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“Hicieron el terror y no pudieron, los tiraron vivos al mar y no pudieron, los quemaron con gomas y no pudieron, los enterraron debajo de las autopistas y no pudieron. Nosotras sus madres, que salimos a la calle hace 19 años nunca pensábamos que hoy en este lugar siniestro les íbamos a decir: Asesinos, hijos de mil putas…nunca vamos a aceptar que reparen con plata lo que hay que reparar con justicia…”. Estas eran las palabras de Hebe de Bonafini, presidenta de la asociación Madres de Plaza de Mayo pronunciadas el 22 de marzo de 1995 en la Escuela de Mecánica de la Armada. Para quienes saben poco y se interesan poco por saber, Hebe se negó a cobrar la indemnización por la desaparición de sus dos hijos.
Ese marchar alrededor de la pirámide, emblema de las Madres, fue el gesto simbólico más fuerte del obedecer/desobedeciendo. Circular sin abandonar la plaza, sin abandonar la escena pública. Aceptar esa miserable “legalidad dictatorial” y convertirla en denuncia y transgresión. Estas mujeres debieron quebrar el mandato cultural y social, incluso a veces ir en contra de sus propios familiares para llevar el reclamo hasta los niveles de decisión más altos.
Recuperada la democracia se tomó la decisión de cerrar por decreto la revisión del pasado y comenzaron a enviar telegramas a las Madres diciendo que los desaparecidos estaban muertos. Así les empezaron a llegar cajas con restos humanos que supuestamente correspondían a sus hijos:”…y entonces hubo que reunirse y hubo que llorar y hubo que desesperarse, cuenta Hebe,si aceptábamos la exhumación, si aceptábamos esa muerte sin que nadie nos dijera quien los mató, quien los secuestró...eso era volverlos a asesinar…no es fácil para una madre tomar esta decisión…ese era el Punto Final”.
La demanda de verdad y justicia, además de su valor jurídico, posibilitó construir una sociabilidad política distinta. Así los actos públicos de sensibilización, las marchas, las huelgas de hambre, la toma de instituciones, fueron resultado de procesos de organización que lograron visibilizar lo que se negaba. Por eso en pleno Te Deum con que el gobierno de Carlos Menem se autocelebraba, las Madres aparecieron inesperadamente frente a la catedral y a cada palabra pronunciada por el cardenal, respondían no mataras, no violaras, no robaras, levantando la foto de su hijo desaparecido. Al momento en que las autoridades se retiraron comenzaron a gritar ni olvido, ni perdón cien años de prisión. El menemismo respondió duro a las acciones de la organización no sólo iniciándoles juicios por injurias y calumnias sino alentando campañas proselitistas en su contra.
Para estas mujeres fue necesario el pasaje del ámbito privado al público, y este fue tal vez el mayor esfuerzo. Transformar la experiencia individual-parental en colectiva y pública exigió cambios, dolores, salirse de lo cotidiano, colgar el delantal de cocina y salir a caminar con otras. Exigió niveles de organización, creatividad y articulación para poder escapar del control ejercido por el despotismo terrorista y la impunidad democrática. Y ellas aprendieron a hacerlo.
“…desde el año 1977, más precisamente el día 8 de Febrero de ese año, vengo padeciendo las agresiones de la mal llamada justicia…En ese momento empezó mi calvario, hice 168 presentaciones por mi hijo Jorge, luego en conjunto reclame por mi otro hijo Raúl…llegó el caso Schoklender, allí aportamos voluntariamente 60 cajas con pruebas, junto con 40 backup…Asistimos cuantas veces nos llamaron a declarar, hicimos pericias de las firmas que constataron que no eran mías, siempre a disposición por la verdad, incluso hace unos meses asistí voluntariamente …y otra vez sufrimos en carne propia la burla, que nos castiga a todas…No tengo miedo a las consecuencias..Si me tienen que meter presa, que me metan, mi vida no vale nada. Yo ya tengo 90 años, para mí vale la vida de mis hijos".
A estas viejas queridas, todos absolutamente todos en la Argentina, les debemos que haya sido posible la vida después de tanta muerte. Por eso Gracias Hebe, gracias! Sin el sol de tu bravura jamás hubiéramos podido tener sueños y menos compartirlos.
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