Columnistas
31/05/2020

Impensados, entre lo virtual y lo presencial

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Contraponer la educación virtual a la presencial es correr el eje del problema. Porque la pregunta es si estamos desplegando una educación que permita pensar y construir conocimiento, sea a través de la modalidad que sea.

María Beatriz Gentile *

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Y cuando me disponía a comenzar las clases de mi curso universitario, la pandemia cambió todo e intempestivamente me convertí en una docente black mirror de tiempo completo

La movida planetaria del Covid19 nos encontró con una educación que, como dice Adriana Puiggrós, aun no salda el debate entre competencia y desigualdad y donde la tendencia desescolarizadora empuja de la mano de las nuevas tecnologías.

En estos meses de alfabetización digital, aprendimos que dictar una carrera de manera virtual no se reduce a emular una clase en el aula.

Advertimos, también, que a pesar de que existe toda una industria del conocimiento on line con productores de contenidos, aplicaciones, tutoriales y personal training informático que por una suscripción en dólares está disponible las 24 horas, nuestro sistema educativo no está preparado para replicar de manera virtual una educación presencial.

Están quienes consideran que armar una especie de "Netflix educativo" con paquetes de contenidos en variados formatos y en distintas plataformas para que los estudiantes descarguen y visualicen a su ritmo, es una forma de promover habilidades y capacidades de autogestión, responsabilidad y compromiso; algo que se perdió en la escolarizada educación universitaria.

Otros en cambio, nostálgicos de un eterno Mayo francés, insisten en ver a los claustros universitarios cómo exclusivos ámbitos de formación política y pensamiento crítico encapsulado en la relación presencial docente-estudiantes cual gurú-discípulo; y todo lo que intermedie en esa relación peripatética es impugnable. 

Lo cierto es que desde el ‘68 hasta aquí las cosas han cambiado, y hoy cualquier joven que participe activamente en una organización barrial o social, tal vez logre más formación política que un universitario que recite a Giorgio Agamben, Slavoj Zizek o a Byung Chul Han

Contraponer la educación virtual a la presencial es correr el eje del problema. Porque la pregunta es si estamos desplegando una educación que permita pensar y construir conocimiento, sea a través de la modalidad que sea. 

En este último sentido, es seguro que la presencialidad por sí misma no lo garantiza, pero la enseñanza virtual agrega una dificultad más: la articulación problemática entre la rapidez e inmediatez con que trabajan las tecnologías digitales y el tiempo lento de la reflexión y de la expresión

Alejandro Dolina decía que la velocidad nos ayuda a apurar los tragos amargos, pero esto no significa que siempre debamos ser veloces, “haga el bachillerato en 6 meses, vuélvase perito mercantil en 3 semanas, avívese de golpe en 5 días, alcance el doctorado en 10 minutos" ironizaba. ¿Por qué florecen estos apurones educativos? se preguntaba, quizá por el ansia de recompensa inmediata y éxito asegurado. Todo de fantasía

Cualquiera que se dedique a las ciencias humanas siente algo de esa premura y hasta desconsideración cuándo le piden, por ejemplo, que escriba una columna sobre la segunda guerra mundial en 600 palabras, porque “si es más larga nadie la lee”; o explique “de modo fácil” el mito de la caverna de Platón; o cuente rapidito el Ulysses de James Joyce.  Detrás de todo esto, como mínimo, hay entre 17 y 20 años de educación formal. Nada rapidito

 Cuando decimos que la inmediatez no se lleva bien con el pensar, es porque -como dice Hugo Zemelman- el ritmo de la realidad no es el de la construcción conceptual. Los conceptos se construyen a un ritmo más lento que los cambios en la realidad. De allí, que para no ser predicadores de teorías y evitar convertirnos en algoritmos distribuidores de preguntas y respuestas, necesitamos pausa y tiempo para madurar lo leído, lo visto, lo escuchado, lo aprendido

De esto se trata el pensamiento crítico. Pensar críticamente no es solo poner en discusión las bases del razonamiento ajeno, sino fundamentalmente dudar de las propias certezas construidas. 

 Hoy en la Argentina las tecnologías educativas no llegan a ser ese territorio de encuentro prometido, porque las desigualdades socioeconómicas atentan en todo sentido. Por ello habrá que crear nuevas oportunidades para quienes quedaron fuera, porque el derecho a la educación es un derecho universal y no sólo de mayorías. 



(*) Historiadora, decana de la facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue.
29/07/2016

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