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10/06/2021

El lenguaje no está roto, y eso es bueno

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En las consignas de las marchas anticuarentena o en las "pastorales" movidas desestabilizadoras de la Mesa de Enlace no se expresa una crisis del lenguaje sino una creciente fascistización del dispositivo conceptual con que la derecha crea sentido común.

Juan Chaneton *

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El lenguaje como tema acaba de ser objeto de las "consideraciones intempestivas" de dos autores, Noé Jitrik y Sandra Russo, y me parece que el texto del primero luce como "... la maligna carcajada de un espíritu muy libre", que es como decía Nietzsche de sí mismo en carta a su amigo dinamarqués Georg Brandes.

La nota de Russo le imputa haberse roto a un lenguaje que está muy sano y que, por sano y robusto, puede cumplir su función de clase que es una función, en primer lugar, ideológica: crear antivalores. No podría hacerlo si estuviera roto.

Cuando la derecha recita incoherencias, en ello no debe verse sino sólo lo que es, en embrión, el rasgo más original de los conatos fascistoides latinoamericanos: no tienen estrategia, sólo táctica; carecen de programa, sólo miran la coyuntura; están, siempre, huérfanos de principios y su único norte es la destrucción de su enemigo.

Por eso, en las consignas de esas urbanas marchas anticuarentena o en las "pastorales" movidas desestabilizadoras de la Mesa de Enlace no se expresa una crisis del lenguaje sino una creciente fascistización del dispositivo conceptual con que la derecha crea sentido común y orden simbólico en épocas en que siente cuestionada su hegemonía, como bloque de poder real, frente al resto de la sociedad.

Esa violencia verbal encubre una operación ideológica de cuya eficacia da buena cuenta el estado de equilibrio inestable en que se halla el conflicto social en la Argentina. Sin esa eficacia no habría equilibrio de ningún tipo sino un claro y contundente descrédito del macrismo como expresión política del neoliberalismo en este país. Cuando eso no ocurre del todo, las causas del fenómeno hay que buscarlas no en una inexistente crisis del lenguaje sino en su buena salud para funcionar como generador de masa crítica misoneísta y conservadora de usos y costumbres.

El lenguaje es código comunicacional (palabra horrible, esta última, si las hay) que, a la larga, ha devenido, también, expresión de una estética. El lenguaje es oración, sintaxis y estructura. El lenguaje es fonema palatal, es consonante fricativa u oclusiva, es signo que encubre o símbolo que revela. El lenguaje es escritura que nos permite decir luna pero también moon, vida y vie, muerte y tod. Es un decir. O muchos decires. Y por bien que se diga lo que se ha visto, lo visto no reside jamás en lo que se dice. Lo que dice la derecha no es lo que de verdad es. Lo que decimos nosotros, a veces tampoco.

El lenguaje es metáfora y oxímoron. Éste suele ser una forma de la primera, tal vez porque todo o casi todo, en el lenguaje, es metáfora. Y un manejo adecuado de ambos puede mutar, de aparente solecismo o de incoherente expresión alucinada, a herramienta creadora de un sentido nuevo, al modo surreal en que Lautréamont yuxtaponía heteróclitas ocurrencias sobre arbitrarios espacios de encuentro.

La derecha no sabe de paraguas y de máquinas de escribir dialogando, ambos, en una dependencia de la morgue. Pero sabe de biblias y de calefones. No conoce ningún manifiesto dadaísta, pero ha oído hablar bien de Discépolo. Y sabe, por eso, por tradición cultural golpista, no por "inercia", construir el oxímoron preciso, que también es anfibología, sentido oscuro, contradicción formal. Y así, dice la derecha: en la Argentina hay tiranía y hay anarquía. Y nosotros, en vez de advertir ahí la carga de profundidad que nos puede fulminar... decimos que allí hay un lenguaje roto.

