Ver y oír

¿Por qué sé quién soy?

Salvo las funciones básicas que compartimos con todos los animales como respirar, llorar comer, los sapiens podemos adaptarnos a multiplicidad de ambientes y ámbitos de mayor o menor calidad. Nuestro cerebro es plástico, pero requiere de muchísimo tiempo de aprendizaje.

Ricardo A. Kleine Samson

 

 “El que tiene la conciencia tranquila,

tiene mala memoria”

Les Luthiers

 

Salvo el nuestro, el cerebro de todo el resto de animales ya viene con sus rutinas programadas de antemano por sus genes. Lo que hace, por ejemplo, que a un oso le resulte imposible vivir en el desierto o a un camello en la selva. Salvo para nosotros, para todos ellos, estas prescripciones son una ventaja, porque al poco tiempo de nacer ya saben cómo deben comportarse y la gran mayoría se las arregla por su cuenta apenas abren los ojos, pero carecen de la capacidad de adaptarse a ambientes distintos para los que están preparados. Salvo las funciones básicas que compartimos con todos los animales como respirar, llorar comer, etc., los sapiens podemos adaptarnos a multiplicidad de ambientes y ámbitos de mayor o menor calidad. Nuestro cerebro es plástico, pero requiere de muchísimo tiempo de aprendizaje.

Como nosotros, el resto de animales realizan complejas operaciones que responden a los estados tanto internos como externos para reaccionar conforme la situación. Son las emociones que nos atraviesan a todos. Si hay fuego, hay que huir; si hay comida, quedarse; si hay peligro, defenderse; o, como cantaría la Venegas: si hay amor, acariñarse. Todos los animales respondemos de manera natural a los diversos estados que van de la gama del placer al dolor. Pero por complejas que sean las operaciones de todos los animales, ninguno, salvo nosotros, sabe de su propia existencia individual. Es decir, yo sé que quien está sentado sobre este escritorio escribiendo este texto soy yo, y debo ser yo, porque estoy aquí. Experimento mi existencia. No soy Usted. Pero mi perro que, casualmente, ahora está ladrando tratando de agarrar al escurridizo gato que se le burla pasando por la cornisa, ninguno de ellos sabe que son ellos, su conciencia es tan básica que no les alcanza para saber quiénes son. Todos los animales pueden tener una vida mental pero nunca la sabremos, sencillamente porque carecen de un concepto de su propia identidad y no pueden expresarla. Tienen conciencia de su individualidad biológica, pero no se su propia identidad. Es decir, cuando apareció la conciencia, sobre todo la compleja como la nuestra, aparecieron los dueños de la vida. Hasta ese momento, la naturaleza no tenía dueños. Y el resto de animales, salvo nosotros, siguen sin tenerla. Para la evolución debe haber sido ventajoso incorporarle a un animal como nosotros una conciencia tan amplia que ayudara a conocer los sentimientos causados por sus emociones. Conocer los sentimientos que provocan las emociones ha de haber sido ventajoso para vivir. Mientras que nosotros podemos reflexionar con un funcionamiento mental complejo, el resto debe reaccionar sin dudar. Aunque también, como nosotros, fabrican herramientas, se comunican con sus pares mediante símbolos o gestos, manipulan conductas, tiene normas sociales que guían su reproducción, convivencia y supervivencia sin tener idea de lo que está bien o mal y también piensan de manera más elemental que la nuestra, porque la comprensión de sus vidas se limita a la realidad, mientras que la nuestra se extiende más allá del mundo físico, liberando a la imaginación a los dominios de la metáfora, como lo es este mismo relato. Y esto es una maravilla que por ser tan nuestra no alcanzamos a valorarla. Recordar el pasado e imaginar el futuro ha de ayudar al gobierno de la vida.

