Argentina
03/12/2019

Miguel Hesayne, un obispo valiente que enfrentó a la dictadura

Miguel Hesayne, un obispo valiente que enfrentó a la dictadura  | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Quien fuera titular de la diócesis de Viedma-Río Negro entre 1975 y 1995, falleció este domingo a los 96 años. Con otros, como Jaime de Nevares, integró la minoría de obispos católicos que denunciaron al régimen dictatorial. En la etapa democrática, afirmó que “no se puede ser cristiano y neoliberal”.

Miguel Croceri

Sobran los dedos de las manos, literalmente, para contar los obispos católicos que enfrentaron a la dictadura genocida que azotó a la Nación entre 1976 y 1983. Según constancias públicas de aquella época y documentación de todo tipo, los más destacados fueron menos de 10, de alrededor de 80 que conformaban el Episcopado en la segunda mitad de los años ‘70. (El número es hoy mayor porque a lo largo del tiempo la Iglesia Católica Apostólica Romana ha creado nuevas diócesis).

De aquel pequeño grupo, el último que vivía era Miguel Hesayne, obispo de Viedma-Río Negro durante 20 años, entre 1975 y 1995, y obispo emérito hasta su muerte. Falleció este domingo, a los 96 años. 

Otros dos de aquellos clérigos excepcionales -en todo sentido- que utilizaron su trabajo pastoral y político para denunciar y combatir al régimen genocida, fallecieron hace mucho tiempo, durante la etapa democrática. El recordado y venerado neuquino Jaime De Nevares, que murió en 1995, y también Jorge Novak, quien dirigió la diócesis de Quilmes y vivió hasta 2001.

Pero durante el propio régimen genocida fue asesinado uno de los integrantes de ese (por decirlo de un modo casi irónico) “selecto” grupo. Fue el riojano Enrique Angelelli. La comprobación explícita, documentada, formal y jurídica del crimen debió esperar hasta 2014. Se logró gracias a la labor abnegada e indoblegable de luchadoras y luchadores, y a que hubo una política pública de revisión del genocidio que restableció la realización de procesos penales para el juicio y castigo a los culpables.

Sin embargo, es altamente probable que los asesinatos de obispos que enfrentaron a la dictadura hayan sido dos, ambos fraguados como accidentes. Carlos Ponce de León, a cargo de la diócesis de San Nicolás en 1977, murió el 11 de julio de ese año. Este año, al cumplirse 42 del hecho, familiares suyos reunieron firmas para que el Poder Judicial agilice la investigación por la muerte de Ponce de León

En los años ‘90, dos décadas después de comenzada la dictadura, algunas declaraciones públicas del Episcopado argentino aludieron al crimen que costó la vida de Angelelli, pero la institución nunca usó su inmenso poder para esclarecer al asesinato. Ni siquiera lo llamó “crimen” o “asesinato”. Para encubrir retóricamente su complicidad, mencionó su “martirio”. Y eso recién ocurrió (se repite) dos décadas después, cuando otros luchadores y luchadoras, más nuevas condiciones históricas, instalaron el tema con fuerza en la agenda pública. En el caso de Ponce de León, ni siquiera eso.  

La miseria ética, ideológica y política de la institución se contrapone con la abnegación, coraje e incluso heroísmo de religiosos como Hesayne, De Nevares, Novak, Angelelli y Ponce de León. La referencia a quienes tuvieron una conducta similar quizás abarque también a Vicente Zazpe, quien fuera arzobispo de Santa Fe, y a Alberto Devoto, obispo de Goya, los dos fallecidos en 1984. 

Y tal vez, una evaluación rigurosa y fundamentada del comportamiento de los principales responsables de la Iglesia Católica en aquella época podría incluir a algún otro obispo. Pero en cualquier caso, fueron una contrastante minoría.

Prédica pastoral y voz pública

Hesayne había nacido en Azul, provincia de Buenos Aires, donde vivió sus últimos años hasta su muerte este fin de semana. Fue designado como titular de la diócesis de Viedma en abril de 1975 por el papa Paulo VI. Tenía 52 años. En marzo siguiente sería perpetrado el golpe de Estado tras el cual se instaló el régimen cívico-militar que llevaría al paroxismo la violencia del terrorismo estatal.