Y el caso es que ese lenguaje, lejos de estar roto, goza de excelente salud. Ampara, bajo el mismo socaire gramatical (hay pleonasmo aquí: amparo y socaire), dos reproches que tocan justo en la fibra más sensible del votante y que nos pueden hacer perder las elecciones: la libertad y el orden. De eso le está hablando la derecha al pueblo cuando mezcla anarquía y tiranía. No hay rotura de la lengua. Hay -como en Lautréamont- unificación por yuxtaposición de lo que conceptualmente no tiene conexión alguna. Tiranía es lo contrario de anarquía. Si hay la primera, no puede haber la segunda. Pero esto es una lectura que, de tan formal, se vuelve pedestre. El talento del artista, cuando este artista ha sido el fascismo, es el know how perfecto para realizar la combinatoria de lo incombinable transformándolo -en ese acto de arbitrariedad suprema- en el complemento cultural indispensable para que una política de clase intente triunfar sobre otra política de clase.

Y el neoliberalismo es eso, una política de clase que vive con incomodidad creciente la institucionalidad liberal y que, en lo cultural, requiere, cada vez más, de una extravagancia conceptual sólo asequible si se dispone de un lenguaje sano y llano y, por eso, rubicundo, fuerte y eficaz. Cuando se identifica tiranía con anarquía lo que sufre es el concepto, no el lenguaje.

Lo que está roto, eso sí, y sin perspectivas de arreglo a corto plazo, es la calidad de la expresión oral y escrita, que es una manera de decir que es la calidad del lenguaje la que se resiente cada día más. Se escribe mal, se habla peor y el conocimiento cede ante la concupiscencia devenida valor tangible a precio de mercado. Y los que escriben mal son, a veces, unos amigos/as que no advierten lo mal que se llevan con las buenas costumbres en materia de sintaxis.

Las consignas de la derecha son acto reflejo en pos de embarrar la cancha conceptual, y ello porque carece de argumentos. Nuestros traspiés en el duro oficio de escribir se deben, en cambio, a veces, al puro déficit que nos aqueja sin que nos demos cuenta porque el aplauso nos aturde y el espejo nos devuelve -como en plano diverso le pasó a Pablo Iglesias- una imagen de Dorian Gray en la plenitud... hasta que el espejo se rompe o, de algún modo, se rebela.

En otro orden aunque no sin algún orden en línea con lo que venimos diciendo, el lenguaje es oportunidad para el gozo estético, dizque también para el goce. El lenguaje ha sido quiasmo, sintagma y pleonasmo, a veces como tropos o recursos para hacer decir a las palabras lo que no dijeron las palabras. A veces atacar la lengua es un portal abierto hacia el deslumbre, como hacían Pizarnik, la sublime, o Julio Huasi, el inolvidable eterno "de culto". Pero otras veces es una especie de delito o, por lo menos, de contravención, como si dijéramos, una falta de tránsito.

Es el caso de los que dicen "todes" y creen que, de ese modo, se juegan a fondo en una causa descolonizadora, anticapitalista y civilizatoria. Y luego, parecen autopercibirse en el lugar de la eficaz militancia feminista, prosiguen su cruzada liberacionista y someten a la lengua al potro, al pau de arara y la picana, todo junto: "niñes", agregan. Y cuando el que dice esto es un viejo verde en lucha con el tiempo perdido de antemano, al quebranto estético se le añade el ridículo. En fin..., y ¡arriba, corazones...!, como diría Soiza Reilly quien, en su misma línea aguafuertista, tuvo un discípulo que bueno, bueno... Roberto Arlt, que tampoco escribía al gusto de la RAE, pero tenía el talento incontestado de los que escriben bien.

El que ha estado brillante, para variar, es el maestro Jitrik. El lenguaje, nuestro lenguaje, el castellano, vive en su prosa, esa es la prueba última y final, ilevantable, de que no ha muerto la lengua de Góngora, de Borges y de Quevedo (autores muy suyos, por lo menos Góngora, me consta) que, al fin y al cabo, es la que nos dejaron los colonizadores, algo nos dejaron, el idioma, que no es poco.

