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El cambio de gobierno de Cristina a Macri abrió el camino a desgajamientos en el espacio saliente y reposicionamientos en todas las fuerzas de la oposición. Como siempre sucede, el actor principal de la política es quien detenta el Poder Ejecutivo, y es respecto de esta fuerza que se analizan y toman posiciones.
La particularidad de los primeros meses de gestión muestra una figura presidencial con mucha menos presencia –mediática y política– que a la que nos tenía acostumbrados Cristina Fernández. Sin embargo, eso no ha implicado falta de actividad o resignación de la agenda por parte del gobierno.
Aquello que era virtud en la etapa kirchnerista para disputar la tematización, con medidas de alto impacto y una fuerte politización de cada una de estas, es parte de lo que la Alianza Cambiemos ha logrado identificar con los “malos modos” de sus predecesores. El cambio, en este caso, pasa por mostrar mayor actividad con una comunicación deshistorizada que, aunque tiene menor impacto mediático, se amplifica por la alianza tácita entre los grandes medios y el gobierno nacional. Todo ello justificado en el desarme de un aparato de propaganda y “el fin de la guerra contra los periodistas” (Marcos Peña dixit en “Sobre la comunicación del gobierno”, publicado en Facebook)
Los temas que acapararon la atención y condicionaron las posiciones en los primeros meses fueron desde los despidos –principalmente del sector público– al acuerdo y pago a los fondos buitre. Quedaba espacio para navegar con soltura entre las posiciones del gobierno y un kirchnerismo que no lograba despegar del recuerdo de la “década ganada”. Por allí se colaron el Frente Renovador y el bloque Justicialista jugando al péndulo entre ambos polos y compitiendo por la etiqueta de “oposición responsable”.
Tras cuatro meses de gestión, los efectos de los políticas aplicadas comenzaron a manifestarse en toda su expresión: desocupación, alza de precios, baja de la actividad industrial. Si sumamos el incumplimiento de promesas electorales respecto del impuesto a las ganancias, tenemos todos los puntos que unifican el reclamo de las centrales de trabajadores que convocan a la movilización de hoy. Este movimiento de unidad en la acción repone en el escenario político a un actor de peso, el sindicalismo, que empieza a volver de la fragmentación que lo había partido en, al menos, cinco pedazos.
La firme toma de posición pública de este sector respecto del gobierno –expresada en el impulso a una “ley antidespidos”– achica el margen de movimiento para quienes gozaban de la tibieza de “oposición responsable”, y también condiciona a otros sectores. Como consecuencia, ciertas tensiones pasan a ubicarse al interior de algunos de ellos, como en el Frente Renovador, donde sectores industriales conviven con diputados de extracción sindical. El FPV-PJ rápidamente se alineó con los reclamos obreros.
Por el lado sindical, se advierte que los dirigentes son conscientes de que la posición adoptada mayoritariamente vuelca las miradas sobre ellos. Efecto buscado, sin dudas, pero también respuesta a las bases que manifiestan claramente que “quieren ir a la calle”, como expresaron algunos dirigentes.
En el análisis de todos los actores que se oponen a Macri se encuentra el escenario regional. Se imaginan condiciones económicas que tienden a empeorar en el mediano plazo por la profundización de la recesión en Brasil. A ello se suma el avance hacia la firma de un tratado de libre comercio Mercosur-Unión Europea y la definición de la canciller Malcorra de que ALCA “no es mala palabra”. Señales que un importante dirigente gremial estatal leyó como un llamado de alerta, “porque si se firma el TPP se flexibilizan todas las relaciones laborales”.
En este contexto, la centralidad de las organizaciones de los trabajadores es concreta pero contingente. Lo primero se deduce de la celeridad con la que diputados y senadores se abocaron al tratamiento de ambas leyes “de emergencia laboral”, una de las cuales fue presentada por los mismos sindicatos. El carácter contingente tiene más que ver con la unidad de acción –en esta etapa– y eso se explica, por ejemplo, en la cautela con la que los dirigentes caminan estas primeras horas de coincidencia.
Quienes pensamos que las políticas que lleva adelante el gobierno de la alianza Cambiemos no son improvisaciones, ni el producto de decisiones erráticas, esperamos que la movilización de este viernes inaugure una etapa que encuentre al gobierno nacional a la defensiva. Sería la primera vez, en este ciclo, que algo así ocurre.
El éxito de la movida sindical, en gran medida, dependerá de la capacidad del movimiento obrero de mantenerse unido y en el centro del ring, para hacerse visible frente a un gobierno que lo necesita corrido de la escena.
Pero hay otro ring. La jornada será contada por el gobierno nacional, la oposición y los propios protagonistas. Pero no debemos olvidar que también juegan los medios de comunicación en tanto actores interesados, ya que algunos se encuentran entre los grandes ganadores de la etapa. He ahí quizá la mayor debilidad de los organizadores. Desde hace tiempo –mucho tiempo– la política implica un escenario doble: la calle donde se puede jugar de local y los grandes medios donde siempre, siempre, los trabajadores jugaron de visitantes.
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