Nos transformamos gracias a la plasticidad de nuestro cerebro, y justamente lo que somos no es consecuencia de lo que modeló nuestro cerebro, sino que, por lo contrario, de lo que descartó. Es tal nuestra capacidad de adaptación que en la medida que vamos creciendo y desarrollándonos en un ambiente biológico y cultural determinado, vamos descartando el resto de las muchísimas posibilidades de adaptación a otros nichos. Nos pasa con el idioma, podemos aprender cualquiera, pero en la medida que aprendemos uno se nos dificulta aprender otros. La evidencia de esto es que a la edad de 2 años nuestro cerebro tiene más de 100 millones de conexiones cerebrales (sinapsis) esperando aprender lo que corresponda y en la adultez, menos de la mitad. El cerebro va refinando sus operaciones. Adquiere experiencia, pero aún sigue siendo plástico, nunca dejará de serlo. Y Usted es el resultado de todas las distintas personas que debió ser para llegar a su hoy presente. Sus valores y miradas de hoy son distintos a los de su niñez o adolescencia y el relato de su historia que nos pueda contar hoy, sería completamente distinto al que hubiese contado cuando tenía 10, 30 o 50 años, aunque Usted crea lo contrario. Porque todas nuestras experiencias personales dejan sus registros y nos transforman en alguien distinto cada vez. Y porque, además, las neuronas que utilizó para recordar sus 10 años ahora están ocupadas en otros recuerdos que actualizan su personalidad y hacen a aquel algo borroso, difícil de traer al presente sino es con un poco imaginación. Como dice David Eagleman: “El enemigo de un recuerdo no es el tiempo, sino otros recuerdos” Somos una sola persona que pasó por muchas otras, algunas olvidadas, otras inventadas, pero todas distintas.  Quien mejor lo describe es el querido poeta norteamericano Walt Whitman en esta frase: “¿Qué yo me contradigo? Pues sí, me contradigo. Y, ¿qué? Yo soy inmenso, contengo multitudes”

Su autobiografía, a la suya me refiero, está hecha de recuerdos personales, sociales y amorosos, de vivencias, de experiencias, de planes cumplidos o proyectos a realizar. Y en el medio, y en vistas a que a la memoria no le alcanza para recordar todo, hay mucho de relleno ficcional que termina por darle coherencia al relato. Sencillamente porque nuestro cerebro no tolera las incoherencias e inventa rellenos para evitarlas. Usted es todo eso, hecho consciencia.

La consciencia superior que nos permite ser, afloró tímidamente en nuestra biología en la sabana de nuestra Africa natal hace cientos de miles de millones de cosas, junto con nuestra capacidad de expresar sentimientos, objetos o eventos, propios o ajenos en forma de palabras simbólicas que se fueron multiplicando en una comunidad de hablantes, que, de a poco, fueron sumando a los gestos y sonidos con los que hasta ese momento se comunicaban. Los cambios morfológicos adaptativos que nos pararon en las dos piernas, la modificación de la laringe que facilitó vocalizar, la ampliación del cerebro y sus cambios neuronales, más el aumento de su complejidad como la incorporación del cerebro de Broca que posibilitó el habla y el de Wernicke que les da sentido a las palabras, entre otros cambios también geográficos que fueron traccionando a aquellos, facilitaron hablar de sí mismos. Aunque, claro, ante los hechos consumados por las transformaciones morfológicas a las que debimos adaptarnos para llegar al nivel de nuestra conciencia actual, jamás hubiésemos predecido los resultados a la vista, debido a que la suerte no deja evidencia de su paso y, sin embargo, es tan importante. Esta novedosa manera de expresarse, probablemente al principio entre una madre y su bebe o durante el acicalamiento entre pares, fue aumentando la capacidad narrativa y la memoria para recordar, además, el concepto de las nuevas palabras incorporadas en la comunidad, permitiendo aflorar al yo que habitaba a cada individuo y que seguramente habitará en el resto de animales imposibilitados de saberlo. Esto facilitó hablar de pasado y de futuro, de uno mismo y de los otros. Sin interacción social no hubiese aparecido una conciencia de sí, tan compleja como la nuestra.

Fue cuando, a partir de entonces, un niño podía inventarse amigos invisibles para jugar y charlar, un adulto un romance con una pareja o dibujar una herramienta en su cerebro. O, inclusive, ver ángeles o seres superiores, lo que dé por sí no corrobora su existencia, pero sí la del misterio de su aparición, que debería inquietarnos y ayudarnos a investigar para aprender a huir de las supersticiones, porque lo único que explica a un milagro, es otro milagro.

 “Cuidado con esa gente…No se sabe que pretenden.” Canta Alejandro del Prado en “Los locos de Buenos Aires”.

 

Bibliografía:

“El universo de la conciencia” G. Edelman y G. Tonini. Editorial: Crítica. Colección: Drakontos.

“El cerebro de Broca” Carl Sagan. Editorial: Crítica. Colección: Drakontos.

“El cerebro” David Eagleman. Editorial: Anagrama. Colección: Argumentos.

“Incognito” David Eagleman. Editorial: Anagrama. Colección: Compactos.

“El error de Descartes” António Damasio. Editorial: Andrés Bello.

“Sentir lo que sucede” António Damasio. Editorial: Andrés Bello.

“Quien manda aquí” Michael Gazzaniga. Editorial: Paidós. Colección: Transiciones.

“Mentes salvajes” Marc Hauser. Editorial: Granica.


 

29/07/2016

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