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Columnistas
08/08/2021

Angelelli

Angelelli | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

El 4 de agosto de 1976 fue asesinado el obispo de La Rioja, Enrique Angelelli, declarado beato hace dos años por la Iglesia católica, en un proceso impulsado por el papa Francisco y que incluye a Carlos de Dios Murias, Gabriel Longueville y Wenceslao Pedernera, también víctimas de la dictadura.

Gerardo Burton

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El 4 de agosto se cumplió un nuevo aniversario del asesinato del obispo de La Rioja, Enrique Angelelli. Sus ideas, reflejadas en la apertura de las estructuras de la Iglesia católica a los problemas de la sociedad contemporánea, se tradujeron en un camino de esperanza y transformación. Desde su asunción, fue combatido por los sectores tradicionalistas y reaccionarios desde los medios de comunicación social y los factores de poder. Su línea teológica se enlaza con los más renovadores textos doctrinales de la Iglesia en el siglo pasado: los documentos del Concilio Vaticano II, de Medellín y el de los obispos argentinos de San Miguel, de 1969. Consecuentemente, su línea de acción pastoral promovió la organización de los más humildes en cooperativas, asociaciones gremiales y comunitarias.

-Andá a hacer revisar las gomas, y nos vamos a La Rioja. Yo te espero acá -dice el más grande de los dos hombres, alto, robusto, calvo y con anteojos.

El otro, menudo y flaco, se sube a la rural, una Fiat 125. Carga combustible y vuelve hacia la capilla donde el primero, a quien le dice Pelao, lo espera ansioso.

Toma el portafolios que contiene los informes de los testimonios de la tortura y asesinato, el 17 de julio, apenas dos semanas antes, de los curas Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville, de Chamical. También llevan datos sobre el atentado que le costó la vida, algunos días después, al catequista Wenceslao Pedernera, ametrallado en su casa de Sañogasta. Piensan en los acontecimientos como una espiral que se cierra cada vez más sobre uno de ellos dos. El hombre grande recuerda las visitas de dirigentes de Tradición Familia y Propiedad a La Rioja, piensa acaso en los potentados rebeldes que le impidieron celebrar misa en La Costa y en la claudicación de los políticos, unos años atrás, cuando el gobernador depuesto se olvidó de sus promesas de cooperativizar la tierra. Pero lo que más le duele es el silencio de los suyos: la mayoría de los obispos, el desprecio de los curas conservadores.

En estos momentos estoy acusado de ser un obispo rojo, marxista, de extrema izquierda. De llevar a la Iglesia -concretamente, a la diócesis de La Rioja- por caminos tortuosos y no por los verdaderos caminos de la fe cristiana, del Evangelio.

No saben quién fue el asesino de los curas del Chamical, pero sí el origen de la matanza. Y la causa. Los testigos hablan de amenazas anónimas. Piensan en un cerco que se cierra.

El hombre más grande dice “manejo yo, así me tranquilizo un poco”. Se coloca delante del volante y ubica el portafolios entre ambos, sobre el asiento. Van a tomar el camino viejo, desde Chamical hasta La Rioja, para no llamar la atención. Son casi las tres de la tarde. El paraje está desolado y frío. Van por la ruta 39. Ya están a seis kilómetros de Punta de Los Llanos.

El hombre grande comenta “nos siguen, Arturo”. El cura Arturo Pinto gira su cabeza y ve dos vehículos claros, uno parece un Peugeot 404, que se aproximan. “Tranquilo, Pelao”, le dice, con un temblor en la voz. El Peugeot avanza y se coloca a la par de la camioneta, casi rozándola.

El hombre grande sabe, recuerda la reunión del día anterior con los curas y las religiosas. Tiene muy presente el temor general, referido específicamente a él.

-Dios elige al pobre como respuesta ante el hombre orgulloso que se ha endiosado y ha hecho de la técnica y de su yo los dioses que lo guían.

Entonces, ¿cuál es la misión de la Iglesia? Hacerse cada vez más este pueblo frágil y al mismo tiempo darle aquello que Dios ha entregado a la Iglesia para que ella lleve a los hombres. Hacer que la fe madure, que la esperanza madure, que la caridad madure, pero no aisladas de la vida, no para ser vividas dentro de un templo, sino para que ayuden al hombre a ir haciendo su historia; para dar una dimensión trascendente y un sentido a las cosas.

