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Columnistas
01/12/2019

Argentina, cercada por la derecha continental

Argentina, cercada por la derecha continental | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

América del Sur está convulsionada entre las protestas sociales y la reacción violenta de la derecha. A nivel nacional el descontento popular se canalizó a través de elecciones, pero tras el golpe de Estado en Bolivia y la derrota del Frente Amplio uruguayo nuestro país quedó acorralado por fuerzas hostiles.

Leandro Etchichury *

Tuvo, finalmente, el Congreso argentino la dignidad que no supo ofrecer el gobierno macrista en retirada, cuando tanto en Diputados como en el Senado votaron en paralelo un fuerte repudio al golpe de Estado en Bolivia.

Para sorpresa de aquellos que se entusiasmaron con la “nueva derecha”, la reacción antipopular ha ido radicalizando su accionar y ya no tiene empacho -si las fake news y el lawfare se muestran inoperantes- en voltear presidentes democráticos con las fuerzas armadas y de seguridad, asesinando, reprimiendo y encarcelando. Nada nuevo para los que contamos con algunos años.

Nada nuevo, tampoco, fue el lamentable papel jugado por la Organización de Estados Americanos (OEA) pidiendo desde el inicio a las autoridades bolivianas una segunda vuelta electoral, y luego corriéndose del escenario cuando los golpistas fueron por todo, perdiendo los rápidos reflejos que supo tener con Venezuela y Nicaragua. El gobierno de México denunció esa pasividad y reclamó una reunión urgente del organismo. "A pesar de la gravedad de los acontecimientos, lo que hubo frente al pronunciamiento militar y las operaciones militares, fue el silencio", declaró tras el golpe el canciller mexicano Marcelo Ebrard.

Al cierre de esta columna, la OEA debió reconocer que no tenía aún un informe final sobre el proceso electoral, auditoría para la que fue convocada por el legítimo gobierno de Evo Morales, pero eso ya poco les importa a los poderes fácticos debido a que el golpe está consumado.

Desde el Center for Economic and Policy Research (CEPR) sí se presentó un informe titulado ¿Qué sucedió en el recuento de votos de las elecciones de Bolivia de 2019?, donde se señala que “el análisis estadístico de los resultados electorales y las hojas de recuento (o actas) de las elecciones bolivianas del 20 de octubre no muestra evidencias de irregularidades o fraude que haya afectado el resultado oficial que le dio al presidente Evo Morales una victoria en primera ronda”.

Mark Weisbrot, codirector de CEPR, cuestionó que la OEA emitiera un comunicado de prensa impugnando los resultados de las elecciones sin proporcionar ninguna evidencia que lo sustentara. Señaló que el informe preliminar de la OEA sobre las elecciones tampoco proporcionó evidencia de que haya sucedido algo sospechoso con el conteo de votos.

En tren de sumar actores, el medio digital boliviano Erbol dio a conocer 16 audios que involucran a líderes de la oposición comprometidos en el golpe, y en los que se mencionan contactos con los senadores norteamericanos Ted Cruz, Marco Rubio y Bob Menéndez. (Acceso a nota con los audios). 

El panorama regional no se presenta nada alentador. Al golpe en Bolivia de la ultraderecha, se suma la derrota –menos grave de lo esperado, pero derrota al fin- del Frente Amplio en Uruguay. De esta manera se ha cerrado un cerco sobre Argentina, tal como ocurrió en los inicios de la década de los años ‘70. Una señal de alerta para las fuerzas democráticas.

Está más que claro que las relaciones entre Argentina y Brasil están en su peor momento desde la recuperación democrática en 1983. Las groserías propaladas por el clan Bolsonaro contra Alberto Fernández y su familia -antes y después de las elecciones-, sumadas a las amenazas de expulsar a la Argentina del Mercosur (deseo que resulta de difícil concreción) o de retirar a Brasil del bloque regional (cosa que tampoco le será nada sencilla al presidente pistolero), en poco ayudan a lograr un diálogo que privilegie intereses geoestratégicos que trascienden a los gobiernos de turno.

Ante este complejo escenario, aún en disputa, no es extraño que el presidente electo de Argentina haya decidido hacer su primera visita formal al México de Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Un líder con mayor sintonía, respecto a sus predecesores, en lo que hace a las experiencias de los gobiernos populares que han venido protagonizando la política sudamericana desde comienzos del nuevo siglo. Señal de ello, fue el rápido acuerdo alcanzado para darle asilo, a través de una logística nada sencilla, a Evo Morales y a Alvaro García Linera.

