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21/11/2021

Decime si exagero

Ser o no ser mapuche, esa es la cuestión

Ser o no ser mapuche, esa es la cuestión | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.
Mural en la pared de contención de la Ciudad Administrativa, Cordón Colón, Neuquén Capital.

A seis meses del censo nacional 2022, las autoridades y referentes del pueblo mapuche que vive dentro de Argentina se preguntan seriamente si la cantidad de personas que se autopercibirán como originarias superará o no los números del censo 2010.

Fernando Barraza

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La maestra de sexto grado quiere saber si sus estudiantes han estudiado el material que les dio la semana anterior sobre el pueblo mapuche. Son cinco o seis páginas que los pequeños y pequeñas que están naciendo a una prepubertad tan rápida como los días que corren tuvieron que leer en una guía que habla en pretérito sobre el pueblo mapuche y hace cuestionamientos esenciales tales como: ¿cómo se organizaban?, ¿qué comían?, ¿cómo se vestían?, ¿qué trabajos realizaban? Todo evocado, todo traído al manual actual desde un pasado imperfecto que no pone en contexto los procesos históricos de un pueblo nación ni sugiere la pervivencia del pueblo mapuche. La historia originaria, contada en colores desvanecidos por el tiempo, se repite en la gran mayoría de los manuales que suelen usarse en el nivel inicial. Y no solamente con el pueblo mapuche; sucede lo mismo con cada uno de los pueblos nación originarios de Argentina.

Pero volvamos a la seño neuquina, que levanta la voz: “¿quién sabe de qué trabajaban?” pregunta mirando al aula toda. Espera que alguien levante la mano y diga el arquetípico “de la caza, la pesca y la recolección” y -con suerte y algo de entusiasmo- pueda complementarse esa respuesta magistralmente con una ampliación del tipo: “recolectaban frutos y plantas autóctonas de estación”. Pero no es lo que sucede. El destino le tiene reservado a la seño algo que pondrá de relieve lo invisibilizado… Uno de los pibes del fondo, larguirucho y chispeante, levanta la mano y ni siquiera espera el visto bueno de la maestra para largar muy seguro de cuerpo:

“¡Yo conozco uno que trabaja en la panadería del híper del Coto!”

La clase se ríe. La seño frunce el ceño y se queda pensando. En un clima distendido, sin que hubiera pasajes de discordia, el testimonio del pibe hace que la realidad choque de frente con una escolarización positivista y antigua que, durante casi cien años, se negó a abrir los ojos a una interculturalidad viva y latente.

El niño que acaba de ser didáctico con su maestra se llama Newen (que en mapuzugun, el idioma de lxs mapuche, quiere decir fuerza, energía, poder) y es uno de los diez -tal vez quince o veinte- de la clase que tiene ascendencia mapuche. En la escuela de Newen -anclada en el corazón del Barrio El Progreso, primer cordón oeste de Neuquén Capital- si se releva al estudiantado con buen tino y predisposición intercultural seria, la cifra de pibes y pibas que darían cuenta de una ascendencia mapuche -hijos e hijas, nietos y nietas- seguro que llegaría a un 40%, como mínimo. Pero eso aún no sucede; por ahora ningún gobierno se ha planteado hacer un relevamiento tal con la seriedad que una tarea así demanda. Ni siquiera sucedió en el censo 2010, el último realizado en Argentina, en el que el ítem sobre la autopercepción o la percepción familiar como miembro de un pueblo originario estaba en la planilla censal, pero muy pocos censistas fueron preparadxs para abordarla con la perspectiva preambular que semejante pregunta demanda, sobre todo teniendo en cuenta que es quizás de las más importantes preguntas identitarias que se le puede realizar a una persona en un censo, cualquiera sea su edad y cualquiera su condición social.

Así y todo, con la pregunta mal formulada y un poco descolgada en el cúmulo total de las preguntas totales de las planillas de aquel censo, fueron casi un millón de personas las que se reconocieron como miembros de un pueblo originario en la Argentina. Por primera vez un censo pasaba por las casas de los habitantes de este país y preguntaba sobre estas cuestiones y, a pesar de haber caído de sorpresa y con poca preparación social en censistas y censadxs, los resultados eran asombrosos. Asombrosos para quienes no querían prestar atención, claro está.

El primer informe que publicó el INDEC -el 29 de junio de 2012- admitía abiertamente en sus considerandos que todavía existía en Argentina un “subregistro” en este ítem, el denominado “pertenencia indígena”, y daba cuenta de que esa modificación que llevaba a negativizar el número real de personas autopercibidas respondía a “prejuicios personales y sociales”. Decía el Indec que muchas personas censadas no se autorreconocieron en la categoría por temor a la discriminación directa o indirecta.

