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Lo cierto es que aquí los animales no son meros símbolos. Tampoco metáforas. Esa traslación de sentido no existe. El animal es el animal es el dios es el hombre es la mujer. Están en el mismo plano de existencia. Sentido, significado, comparación, metáfora. Metonimia del universo, espejo del inframundo, anhelo del cielo. Eso es el jaguar. Fauces, abismos. Ojos, pozos. Andar, vida. Ek Balam significa Estrella Jaguar, o Jaguar Negro. Es un animal que mira el horizonte y conduce, ruge y acaricia. Encanta los ojos con sus colores, que ondulan al caminar. Es la paz aunque no parezca. Es el que conduce al paraíso, si es que hay, de los aztecas. Y todos esperan, entre brillos de jade y obsidiana, entre la sinuosa zambullida del que busca bajo el agua verde la respuesta del cielo que no ve, del magma que bendice.
Todo bendice este pequeño cielo donde el jaguar reina y el maya adora.

Ek Balam queda a menos de 200 kilómetros de Cancún por la ruta 180; está algo al norte de Valladolid. La ciudad reproduce un esquema: acrópolis, templos, residencia de sacerdotes y la élite militar, amplios espacios para mercados, recreación. Entonces, sólo permanecen las edificaciones de la clase dirigente y las áreas comunes; de las viviendas de trabajadores, peones, campesinos, artesanos, casi nada. Los sitios específicamente rituales están revestidos por un aura especial. El silencio es necesario ya que permite la abstracción. De ahí, a un paso más, está el acceso a la contemplación de la vida y la no vida, es decir, la muerte y el tiempo anterior a la existencia. En las paredes sobrevive el jaguar, omnipresente. Los dinteles se aprovechan para dejar mensajes y establecer dignidades.
Ahora todo es gris, no multicolor como en su tiempo de esplendor. Algunas piedras conservan rastros de pigmento colorado. Sus irregularidades sirven para crear sombras, jugar con las luces que cambian continuamente. La gente anda bulliciosa al entrar y luego parece tomar conciencia de estar en un lugar sagrado. Y es así. Claudia sube a la acrópolis; Santiago también. María permanece al pie de la pirámide, bajo la sombra. Admira el lugar, como si esperase el mensaje del dios enviado siglos atrás.

Yokdzonot (un cenote)
En la autopista 180, a mitad de camino entre Mérida y Valladolid está el cenote adonde nos lleva Claudia. María se reparte entre las señales viales, el mapa impreso en el papel y la pantalla del teléfono celular. El GPS parece ser la brújula mágica de estos tiempos. Cuando la española de la aplicación calla o se equivoca, estamos literalmente perdidos.
La selva transcurre a los costados: arbustos, árboles, algún pájaro, el cielo claro, el sol omnipresente. Algunas casas ponen puntos amarillos, azules o rojos entre la masa verde. En carteles impresos o hechos a mano, o en pizarras, se ofrecen artesanías (vestidos, camisas, artículos de cerámica y cuero), algún taco, baños, bebidas frescas, jugos, licuados.
El cenote es un vértigo vegetal. Un remolino de verde y piedra que atrapa la mirada sin otra alternativa. Helechos, lianas, formaciones rocosas húmedas y abajo, bien abajo, el agua mansa, tranquila, oscura que resulta una suerte de transición entre el inframundo y esta superficie bella y dolorida. Zambullirse allí es igual a un nuevo bautismo. Las ramas que cuelgan rozan el agua en algunos sitios. Es un círculo de agua pura, honda, vegetal. Es un agua anfibia, las rocas también lo son, y las plantas. Algunos chicos gritan asustados por la posibilidad de encontrarse con algún batracio.
Mientras, Santiago, el hijo de Claudia, mira recostado sobre la pared, y de vez en cuando toma alguna fotografía. Espera que salgamos para lanzarse al agua. Más tarde, subirá al comedor con nosotros.
sólo duerme
apenas duermen
entre las piedras y la hierba
donde hubo reyes, dioses
serpientes y jaguares
oscuros como el agua
hondos
como los ojos de las mujeres
viene entre helechos
trata de mirar
los senderos en la selva
pero duerme
al primer desvío del camino
hubo reinas también, mágicas mujeres
de manos hábiles
para los tejidos y el amor
entre el odioso calor del trópico
y el azul perfecto
del océano
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