Recuerda las cartas que envió a los obispos de Córdoba y Santa Fe, a su pedido de colaboración al episcopado y al nuncio sin que nunca se consiguiera detener la violencia del Tercer Cuerpo de Ejército.

Un golpe brusco interrumpe sus cavilaciones. La camioneta sale del asfalto y clava sus ruedas delanteras en la arena. El impacto, que coincida con una detonación, la arroja a varios metros más allá de la banquina. Arturo se estrella contra el tablero y se desmaya. La camioneta retorna a la ruta, y entonces vuelca. El hombre grande se aprieta contra el volante y pierde el conocimiento.

El portafolios permanece entre los dos hombres cuando los ocupantes de los otros vehículos se aproximan a la camioneta, arrancan al hombre grande de su sitio y le destrozan la nuca con la culata de sus escopetas y fusiles.

Dos de ellos lo toman de las axilas y lo arrastran algunos metros más allá, lo ponen boca arriba y lo dejan. El hombre grande queda con los brazos en cruz como mirando al cielo, con los talones desgarrados. Los homicidas retornan a sus automóviles y toman el camino a la capital provincial a toda velocidad.

-El hombre concreto de hoy es el que no tiene casa y entonces quiere emigrar, es el que padece mal de Chagas, el que no tiene para vivir y el que no tiene más trabajo que el empleo público. Es el hombre que no tiene tierra por la estructura del minifundio y el maxifundio. Al hombre concreto yo no le puedo ir a predicar la resignación. Dios no quiere hombres resignados.

Olvidamos que la historia de la salvación no comienza en la muerte. Los difuntos están vivos en la eternidad. La conquistamos y la tejemos de la misma forma que vamos tejiendo la historia. Nuestra historia es la historia de la salvación porque Dios va caminando con nosotros desde la encarnación. Su propia historia es nuestra historia.

Desde la camioneta, que tiene reventado un neumático, sale tambaleante Arturo; murmura “nos garrotearon”. El portafolios ya no está sobre el asiento.

Junto al hombre grande, que agoniza, se detiene un vehículo cuyo ocupante desciende e intenta socorrerlo. Cuando lo alza, el hombre grande muere.

¿Dios qué hace? Se abaja de tal manera que al encarnarse toma la condición de marginado. Toma la condición del hombre hasta donde fue llevado por el egoísmo: la del pobre, el marginado, el sin voz. Porque allí va a nacer todo el proceso para que el hombre logre su felicidad.

Y la Iglesia tiene que comprometerse. Ella no es para determinados hombres porque se llamen pobres, pero hay que recurrir a la óptica de Dios, al plan de Dios y a los gestos de Dios.

Pasan otros automóviles. La gente reconoce al hombre grande muerto y algunos dicen es el obispo, lo mataron. Otros agregan no nos metamos o tendremos líos.

Testigos dicen que entre el monte había vehículos con personas uniformadas. Otros señalan movimientos extraños antes y después del “accidente”. Algunos reconocen impactos de bala en el lugar, y hay quienes se arriesgan a opinar que en la base de la Fuerza Aérea del Chamical esa tarde alguien llama para avisar que todo está arreglado.

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Si la Iglesia quiere ser fiel al Evangelio, al Concilio Vaticano II, a Medellín, hay que jugarse hasta las últimas consecuencias. Y Cristo nos da el ejemplo. No creo que el camino de él haya sido un camino de rosas. A él lo matan en nombre del orden establecido y de una tradición mal entendida.

Los diarios, revistas y noticieros radiales y televisivos indican que un accidente en la ruta le costó la vida al obispo riojano. La excepción es la Agencia de Noticias Clandestina, ANCLA que, en un cable fechado el 30 de agosto, titulará: “Habría sido asesinado monseñor Angelelli”. La agencia, que dirige Rodolfo Walsh, consigna en ese despacho que “fuentes eclesiásticas dignas de crédito afirmaron que tenían la convicción de que el accidente en el que perdiera la vida monseñor Angelelli, obispo de La Rioja, hace aproximadamente un mes, no fue casual sino provocado intencionalmente”.

El portafolios aparece, dos días después de los hechos y a casi mil kilómetros de Chamical, en el escritorio del general Albano Harguindeguy, ministro del Interior de la dictadura.

 

Biografía:

Enrique Angelelli era hijo de inmigrantes italianos, había nacido en Córdoba el 17 de julio de 1923.

A los 15 años ingresó al seminario del Loreto y luego viajó a roma, donde concluyó sus estudios con la licenciatura en derecho canónico y la ordenación sacerdotal en 1949.

