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El día que la muerte encontró límite en Piedra del Águila

Se cumplieron 31 años de un hecho que costó la vida de tres obreros de la construcción en la central hidroeléctrica y de un masivo reclamo en las calles de Neuquén de los trabajadores. Como la pandemia ahora, en el siglo pasado los trabajadores también pusieron el cuerpo.

Pepe Mateos

 

Texto y fotos Pepe Mateos

 

En 1985 se inicia la construcción de la represa sobre el río Limay cercana a la localidad de Piedra del Águila y en 1993 entra en funcionamiento y genera energía eléctrica que se distribuye a través del Sistema Argentino de Interconexión en combinación con las otras represas de la provincia.

Miles de obreros aportaron su fuerza de trabajo a la construcción de la represa, llegando a ser más de 5.000 trabajadores en sus momentos de mayor actividad. 

Alcides Christiansen, mítico dirigente gremial y activista político, a quien Osvaldo Bayer en algún momento definió como “ el Tosco de la Patagonia” porque encarnaba el clasismo de los años ´70,  tuvo una gran actividad gremial durante el tiempo que duraron las obras. 

De todas las situaciones complejas y las luchas que se presentaron en una obra de esas dimensiones se destaca la marcha a pie en abril de 1986, desde el lugar de las obras a la ciudad de Neuquén para reclamar el reconocimiento de zona desfavorable y un 40% de aumento, entre otras reivindicaciones. Pero lo que Alcides remarca como el principal momento de tensión fue cuando murieron tres obreros a causa de la caída de un planchón en el año 1989 y eso provocó un paro total de actividades, multitudinarias asambleas y negociaciones en las que intervino hasta el gobernador de la provincia en ese momento, el ingeniero Pedro Salvatori, que terminó reconociendo la validez de los reclamos y aceptando la instalación de 90 delegados destinados en forma permanente a verificar las condiciones de seguridad.

Las luchas fueron duras y la actividad gremial siempre fue muy respetuosa, “y aunque tuviéramos mil diferencias con la conducción de la Uocra de ese momento, conducida por Ángel Godoy (“Rancho´e paja”), se respetaban las decisiones de la asamblea. Eso hoy es increíble, Rancho de un lado y yo de otro, todos los que pedían hablar lo hacían y tanto ellos como nosotros respetábamos la decisión de la asamblea”.

“Había mucha conciencia gremial porque mucho de los compañeros que venían de las provincias y países vecinos tenían experiencia gremial y ya habían tenido actividad sindical y política.

Se trabajaba diez horas corridas, se paraba para comer y no se detenía por nada, con lluvia, viento, nieve, sol; la obra se cortaba solo cuando se votaba la huelga. Se ganaba bien pero era muy duro, y tampoco era tanto; los compañeros mandaban sus pesitos a sus familias, que veían a veces una sola vez al año, era algo muy duro”, relata Alcides a más de 30 años.

En la construcción de la represa quedaron expuestas muchas de las teorías sobre el trabajo, la relación de fuerzas entre trabajadores, capital, empresa, etc. 

Un banquete para Marx.

Lo que es más evidente, y está clarísimo en los relatos de sus protagonistas, es que lo que se ponía concretamente en ese escenario era el cuerpo del trabajador. 

Como a lo largo de la historia moderna, la clase trabajadora ha aportado su cuerpo, su humanidad, sus dramas y circunstancias a la construcción, no de una represa, sino de todo un sistema. 

En estos tiempos de pandemia, donde la única alternativa frente a un hecho mundial inédito es el aislamiento social con lo que eso conlleva, como el cese de muchísimas actividades y sus consecuencias para la vida de millones de personas, se escuchan voces que descreen de la gravedad de la difusión del virus y promueven discursos que, disfrazados de apelaciones a la libertad, lo que están reclamando es que volvamos a   producir y consumir, a seguir aportando para sostener su riqueza.

“Se está destruyendo la economía, necesitamos reactivar el aparato productivo, que los trabajadores vuelvan a sus lugares, la cuarentena ya es una excusa”.

Cuestiones similares escuchamos y leemos diariamente con variados argumentos.

Voces que obvian el riesgo que correrían miles de trabajadores tal como está sucediendo con las/os trabajadoras/es de la salud que se enfrentan cotidianamente a los riesgos de su trabajo.

Claramente las clases dominantes, los sectores que más han acumulado gracias al esfuerzo y al consumo de la población, necesitan que la clase trabajadora (y si no le gusta involucrarse o no se percibe en esta clasificación, defínase en otra, igual va a andar cerca) pongamos el cuerpo. Tal vez no al frío o la lluvia o al viento, como los obreros de Piedra del Águila, pero sí al riesgo de una enfermedad difusa que tiene diferentes consecuencias. Al riesgo de contagiar y contagiarnos. 

Voces a las que no se les ocurre plantear que más que aumentar la producción habría que replantear la distribución de la riqueza, de los modos de producción y de los beneficios acumulados durante años de manejar los resortes de la explotación y si no le queremos decir así porque suena duro, digamos los resortes de los beneficios que le da un sistema que considera que la fuerza de trabajo es algo para utilizar y no representa más responsabilidades.

Como dijo, certeramente, Moris, “lo tuyo es mío y lo mío es mío”.

29/07/2016

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