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Según el presidente Javier Milei, cuando el lunes pasado se reunió en la Casa Rosada con el secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Scott Bessent, no hablaron de China. No hacía falta. El enviado de Donald Trump para avalar el acuerdo de la Argentina con el FMI, y la alineación definitiva del país con sus políticas, dejó en claro lo que pretende después, cuando habló con la prensa.
Dijo que si “todo sale bien” la Argentina podrá pagar el swap con China por 18 mil millones de dólares en yuanes. También que su país no quiere que América Latina se convierta en África, que firmó con ese país “acuerdos disfrazados de ayuda” que “tomaron derechos sobre minerales” y “cargaron de deuda los balances de esos países”. En definitiva: América para los americanos.
Es que la promocionada “guerra comercial” desatada por Donald Trump tiene a China como su principal (¿y único?) adversario. La Casa Blanca reguló la frenética lluvia de aranceles desatada el 2 de abril, “Día de la Liberación”. Estableció una carga universal del 10 % (que sube al 25% en la importación de acero, aluminio y automóviles) y abrió una negociación, país por país, por 90 días. Salvo para China.
Para los productos provenientes del gigante asiático estableció una carga del 125 % que, 24 horas después, ubicó en el 145 %. Enemigos son los enemigos. “Lo que pretende Trump es neutralizar el avance chino a nivel mundial y, al mismo tiempo, inducir un proceso de relocalización de las actividades productivas en los Estados Unidos”, asegura a el economista Claudio Lozano.
Para el ex legislador la pelea de fondo se ve más clara con unos pocos números. “Los Estados Unidos, que en 1980 representaban el 32% de la producción mundial, han visto reducida esa participación al 24% en 2025.En tanto que la incidencia norteamericana en el comercio global marca que en 1990 ésta se ubicaba en el 14% y hoy lo hace en un 10,35%”.
“En el mismo período -completa- China pasó de tener una participación en el comercio mundial del 1,82% al 11,92%, ubicándose incluso por encima de los Estados Unidos. Y en cuanto a la producción industrial, China representaba en 1995 el 5% y hoy el 35%”.
Barajar y dar de nuevo
Lozano inscribe la ofensiva desatada por Donald Trump a escala global como una respuesta al creciente predominio en la producción y el comercio internacional por parte de la República Popular China y al declive de la incidencia norteamericana.
Es en ese contexto que la política arancelaria planteada por el gobierno republicano patea el tablero internacional, ya que entiende que la globalización, tal cual está planteada, tiene un impacto negativo y promueve la desindustrialización en los Estados Unidos.
“Trump busca establecer niveles arancelarios que fuercen un proceso de relocalización de las actividades productivas en los Estados Unidos, haciendo más conveniente vender en el mercado norteamericano, instalando los procesos productivos adentro, antes que vender desde afuera impactando en términos de mayores importaciones”, detalla el también titular de Unidad Popular.
Para el ex director del Banco Nación estás políticas implican “una estrategia que busca reducir los niveles de importación y, al mismo tiempo, incrementar los niveles de producción local. Y, al mismo tiempo, se propone aumentar la recaudación vía aranceles, con un doble impacto: tender a reducir el déficit comercial y el déficit fiscal norteamericano”.
En tanto Mariana Fernández, economista del Instituto para el Desarrollo Económico y Social de Buenos Aires, aseguró a que “está in crescendola guerra ya declarada entre Trump y China. Lo que los analistas están previendo, y que nos parece un resultado bastante esperable, es que estemos yendo hacia un mundo con más medidas proteccionistas y a un contexto de recesión global. Esto es una mala noticia, obviamente, ya que en un contexto recesivo global es difícil que a la economía de un país le vaya bien”.
¿Un Trump Nac and Pop?
La fijación de aranceles y de barreras proteccionistas resultaron, históricamente, medidas vinculadas a proyectos nacionales, a gobiernos y economías que perseguían la protección o el desarrollo de su industria, por lo general en resguardo de la acción de otras más desarrolladas o expansivas.
Si bien las economías de los países centrales han forjado su desarrollo y expansión en base a la protección de sus intereses económicos y nacionales, no deja de sorprender que quien aplique este tipo de medidas sea un presidente (y una Nación) que adscribe al neoconservadurismo, cuyo ideario tiene al libre comercio entre sus principales banderas.