Fue asesor de la Juventud Obrera Católica (JOC) en la capital cordobesa y en 1961 es consagrado obispo. Como tal, participó de las deliberaciones del Concilio Vaticano II y en 1968 es designado obispo de La Rioja, misión que asumió el 28 de agosto de ese año. Murió asesinado el 4 de agosto de 1976.

 

Una cronología:

1968.- Tras la asunción como obispo, circula en La Rioja un panfleto anónimo en contra de Enrique Angelelli. El diario “El Sol” de esa ciudad contrata periodistas para difamar y ridiculizar al obispo, a quien llaman “Satanelli”.

1973.- El obispo Angelelli y sacerdotes y religiosas son agredidos en La Costa. Antes, se había hostigado a sacerdotes y suspendido una misa radial a causa de la predicación del Evangelio.

1976.- En febrero resulta detenido el párroco de Olta, a quien se le informa durante el interrogatorio que “hay obispos fieles a la Iglesia y otros infieles... La vicaría castrense nos da la garantía de fidelidad a la Iglesia”, y no el obispo riojano.

En marzo, el presidente de la Conferencia Episcopal, Vicente Zazpe, informa de una reunión con el presidente de la junta militar, general Jorge Rafael Videla, quien se compromete “a tomar medidas” ante los reclamos de la iglesia riojana.

Continúa el hostigamiento a través del diario “El Sol”.

Se advierte a los padres Gabriel Longueville y Carlos de Dios Murias por sus predicaciones, grabadas por agentes de inteligencia.

Interviene el vicario castrense, Victorio Bonamín, quien afirma que los militares “carecen de una asistencia espiritual a la que tienen derecho”.

Se acentúa la presión policial sobre el clero y las religiosas. Algunos son citados a las comisarías. Aumenta la campaña contra las parroquias.

El 18 de julio de 1976 son secuestrados, torturados y asesinados los sacerdotes Murias y Longueville, del Chamical. Días después, en Sañogasta, militares no identificados irrumpen en la casa del catequista Wenceslao Pedernera, quien es asesinado frente a su familia.

El obispo Angelelli investiga esos hechos, reúne pruebas y mantiene un encuentro con religiosas y sacerdotes en El Chamical. El 4 de agosto decide retornar con los informes a La Rioja para iniciar la denuncia. Ese día se produce el atentado.

La información oficial que se reproduce en todos los medios de comunicación es que Angelelli murió en un accidente de tránsito mientras conducía su vehículo rumbo a La Rioja desde Chamical.

Esa información es confirmada luego por el juez de la causa, Aldo Zalazar Gómez quien el 31 de agosto afirma que “no existen elementos para iniciar investigación (del hecho) dentro del ámbito penal”, con lo cual concuerda con la fiscal del caso, Martha Guzmán Loza, quien informó que la muerte del obispo ocurrió como “producto del caso fortuito del desinflamiento de un neumático”.

1983.- Los obispos de Quilmes, Jorge Novak, y de Neuquén, Jaime De Nevares, junto a Antonio Puigjané y Adolfo Pérez Esquivel, denuncian en la ciudad de Neuquén, que Angelelli fue víctima de un asesinato y reclaman la investigación de los hechos. Esa declaración, formulada en el aniversario del homicidio de Angelelli, continúa el comunicado emitido por De Nevares días antes, poniendo en duda la versión del accidente fatal. Además, vincula las muertes de Murias, Longueville y Pedernera con la del obispo.

El 20 de septiembre, el juez Antonio Condado dispone la reapertura de la causa.

2019.- Luego de que el papa Francisco reconociera a Angelelli y sus colaboradores como “mártires de la Iglesia”, se inicia el proceso de canonización. Así, en abril de ese año, en La Rioja, el cardenal Ángelo Becciú preside, como enviado del pontífice, la misa de beatificación de los cuatro mártires riojanos: el obispo Enrique Angelelli, los sacerdotes Gabriel Longueville y Carlos de Dios Murias y el catequista Wenceslao Pedernera, reconocidas víctimas de la dictadura militar. Ver enlace

La ceremonia se realiza ante miles de fieles, que colman el Parque de la Ciudad. Becciú afirma que los nuevos beatos argentinos, que están a un paso de ser declarados santos, fueron "asesinados en 1976 debido a su diligente actividad de promoción de la justicia cristiana durante el período de la dictadura militar, marcado por un clima político y social incandescente, que también tenía claros rasgos de persecución religiosa".

29/07/2016

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