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13/11/2021

Aguafuertes del Nuevo Mundo

Miguelito cumple cien

Miguelito cumple cien | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.
Habitantes del siglo XX. Miguel y Blanca, referentes de una trayectoria impecable como la de tantos integrantes de su generación, que se sobrepusieron a la frustración de una época de inestabilidad democrática y que nunca renunciaron a sus valores.

Nacido en 1921, cantante y bailarín de tango y creativo zurdo para el fútbol, Miguel junto con Blanca compartieron una trayectoria impecable como tantos de su generación. De joven él adhirió a Forja y ya en 1945 a la candidatura de Perón. Las dictaduras nunca torcieron sus creencias ni su voluntad.

Ricardo Haye *

Este 11 de noviembre, Miguelito hubiera cumplido 100 años.

Su hijo, que anda por los sesenta y algo, lo está recordando con la curiosa sensación de encontrarse ante un negativo fotográfico, porque Miguel reunía ciertas habilidades de las que él carece irremediablemente. Y él, a su vez, quizás posea algunas características que la naturaleza no depositó en su progenitor.

Miguelito era un afinado cantante de tango que, como aficionado, llegó a grabar un par de discos de pasta. El tiempo, las mudanzas y su propia fragilidad contribuyeron a que ambas piezas se quebraran y aquella voz melodiosa solo subsiste en el registro memorioso de un heredero que carece de virtudes canoras.

Miguel también fue un diestro bailarín de tango, otra capacidad que no transmitió a un vástago que presume de tener “dos pies izquierdos”.

Mientras se percibe a sí mismo como un rústico zaguero ya retirado de las andanzas futbolísticas, el hijo trae al presente imágenes de su padre desplegando creatividad a partir de su zurda prodigiosa. Y allí, un recuerdo se estaciona reclamando mayor atención. Es la época en que los barrios aún tenían un buen número de potreros en los que las correrías tras la pelota no dejaban crecer el pasto. En ese momento el hijo es un pibe y Miguel un adulto mayor que recibe las pullas de un muchachón insolente que oficia de arquero. Se burla y lo desafía a que intente meterle un gol. El desafiado no se inmuta y promete un tanto antológico. Es la previa de un córner que cae llovido sobre un espacio que, de estar marcado, sería el área chica. Y Miguel acomete una acrobacia prodigiosa que perdurará grabada en la retina de aquel crío que ahora memora la escena: el hombre se para de manos de espalda al arco y aplica un preciso tacazo al balón que ingresa, rotundo, a un arco vencido. Cumplimentado el gesto atlético, Miguel recupera la vertical sobre sus pies y marcha hacia el centro del campo, sin mirar siquiera al guardameta que ha mordido el polvo. El escarnio de terceros es innecesario cuando alguien se humilla a sí mismo.

El fútbol, sin dudas, es un punto de unión entre los protagonistas de este relato. La pasión por los mismos colores transmitida de uno a otro es parte de ese vínculo formidable que resiste al tiempo y disuelve las diferencias superfluas.

En lo demás, las divergencias en todo momento fueron mínimas.

Con los años, el hijo terminó por comprender que el tango era un tinglado lo suficientemente amplio para alojar su devoción por Piazzolla y el gusto del viejo por De Ángelis. Si, total, él no bailaba y el repertorio del padre había sido formateado por el Glostora Tango Club.

La niñez de Miguelito no fue fácil y le negó posibilidades de completar la educación inicial, pero eso nunca le recortó la conciencia social y su sensibilidad para alinearse del lado bueno de la vida. Junto a Blanca construyeron una relación sincera y amorosa que perduró hasta el final de sus días, apenas separados por un puñado de meses. Fue amiguero generoso y -algo que su hijo valora enormemente- coherente, incluso cuando debió cambiar. En sus años mozos adhirió a la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA), convencido que debían levantarse barreras ante las prácticas de neocolonialismo y cuando la agrupación decidió disolverse porque sus objetivos se habían cumplido tras el llamado a elecciones en 1945, decidió que la candidatura de Perón era la vía más adecuada para darle cauce a las ideas de quienes hasta allí habían sostenido "somos una Argentina colonial, queremos ser una Argentina libre". Después, los años de proscripción no torcieron sus creencias ni quebrantaron su voluntad. Ese alineamiento solo quedó de lado en los años ’90, cuando el neoliberalismo hizo nido en una estructura vaciada de sentido histórico y aquel apartamiento sirve hoy para celebrar a quienes rechazan el inmovilismo y son capaces de desarrollar pensamiento propio y crítico.

Alguna vez recibió el ofrecimiento para integrar una lista política a nivel municipal y prefirió dejar ese lugar a alguien con mayor preparación. Su participación más activa se dio en el ámbito gremial de un pequeño sindicato de la industria química del que orgullosamente reivindicaba no haber sacado rédito personal alguno. “Como corresponde”, decía con firmeza.

Desde la finalización de la última y sanguinaria dictadura cívico-militar-eclesial a comienzos de la década de los ’80, el voto de padre e hijo no siempre coincidió en las figuras elegidas, pero lo que jamás estuvo en duda es que la elección que ambos hacían estaba guiada por concepciones similares de la vida y por la vocación de alcanzar los niveles deseados de justicia social, soberanía política e independencia económica, ideales que desbordan la primigenia fuente justicialista. Pueden haber existido matices y -con las vivencias que da el tiempo- es posible que cada quien quisiera revisar alguna de las decisiones propias y las del otro. Pero la comunión de idearios políticos, transmitida generacionalmente con el mismo ardor que la futbolística aunque distinguiendo la distinta trascendencia entre unos y otra, sirvió para edificar una relación de respeto mutuo, simpatías y complicidades.

El hijo siempre agradeció aquel gesto de apoyo que su padre produjo en los turbulentos años ’70, cuando dos cursos completos del colegio secundario al que concurría se rebelaron ante lo que consideraban conductas autoritarias de los directivos. “Si los chicos creen que su reclamo es justo, hay que apoyarlos”, dictaminó sereno y seguro ante la mesa familiar.

Miguelito ingresó al siglo XXI sin saber que el ocaso estaba demasiado cerca. Su muerte inesperada truncó un robustecimiento identitario creciente que comenzaba a diluir definitivamente cualquiera de las disonancias menores que hubiesen sobrevivido. Porque en ellos ya no quedaba lugar para la diferencia y porque -corrigiendo a Borges- a esas alturas ya los unía el amor y también el espanto por lo que sus convicciones comunes confrontaban.

El diminutivo que siempre acompañó su nombre fue una réplica cordial y justa del afecto que prodigó a lo largo de toda su vida.

Te sigo extrañando, viejo.



(*) Docente e investigador del Instituto Universitario Patagónico de las Artes.
29/07/2016

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