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Condenados al éxito
24/09/2016

El hechicero que no puede hacer llover

El hechicero que no puede hacer llover  | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Daniel Hernández

Maurizio levanta los brazos a lo Perón para invocar la lluvia de dólares. Sonríe. Sonríe como un Buda. Sonríe como un Buda que mira a las cámaras. La pantalla de TN lo muestra como realmente es: un estadista sólido, un orador convincente, un hombre comprometido con las causas justas.

Pero la lluvia no acontece (el cielo presume, despejado). Maurizio se cansa y baja los brazos. Siempre se cansa. Los hombres de negocios más poderosos del mundo, o quienes les hacen los mandados (qué importa, después de todo no es Davos sino Mini-Davos), enloquecen. Aplauden a rabiar. Pero sigue sin llover.

Maurizio repite el ritual de los brazos de Perón en la ONU. Mira al cielo. Nada. La platea no es tan generosa como en Buenos Aires. Ban Ki-moon está haciendo las palabras cruzadas (está rojo de rabia porque no encuentra una palabra de seis letras que cruza la R de SIRIA) y se enoja con Netanyahu que le sopla: GUERRA. Temer se arregla la corbata para parecer un presidente democrático. Obama se apiada. Se dice a sí mismo: Cuando sea mi turno voy a dedicarle 33 milésimas de segundo al país del hechicero.

Como sigue sin llover (ni siquiera pesos argentinos, rupias o pesos convertibles cubanos) Maurizio mirá hacia un costado, desorientado por la ingratitud de los dioses. Detrás del telón le soplan para reforzar la invocación. Malcorra le dice que diga que va a sacar petróleo con los ingleses en Malvinas, que va a llevar a la reina Isabel a pasear en catamarán por Puerto Argentino (perdón, Puerto Stanley), que va a declarar nulo el gol de Maradona a los ingleses (el que hizo con la mano no, el otro).

Como no pasa nada la Canciller se cansa y se va a tomar el té con Theresa May. Su lugar lo ocupa Miguel Ángel Gutiérrez. En un rapto de originalidad el CEO de YPF le sopla a Maurizio que diga que van a recontrabajar el costo laboral, reformar la ley de contrato de trabajo (de ser posible para que no quede más que un artículo, el que habla de las obligaciones del trabajador) y, saliendo de atrás del escenario sin controlar su excitación, que CINCO POR UNO NO VA A QUEDAR NINGUNO. Ni un trabajador, ni un trabajo, ni nada de nada.

La lluvia de dólares sigue sin aparecer. Ni siquiera hay inversores dispuestos a comprar la AFA para que Boca sea campeón todos los años. Maurizio no tiene consuelo. Deja el atril (con los brazos en alto a lo Perón), cabizbajo, masticando bronca contra la pesada herencia. Por televisión se lo ve cansado, despótico, con una sonrisa tan falsa como la revolución de la alegría (Durán Barba no previó que la televización en la ONU no la hace TN).

Maurizio deja por fin la ONU. Se va a pasear con Juliana por la Quinta Avenida (donde se besan como si estuvieran en el Rosedal de Palermo). Después saluda a uno y otro lado. Pero los vecinos de Nueva York no reconocen al alcalde ni al presidente ni al estadista ni a nada que no sea mirar vidrieras, tomar un taxi o llamar a un policía blanco para que apalee a un desocupado negro.

Maurizio se para en una esquina y empieza a inflar globos amarillos. Cuando tiene suficientes lo ofrece a los transeúntes: One dollar, one dollar, one dollar. Alguien lo pechea, otro lo choca. Sorry, dice, orgulloso de su inglés (que es mucho mejor que su castellano). El afectado lo mira atribulado. Disculpe -le dice- no hablo inglés.

En Recoleta esto no nos pasaba, le refiere Maurizio a Juliana, quien no lo escucha porque está ofreciéndole trabajo en Cheeky a unos niños latinos. Maurizio se aparta, desconsolado. Camina hasta mitad de la calle y levanta los brazos a lo Perón. Incrédulo primero, emocionado hasta las lágrimas después, ve caer una lluvia de billetes verdes. De un lado: la cara de George Washington. Del otro: un pase para ver al circo Rodas. Peor es nada. 

29/07/2016

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