“Sería importante distinguir -anticipa Lozano- que más que una política proteccionista, lo de Trump es un intento de patear el tablero para obligar una redefinición de las relaciones a nivel general, en términos del comercio internacional”.
Y detalla: “Si bien los Estados Unidos vive un proceso de desindustrialización en algunas ramas productivas, ha tenido un considerable desarrollo en el sector de servicios, de alta tecnología, fundamentalmente, de finanzas, seguros, economía digital y logística, por lo que esta política arancelaria está vinculada exclusivamente a la producción de bienes, sin tocar al comercio de servicios, donde sigue teniendo la primacía en términos de superávit comercial, que obtiene a través del intercambio de servicios con el mundo”.
Las diferencias con las políticas proteccionistas que puede adoptar un país periférico quedan en evidencia tanto en la orientación general como en la implementación realizada por la administración republicana. En este sentido Lozano insiste con que “más que una política proteccionista lo que hay es una política destinada a modificar las reglas del comercio internacional para inducir un proceso de relocalización de actividades productivas en el territorio norteamericano”.
“No se trata estrictamente de una política proteccionista”, aclara, ya que de ser así “lo que se debería hacer es establecer aranceles por productos y no en función de países, dado que la lógica, dentro de una perspectiva de desarrollo industrial, es establecer mecanismos de protección selectivos, que consideren el desarrollo de cada una de las cadenas de producción en función de lo que cada una de ellas necesita”.
“La estrategia norteamericana es, en todo caso, el establecimiento de un sistema arancelario que castiga el comercio país por país, por lo que no se trata tanto de una política proteccionista como de un intento de patear el tablero para frenar o neutralizar el avance chino, y forzar un conjunto de discusiones en el campo del comercio internacional que le permita a los Estados Unidos mejorar su producción y provocar, en ese contexto, una relocalización de determinado tipo de actividades”.
Fernández suma que “una diferencia relevante entre un país central y otro periférico, respecto a las políticas arancelarias tendientes a la protección de la industria, tiene que ver con el vínculo entre el déficit comercial y la balanza de pagos o el problema de la restricción externa que nosotros podemos tener. La gran particularidad de Estados Unidos es que ha tenido un déficit comercial crónico que ha resuelto por los canales financieros, y así ha funcionado durante décadas sin grandes inconvenientes en materia externa. El problema no es la falta de dólares, porque son ellos quienes los emiten”.
“La lectura de Trump -subraya- tiene que ver, fundamentalmente, con la cuestión del empleo. Sin embargo, hay que preguntarse si el problema puede adjudicarse solamente a la importación de productos chinos. Creo que hay una lectura muy simplista respecto a dónde está el problema de los bajos salarios. Estados Unidos no tiene altos niveles de desempleo y, de hecho, la pregunta que se están haciendo es como piensa Trump que va a crecer el empleo industrial en un contexto donde, además, se está cerrando la migración”.
Para la investigadora “Trump está dando una solución de otros tiempos para un problema que tiene que ver con la caída del empleo industrial, pero que hoy tiene muchas más causas que la relocalización de fábricas o la importación de productos chinos”.
El mundo, campo de batalla
La tensión en el terreno económico y comercial redefine el escenario geopolítico. El intento de redefinir el tipo de globalización nacida en los años 90 del siglo pasado supone reposicionamientos y nuevo alineamientos, tanto entre los principales bloques que disputan posiciones en el escenario global como en el interior de los mismos.
“En términos geopolíticos se está desatando una guerra entre potencias que está dando cuenta de cierta fragilidad norteamericana ante el ascenso de China. Quizás por primera vez desde el fin de la posguerra se pone realmente en cuestión la hegemonía de los Estados Unidos y las políticas de Trump expresan esa descomposición”, sugiere Fernández.
“Las políticas desplegadas por el gobierno norteamericano le abren la puerta a una guerra comercial en base al aumento de los aranceles y a la posibilidad de que se desate una carrera de devaluaciones competitivas para que cada país busque reposicionarse en función de la nueva situación”, alerta Lozano.