Pero no hay que tomar este subregistro como una derrota, pues la inclusión de la pregunta identitaria fue clave y fue histórica. Sin mucha preparación previa a lxs censistas, ni campañas de visibilización realizadas por los estados -nacional y provinciales- como para que la población tome conciencia de que se le iba a preguntar algo tan importante y que su respuesta era fundamental y gravitante, la inclusión de ese interrogante disparó una respuesta que fue reveladora, y marco un franco aumento en relación a la primera encuesta sobre identidad originaria que el INDEC realizara en 2004, trabajo de campo que señaló que sólo 650.000 personas se reconocían como integrantes de un pueblo originario. En solo cinco años, el número casi se duplicó. De esos datos ascendentes se desprende otro dato importantísimo:

La mayor parte de las personas que se autorreconocen como miembros de algún pueblo originario en nuestro país, pertenecen a los pueblos Mapuche y Kolla, y la mayoría reside en las provincias de Chubut, Neuquén y Jujuy. Jujuy es la más numerosa en cantidad de personas, pero en proporción poblacional porcentual: Neuquén tiene más cantidad de gente asumida como originaria mapuche.

Imaginemos ahora que el próximo domingo 18 de mayo de 2022, el día exacto en el que se consumará el próximo censo nacional, la pregunta sobre identidad originaria se desandará -casa por casa- en un contexto de seriedad creciente, algo muy superior a lo ocurrido en 2010. Unx podría imaginar que esta vez el Estado ha tenido el tiempo suficiente para generar conciencia previa en la sociedad y capacitación en las personas censistas.

Pues: ¿eso pasará?...

Viendo la foto exacta ahora, a escasos seis meses del censo, la respuesta es bastante clara y lógica: difícilmente se logre un entorno ideal, lejos estamos de que la condiciones de censo de población indígena se de en un contexto de preparación distinto al de hace doce años.

¿Y a quién le cabe la responsabilidad por esta condición estanca?

Si la mayoría de (por no decir todos) los asuntos relacionados con las estadísticas y censos y estadísticas relacionadas con lo social inclusivo son responsabilidad directa del Estado, la respuesta es: al Estado.

¿Qué fue lo que demoró y demora la atención y la acción del Estado como para que un aspecto tan importante del ser social constitutivo de nuestro país, un tema de identidad tan profundo, no se haya censado nunca de manera correcta?

Las respuestas al dilema son muchas, y todas ellas son aciagas, porque revelan que -en el fondo- el pequeño Newen tiene razón, y las instituciones estatales (las ejecutivas, las educativas) no pueden dejar de pensar a los pueblos originarios en términos de pasado y con una carga mitrista, antiquísima y anquilosada. El imaginario de que los pueblos originarios “ya fueron” se perpetúa desde el establishment del poder real, es cierto, pero pareciera que los estados acompañan con acción u omisión. El rédito socio-político por afirmar que los pueblos originarios de Argentina dejaron de existir, le rinde a quienes proponen sociedades totalitarias y homogéneas. Eso no es nada nuevo. Por más que pueda haber algún historiador postmoderno que se enoje al leer esto que se va a aseverar: es muy evidente que la inversión en sangre y saqueo que se realizó en diferentes etapas de colonización, hoy se debe justificar con un actualizado certificado de defunción de los pueblos originarios.

En este sentido, se diría que hay dos fuerzas en pugna: mientras decenas y centenas de miles de personas viven actualmente en la Argentina con la certeza (o al menos el indicio) de que muchas de las cosas que sienten, viven y sueñan en el cotidiano son la consecuencia inmediata cultural lógica de pertenecer a pueblos originarios, que entienden los órdenes de la vida de otra manera distinta al estereotipo del “ser argentino” (ese de los barcos, claro) en el otro extremo de la línea de fuerzas hay estados que no colaboran demasiado en la construcción de una alternativa posible para que toda esa gente conecte con sus raíces originarias sin sentir el peso de la discriminación danzándole como cuervos. El tema es que una cosa es realidad (la gente que pertenece a una cultura originaria) y la otra es simple subjetividad (la apuesta por insistir en esto de que esas culturas “desaparecieron”).