Bajo ese gobierno criminal se puso en un lugar difícil para él y para quienes tuvieron similar decisión: fue integrante de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH). Ese solo posicionamiento lo constituía en un enemigo de quienes habían asaltado al poder. Enfrentó el desafío convencido de que sus responsabilidades como cristiano y, más aún, como sacerdote y obispo, no dejaban lugar a otra opción. 

Utilizó la prédica pastoral y la tribuna pública para sostener la defensa de los derechos humanos, empezando por el primero de ellos, el derecho a la vida y a la libertad. Denunció los secuestros y desapariciones de personas cuando muy pocos se animaban a hacerlo.

En verdad, tribunas públicas que abrieran espacios a voces como las suyas eran muy escasas. A su vez, dentro de la Iglesia las instancias formales internas para sostener su palabra y sus convicciones eran las reuniones plenarias de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA, cuyo nombre puede abreviarse como “Episcopado”). Allí confluía Hesayne, en digna y valiente minoría, con otros como los nombrados anteriormente.

En 1977 dirigió una carta al ministro del Interior del régimen de facto, Albano Harguindeguy. Le decía que los delitos contra los derechos humanos no eran “errores cometidos por algunos”, sino que “desde la alta oficialidad (de las fuerzas armadas) se reniega prácticamente del Evangelio al ordenar o admitir la tortura”. Y agregó: “La tortura es inmoral, la emplee quien la emplee. Es violencia. Y la violencia es antihumana y anticristiana”.

Una vez concluida la etapa dictatorial, el entonces conductor del obispado de Viedma-Río Negro mantuvo su actitud humilde y sencilla, y su gesto persona cálido, comunicativo y generoso. Fue siempre así, y además, cada vez que levantó la voz en el espacio público lo hizo para predicar el cristianismo pero también exaltar los valores democráticos.

Como promotor de la diversidad de voces y la democatización de la palabra, en 1989, cuando los avances en las tecnologías hicieron proliferar a emisoras radiales de frecuencia modulada (FM), el obispo rionegrino impulsó en la capital de la provincia la creación de la radio comunitaria “Encuentro”. Ese medio creció y expande hasta hoy inclusive su proyecto de comunicación popular.

Además, cada vez que fue necesario y ya en un marco de libertades públicas, volvió a criticar frontalmente a distintos gobiernos y presidentes. Lo hizo, por ejemplo, para impugnar decisiones de Carlos Menem y de Fernando de la Rúa, a quienes dirigió diversas cartas públicas para impugnar sus políticas económicas y sociales.  

A Menem, en el contexto de una polémica a través de los medios sobre el nivel de pobreza que había en el país, en una ocasión la escribió: “Usted puede hasta engañar al Papa con sus falacias políticas pero no a Jesucristo, para quien todos sabemos que verdaderamente la pobreza hoy es demasiada”. A su vez, años después dijo en una comunicación escrita dirigida a De la Rúa: “Su gobierno viene tomando medidas que son un genocidio de guante blanco”.

Sus ideas sobre la organización económica y social de los países, coherente con su vida y obra, tuvo expresiones rotundas. “No se puede ser cristiano y neoliberal, porque el neoliberalismo sigue siendo, en la historia real, el capitalismo a secas. La doctrina neoliberal, y su práctica lo demuestra con las consecuencias más dramáticas, se sitúa en las antípodas del Evangelio”, dijo en una homilía que refleja su pensamiento humanista y su concepción del cristianismo. 

Miguel Hesayne fue una persona cuya figura histórica se torna luminosa por haber sido uno de los pocos valientes obispos que enfrentó a la dictadura genocida.

Pero como puede apreciarse, su prédica y su conducta fueron siempre de compromiso con los más necesitados. Por eso, también bajo gobiernos surgidos del voto ciudadano fue contundente para denunciar a los poderes opresores, combatir las injusticias y luchar por la dignidad humana.

29/07/2016

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