“Se abre una perspectiva de mayor inflación y recesión a nivel de la economía internacional y, obviamente, también un impacto negativo en el precio de las commodities, tanto agrarias como energéticas”, detalla.
La política para frenar la amenaza china que empieza a desplegar Trump puede producir, paradójicamente, un impacto negativo también en la economía norteamericana. Para el economista “China ya ha superado la fase del desarrollo imitativo del proceso industrial y en el marco del cual todavía los Estados Unidos se mantenían como los dominantes en el campo de la tecnología de frontera”.
“China ya está discutiendo la tecnología de frontera, a punto tal que en todo lo que tiene que ver con la incorporación de Inteligencia Artificial en los servicios, incluso en el desarrollo de autos eléctricos, ha llegado a superar a los Estados Unidos. Parece difícil que este pueda modificar o achicar la diferencia que en materia de producción industrial y de incremento de productividad le ha sacado su principal contendiente”.
Y por casa cómo andamos
El alineamiento absoluto del gobierno de Javier Milei con los Estados Unidos y la política de Donald Trump, convirtiéndolo en una suerte de “mosca blanca” en la región, convive en tensa paradoja con la importancia de China para nuestro país: segundo socio comercial (por encima, incluso, de Estados Unidos) con el 8,8% de las exportaciones y el 17,1% de las importaciones en 2024.
La capacidad discursiva demostrada por el gobierno libertario para justificar las políticas de Donald Trump, que afecta tanto su credo ideológico como los intereses del empresariado local que comercia en el mercado norteamericano, puede no ser suficiente ante el actual estado de cosas.
“En tanto este escenario internacional se profundice, golpea en la línea de flotación a un esquema macroeconómico que sostenía la Argentina, que ya mostraba niveles de inconsistencia absolutamente insostenibles y que son los que efectivamente lo llevaban a recurrir nuevamente al FMI”, advierte Lozano.
Y señala, como primera consecuencia, que “en tanto se profundice la suba de aranceles, y de devaluaciones competitivas de los diferentes países, entre ellos los propios socios comerciales de la Argentina, nuestro país tendrá que revertir el proceso de apertura unilateral absurdo que viene llevando adelante Milei”.
Para el economista nuestro país “debe avanzar en procesos que le permitan proteger el mercado doméstico, lo cual implica revertir por completo la estrategia de apertura que viene llevando adelante el gobierno y, en segundo lugar, en tanto se profundicen las devaluaciones competitivas, las ya profundas dificultades para sostener una Argentina cara en dólares”.
En cuanto a la devaluación, Lozano asegura que “va a volver a tener un impacto negativo en los precios y, obviamente, a producir un nuevo deterioro en el poder adquisitivo y las condiciones de vida de la sociedad argentina”.
A contramano
En cualquier escenario, lo que está ocurriendo desde el “Día de la Liberación” anunciado por Trump (y parafraseado por Milei para referirse al fin del cepo) generará turbulencias en la Argentina. Aunque donde hay una crisis, siempre existe una oportunidad.
Para Fernández, “el aumento de aranceles probablemente no sea tan relevante para las exportaciones argentinas, aunque es claro que afectará a sectores relacionados con las manufacturas de origen industrial, como el acero o el aluminio. Pero el efecto más importante, quizás tenga que ver con hacia dónde van a redirigir sus exportaciones los países que tengan más difícil la entrada a Estados Unidos. Me parece que por ese lado es donde podemos sentir más fuerte el coletazo de todas estas medidas”.
La economista advierte sin embargo que “esto es una expresión de cuán a contramano está yendo la política económica respecto a lo que sucede en el mundo, donde la política industrial ha vuelto a tener protagonismo y donde todos los países están trabajando y desarrollan planes con política industrial y científico-tecnológica, mientras en la Argentina todo eso se está desmantelando”.
Concluye que “estamos yendo a un mundo cada vez más proteccionista, mientras en la Argentina se están eliminando barreras arancelarias y pararancelarias. Nos debería llamar la atención esto; vamos bastante a contramano del mundo”.
La crisis, aún bajo la forma de guerra comercial y de rediseño de la política comercial global, es una oportunidad. Pero para qué. Para quién. Y es eso lo que debería empezar a discutir la sociedad argentina.
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