Noé Jitrik, en su último "silbido" para La Tecl@ Eñe, habla en clave revolucionaria, eso interpreto yo por lo menos. En su lengua española castellana, Noé se las arregla para decirnos que el conflicto entre los que tienen y los que no tienen, es decir, la lucha de clases, existe todavía y es lo esencial, a pesar de que "algunes" no se den cuenta. No hay que perderse esa nota, aunque sólo sea por bien escrita, por la elegancia de la prosa, por la simpleza de lo bello.

Por lo demás y para terminar, decimos que las sufragistas aquellas que hoy "adornan" Puerto Madero con sus nombres no fueron ningún adorno sino precursoras ejemplares de lo que es y ha de ser el feminismo como esencial capítulo del programa democrático que aún se halla recluido en la espera; decimos que Irma Cuña, millonaria de vientos y praderas ella misma como ella misma cantó en su poesía y a quien no sólo le debo su poesía sino también hasta el haberme permitido conocer a otras mujeres maravillosas como ella; decimos que Hebe, la que no requiere presentación, marca la diferencia porque siempre concibió a los derechos humanos como una trinchera más en la lucha por la liberación nacional y social de la Argentina, todavía pendiente; decimos (digo yo) que ellas son sólo un ínfimo poco de lo mucho que podríamos decir si el tema del honor y la dignidad femenina en la lucha por la vida propia y la de todos fuera el tema de esta nota.

Pero hoy tan solo hemos querido transitar, como sin quererlo demasiado, muy cerca de la encrucijada no de tres -como Edipo- sino de dos caminos: el lenguaje, al que muy luego se le aupó el feminismo.

Y nos viene a la memoria que, promediando los ochenta en Nicaragua, las jerarquías y la tropa del "epeese" (Ejército Popular Sandinista), que era el ejército del Estado nicaragüense, contaban con un cincuenta por ciento de mujeres. Ellas eran las capitanas, coronelas y comandantas. Y las soldadas. Y la jefatura nacional de la Policía estaba a cargo de otra mujer, Doris Tijerino que, como sus colegas del ejército, se había batido en la primera línea de fuego, sea en el Repliegue a Masaya, sea en cualquier otro de los hitos de la guerra contra la dictadura somocista armada y financiada por el "imperialsimo yanqui", así decía el "lenguaje" entonces. Por eso conducían esas mujeres. Feminismo en acto. Y ante el cual los varones no tenían más opción que hacer la venia cuando así correspondía.

Claro que no hay que esperar que se desate una guerra para izar las banderas liberacionistas que corresponda izar, pero me parece que no es escribiendo desopilancias que, en vez de embellecer, afean de modo muy evidente, como se aporta al programa cultural. Con el aditamento conceptual de que no habrá programa cultural que valga, aunque sea "feminista", si no va imbricado en mixtil fori con el del socialismo, es decir, con el programa de la clase obrera -como dice Noé Jitrik- en lucha permanente e histórica por abolir el capitalismo, caldo original en el que fraguan todas las discriminaciones, todos los racismos, todas las explotaciones, todos los latrocinios, todas las humillaciones como, por caso, la de vivir y hacer negocios con tierra ajena cuya ajenidad nace del hecho de que sus dueños absolutos son los pueblos originarios, que no quieren escribir "todes" ni "niñes", como el huinca, sino decir Mari Mari...! y escuchar que el otro u otra contesta Mei... Mei...

Yo no sé mapuche, pero me acuerdo todavía de cierta gramática que me enseñó Lucía Painemilla (víbora azul, quiere decir ese apellido), que era sirvienta en aquella casa de Neuquén en la que nací.

Tenemos que acostumbrarnos a vivir sin sirvientas y sin sirvientes. Tenemos que acostumbrarnos a limpiar nuestra propia mugre. Si no nos gusta, ¡ajo!, como dicen los médicos... y el algoritmo y la inteligencia artificial harán el resto en el futuro. Y, sobre todo, tenemos que acostumbrarnos a saber que nuestro único sirviente y el único al que, a nuestra vez, tenemos la obligación de servir, es el idioma y su belleza, la belleza del lenguaje.



(*) Abogado, periodista, escritor.
29/07/2016

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