final, al último día. Periodismo eso no es como yo lo entiendo, no es el que me gusta hacer”.

Autodefensa intelectual

“El elemento primordial del control social es la estrategia de la distracción que consiste en desviar la atención del público de los problemas importantes y de los cambios decididos por las élites políticas y económicas, mediante la técnica del diluvio o inundación de continuas distracciones y de informaciones insignificantes”, asegura el lingüista norteamericano Noam Chomsky.

La construcción de esta suerte de comodín de lo indeseable que es la etiqueta K transciende así la disputa de poder coyuntural para instalarse en un universo mucho más relevante: el de la reescritura del pasado para moldear el presente.

Sin denostar el proceso político que protagonizó el kirchnerismo a través de la corrupción, la pobreza y la injusticia es impensable que alguien pueda creer en la honestidad de un presidente que amasó buena parte de su fortuna a partir de las prebendas con el Estado, la fuga de capitales y la evasión impositiva con sociedades offshore en paraísos fiscales.

Quién puede tolerar la megadevaluación, el tarifazo, la caída de la actividad económica, la inflación y el crecimiento de la pobreza y la desocupación sin la apelación permanente a “la pesada herencia K”.

O acaso no es la demonización sistemática la que le permite a Macri decir, sin ponerse colorado, que después de nueve meses de ajuste y la transferencia de recursos hacia los sectores más poderosos el 32,2% de pobreza reconocido por el Indec es ajeno a su política económica.

Debemos dar la razón a Chomsky cuando aconseja “hacer un curso de autodefensa intelectual para protegerse de la manipulación y el control, y sentar las bases para conseguir una democracia mejor”.

Si esto no ocurre seguirán prevaleciendo aquellos a los que no les importa si los medios mienten o no. Lo que vale es que digan aquello que quieren escuchar y que, generalmente, es lo mismo que instalaron previamente en sus mentes esos mismos medios.

Por este camino se achica la democracia, se empobrece el debate político y, como dijo Thomas Jefferson, “el hombre que no lee nada en absoluto está mejor educado que el hombre que sólo lee periódicos”.



(*) Periodista. Ex Vicepresidente de Télam y ex presidente del Consejo Mundial de Agencias de Noticias y de la Unión Latinoamericana de Agencias de Noticias.
29/07/2016

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