Y en medio de este maremoto de fuerzas identitarias y anti identitarias, el estado pareciera estar allí: presente, sí, pero como un actor que se enreda con su propio discurso de corrección política, más pone permanentemente palos en la rueda de la libre percepción de las personas con raíz originaria. Al menos las construcciones políticas, culturales y educativas que impulsaron los estados en los últimos cincuenta años pareciera darle la razón a quienes aseguran que “la cuestión indígena” es solo un tema secundario o terciario para los gobiernos.

Así, con esta sombra de una estigmatización negativa sobre la cabeza y con cierto desamparo estatal danzando aquí y allá, lejos están las personas de ascendencia originaria de terminar de conectar con su esencia ancestral. Si los estados declaran pasadas sus propias culturas y parte de la opinión pública hasta llega a asegurar que siguen siendo vagos, oportunistas y hasta terroristas, flaco favor le están haciendo a esas centenas de miles de personas que podrían ponerse en contacto y con claridad con su identidad originaria.

Y dígame, ¿cuál sería el beneficio comunitario que obtendríamos como nación cuando las personas conecten real y desprejuiciadamente con sus raíces originarias? Preguntará alguien con pragmatismo.

Inmenso, el beneficio será inmenso. Esa es la respuesta.

Por fuera de este mundo de estereotipos y homogenización que se postula como la norma, que el 62% de las personas que llevan sangre amerindia en su sangre en Argentina (datos brindados por el CONICET en 2019) reflexionen sobre su pertenencia a culturas diversas, que trascienden el estereotipo “argentino prototipo” y se conecten con esos otros idiomas vivos, esas otras filosofías latentes, esas otras espiritualidades manifiestas y esos otros conceptos de habitación de los espacios sociales y comunitarios vigentes, es algo que realmente suma. Jamás resta.

Eso de que resta es malicia neoliberal. Puro racismo, porque las circunstancias de modernidad y tecnologización del cotidiano de las personas en todo el planeta han llevado a embrutecer la sensibilidad por un humanismo heterogéneo y el mundo que sueña el poder concentrado global es de una homegeneidad casi pasteurizante. Pero pensemos solo un momento: ¿no sería genial que cierto aire de diversidad cultural vuelva a habitar con libertad nuestros espacios?

Trasladado todo esto a un ejemplo práctico en nuestra provincia:

Todas esas personas mapuche que habitan en Neuquén y se perciben como tal, esas personas organizadas en zonales y en comunidades en todas las ciudades y parajes rurales de Neuquén, son solo la punta de un gran sólido cultural que se completa recién cuando aparecen las otras personas, las que están dubitativas a las puertas de su autopercibimiento originario. Entonces cuando se le quita de sus hombros el sesgo racista y estereotipante a todas esas personas (también decenas de miles) puede llegar a aparecer el cuadro de interculturalidad completo. Si el censo pasado arrojó que cerca de un 10% de población neuquina se reconoce mapuche, qué números podría arrojar un censo sin prejuicios racistas de por medio. Sin lugar a dudas se sorprendería la mayoría de nuestra sociedad toda.

Imaginen que fuerte y beneficioso sería despojar la carga negativa a toda esta realidad negacionista para terminar por descubrir que los comunicadores y referentes que destilan odio en los medios y en sus redes personales no tienen razón alguna para continuar diciendo todas esas monsergas casamiquelistas y racistas; y que sí tienen razón y conciencia Osvaldo Arabarco y Marcelo Berbel con la propuesta de coexistencia armoniosa que plantearon en “Neuquén Trabun Mapu”. Eso sí sería dar un primer paso importante como sociedad ¿no?

El censo se acerca. El ítem censal de auto percepción de identidad originaria aparecerá nuevamente, quizás el estado active y nos sorprenda con una fuerte campaña de formación a censistas y concientización a la población en general. Quizás no.

Ahora, más allá de una hipotética intervención estatal en la previa de este censo, la pregunta a cada una de las personas que lee este artículo es: ¿Qué posición personal asumiremos como seres sociales en relación a este tema en particular? Y se puede ampliar: ¿Qué responsabilidad nos cabe a cada unx en la construcción de una sociedad realmente intercultural? Por último, ¿qué espacio le damos a una desintoxicada circulación de la pluriculturalidad, para que todxs esas trabajadorxs, maestrxs, profesionales y jóvenes mapuche de la provincia que aún no conectaron del todo con sus raíces puedan hacerlo sin sentir que se les va a acusar de cualquier barbaridad? Ojalá las bestias que cacarean odio racista queden calladas por un instante bien largo y el “y su tahiel mapuche” que propone el himno neuquino sea verdaderamente un canto al país.

Se lo debemos al pequeño Newen y a lxs miles de Newen de todo Neuquén.

29/07/2016

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