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“No fracasé. He encontrado diez mil formas que no funcionan”
Thomas Edison
Al alcance de la mano está el salero, el plato, el cuchillo, el cepillo y el dentífrico, la cama, el sweater y el pantalón, la canilla, la radio y el control, el teléfono y el amor que aparece, así, de golpe y las letras y oraciones, la nave que nos lleva a la luna y todo aquello para lo que no se necesita mucho esfuerzo ni imaginación. Al alcance de nuestras manos está todo lo que un día nos desveló el sueño imaginando como inventarlo, descubrirlo o hacerlo funcionar a como se pueda. Está todo lo que antes no existía o lo hacía solo en nuestra imaginación.
El salero está ahí, como todo el resto de cosas que están al alcance de nuestras manos y es por eso que tal vez ya no importe.
El resto, lo que aún no existe, lo que no se ha inventado aún, está en el cielo. Más allá de las fronteras de la piel. Más allá, aún, de las estrellas. Está en las miradas, lejanas, de quienes han aprendido a ver más allá del horizonte. No está en las experiencias inmediatas. Está en las personas que buscan incansablemente el inalcanzable éxito, como camino, no como un inexistente propósito. Está en el motor de los infatigables creativos que aún miran al cielo y que han fracasado tantas veces como estrellas hay en la noche. Y que, cuando lo encuentran, cuando lo consiguen, dejan de ser felices, como con el salero. Porque las emociones están ahí adelante. En lo inesperado, en las prometedoras esperanzas del porvenir. Sencillamente porque un día el futuro se convierte en presente y aburre con su cotidiana familiaridad. Sencillamente porque el entusiasmo aumenta con las posibilidades y las expectativas y desaparece con la realidad del lunes que hizo de las ideas, hechos reales y concretos. Aburridos.
Lo que no tenemos solo puede ser imaginado y hay que salir a buscarlo, a conquistarlo porque está lejísimos…allá, en el borroso porvenir. Además de la necesaria suerte, hay que conjeturar, crear, planear, organizar, arriesgar y ponerse a caminar, mientras la química del organismo desencadena, con desbocado frenesí, la energía, el entusiasmo y la esperanza necesaria y la cabeza, entonces, dibuja escenarios prometedores tan posibles como ficticios y nos termina secuestrando. Es, entonces, cuando administramos ese “desbocado frenesí” y lo ponemos al servicio de nuestro proyecto para enfrentar las adversidades que pocas veces evaluamos como posibles en el camino a nuestro objetivo ¡¿Le habrá pasado…?! Fracasar, caerse y levantarse o triunfar, a costa aun de los sado moralistas, son tan solo posibilidades porque, al cabo, son las heridas de esa búsqueda las que convierten a los sapiens en humanos que lo han intentado todo.
La droga más poderosa del mundo es el deseo, el hambre de buscar sin descanso, allá, en el cielo, más allá de las estrellas…
Y todo esto sucede merced a la dopamina. Para todo lo demás existe MasterCard.
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