No obstante ello, AMLO fue muy cauteloso a la hora de las definiciones en aquella visita. Descartó la posibilidad de construir algún tipo de alianza política de gobiernos populares-progresistas en América Latina. México se va a ajustar a su tradición en política exterior –afirmó-, basada en los principios de no intervención, autodeterminación de los pueblos y solución pacífica de las controversias, y de la cooperación para el desarrollo.

“Tenemos relaciones de hermandad con los pueblos de América Latina. No les podemos dar la espalda. Pero al mismo tiempo, nosotros tenemos una relación de cooperación con Estados Unidos y con Canadá, y vamos a seguir manteniendo esa relación por razones económicas y geopolíticas”, señaló AMLO en su tradicional rueda de prensa matutina, previo al encuentro con Alberto Fernández. “Hay viviendo en Estados Unidos 35 millones de mexicanos”, agregó para que se entendiera más claro todavía.

Respecto del nuevo gobierno que asumirá en Argentina en diciembre, AMLO prefiere poner el foco en la relación bilateral, viendo de poner énfasis en el desarrollo del aspecto comercial y en especial el acuerdo automotriz

Presidencia de la Celac

La derecha triunfante de los últimos años, tomó la tarea de perseguir a los opositores, utilizar la represión para disuadir la protesta, fortalecer el discurso único y dinamitar las distintas instancias de integración regional que lograron dar estabilidad democrática a la región. El cumplimiento de las “cartas democráticas” son sólo reclamadas a los gobiernos populares.

En septiembre pasado México obtuvo el acuerdo para acceder a la presidencia pro témpore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), a partir de enero del 2020, hecho que despertó expectativas dentro de las fuerzas progresistas de la región.

La presidencia pro témpore de México convergerá con el décimo aniversario de la fundación de la asociación regional, que se concretó en la Cumbre de la Unidad de América Latina y el Caribe, ocurrida en la Riviera Maya en febrero de 2010. Se trata de un foro en el que se encuentran 33 países de América latina y el Caribe, sin el tutelaje de los Estados Unidos, que abarca a una población aproximada de 630 millones de personas y genera el 7,1% del PIB mundial, en la búsqueda de consolidar una mirada regional ante los problemas que se plantean en el escenario internacional. 

Desde hace dos años, el funcionamiento de la Celac se vio perturbado ante la ofensiva de los gobiernos de derecha que buscaron acosar a Venezuela y Nicaragua, fortalecer el llamado Grupo de Lima y destruir ámbitos de integración como fue el caso de la Unasur. Esta crisis al interior de la comunidad no sólo dañó el necesario proceso de integración regional, fundamental para mejorar los niveles de desarrollo y de calidad de vida de nuestras poblaciones, sino que también obstaculizó el relacionamiento de conjunto, y con mirada propia, respecto a socios extrarregionales como son la Unión Europea y la República Popular China.

Desde que asumiera AMLO, México tomó otra postura respecto al Grupo de Lima, cosa que se hizo notar con el tema Venezuela, enfatizando en el debido respeto al legítimo gobierno de dicho país, encabezado por Nicolás Maduro, y repudiando todo tipo de políticas intervencionistas. Pero cuando en la conferencia de prensa, anteriormente citada, se le consultó sobre su plan de acción al frente de la Celac, AMLO resaltó que no pretendía “protagonismos excesivos”, descartando como ya se mencionara la conformación de un eje político de gobiernos progresistas, más aún en tiempos en los que Donald Trump muestra su espada al anunciar que planea declarar como “grupos terroristas” a los carteles del narco mexicano. Hecho que, si se concreta, dejaría implícita una amenaza de intervención militar.

Así las cosas, el gobierno de Alberto Fernández contará con pocos aliados en el continente, por lo que se hace necesario implementar una estrategia que vaya profundizando la sintonía con México para, en conjunto, tener una voz con cierto peso propio; y más hacia el sur lograr mejores niveles de entendimiento con el nuevo gobierno de Uruguay, que encabezará Luis Lacalle Pou, a fin de contener los delirios de Jair Messias Bolsonaro. De momento, quedó muy atrás la épica de la Patria Grande.

Dado lo que social y políticamente viene sucediendo en los últimos tiempos en nuestro vecindario, se hace necesario anticipar dos conclusiones de cara al futuro gobierno argentino: 1) No ceder gentilmente a las presiones de los grupos de poder. Hemos visto que ante la debilidad, la derecha no duda en patear al caído. 2) No perder la calle. Los recientes acontecimientos en Sudamérica nos muestran que la calle define.



(*) Antropólogo y miembro del Observatorio de Pensamiento Estratégico para la Integración Regional (Opeir).
29/07/2016

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