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Estados Unidos siempre tiene a mano un instrumento financiero para aplicarle a los recursos esenciales de los 194 países del planeta. Pasó en 2008 con los mercados a futuros de alimentos en el Chicago Board of Trade. Acaba de llegar ahora el turno del agua, pero el negocio se mudó a Nueva York. Por quién doblan las campanas de Wall Street se hubiera preguntado Hemingway si viviera. Por ese derecho humano que proclamó la ONU en 2010, sería la respuesta. Requerido como pocos especialistas en estos días de zozobra por la cotización de algo tan elemental en la Bolsa neoyorquina, el español Pedro Arrojo Agudo, relator especial de Naciones Unidas para los DD.HH. al agua potable y al saneamiento, es pesimista sobre este juego al que juegan los grandes especuladores. El prestigioso físico dijo que “es una noticia peligrosísima, muy mala”. Tiene sus razones: el fluido podría transformarse en un commodity. Un bien común indispensable pasará a ser una mercancía como el oro o el petróleo. Ya se habla de los “aguatenientes”. Sujetos proactivos que buscarán oportunidades solo con el fin de negociar un bien escaso del que carecen hoy 700 millones de personas en 43 países.
Este recurso amenazado por insuficiente, fue portada de todos los medios internacionales en las últimas dos semanas. Lo hizo posible el índice Nasdaq Veles California Water Index que ya cotiza entre los lobos de Wall Street. Su unidad de medida es el acre-pie, algo así como 1.233 metros cúbicos del líquido elemento. La idea de que el agua pasara a ser un producto bursátil surgió en California, devastada como está por los incendios forestales y la escasez del bien esencial cuyo precio se duplicó en un año.
Según a qué profesionales se consulte y qué intereses defiendan, se abrirá una grieta en tierra seca. Algo así como la falla de San Andrés. En el mundo de las finanzas explican que cotizan los “derechos de uso al agua” y no ésta en sí misma. En ámbitos donde la discusión pasa por saber qué harán dentro de cinco años 1.800 millones de personas que quedarán privadas del recurso, arrecian las críticas al mercado de futuros.
Arrojo Agudo, un académico y defensor del medioambiente de prestigio internacional sostiene: “Igual que ahora miramos un bosque y sabemos que es mucho más que un almacén de madera, la nueva cultura del agua invita a mirar los ríos y a entender que son mucho más que canales de H2O”. El español explica también que “un ecosistema, además de agua que puede usarse para producir, es paisaje, identidad territorial, identidad de los colectivos y comunidades sociales, valores lúdicos y culturales, valores de vida… Y a través de esos ríos se articula vida en el continente y en los mares”. Sus pensamientos pueden leerse aquí y allá, aunque él vive en Zaragoza.
En su última declaración como relator de la ONU señala que “no se puede fijar un valor para el agua como se hace con otras mercancías. El agua le pertenece a todos y todas y es un bien público. Está estrechamente ligada a todas nuestras vidas y muestro sustento y es un componente esencial de la salud pública”. Algo que ha quedado demostrado en muertes evitables por falta de agua. Sucedió en la Argentina con la referente de la organización La Garganta Poderosa en la Villa 31, Ramona Medina. A junio de 2019, había 3.000 millones de Ramonas en el mundo sin instalaciones básicas para el lavado de manos, denunciaba la OMS.
La cotización en el mercado de futuros para el agua remite al antecedente de los alimentos en 2008. Ese año se especuló por 320.000 millones, sin que ese comportamiento del mercado significara mejorar las políticas alimentarias. Solo se infló una burbuja semejante a la que podría adivinarse con el agua, convertida ahora en un commodity. El índice Nasdaq Veles California Water Index en rigor no es nuevo. Comenzó a funcionar en octubre de 2018 pero no había llegado a Wall Street.
Arrojo Agudo recordó las consecuencias de lo que sucedió hace doce años con la comida: “En apenas unos meses la manipulación especulativa de estos mercados provocó, por ejemplo, que el precio del trigo, del que depende la alimentación básica de miles de millones de personas, se multiplicara por cinco. En apenas tres años, el precio medio de la alimentación en el mundo creció un 80% y se estima que unos 250 millones de personas engrosaron las filas del hambre”.
El estado de California no es la única región del mundo con problemas de agua, ni tiene la exclusividad en la concesión de su uso. En Chile y Australia hay antecedentes del otorgamiento de derechos gratuitos y a perpetuidad del recurso hídrico. Por ejemplo, en el valle de Copiapó, en la región de Atacama, se concedieron más derechos de uso del agua que la disponible en la cuenca de sus ríos, señaló Gonzalo Delacámara, un especialista en el tema citado por el diario El País. La constitución pinochetista de 1980 ha mantenido durante 40 años la privatización del agua con rango de ley. Es un caso único en el mundo. Según denunció el obispo Luis Infanti de la región de Aysén, en el sur chileno, el 82% de este recurso escaso es propiedad de dos empresas extranjeras: la estadounidense AES Gener y la italiana Enel.
En 2012 ya denunciaba que “en Chile, uno puede ser dueño de la tierra, pero no del agua que pasa por su tierra. Las leyes vigentes, favorecen la apropiación y comercialización del agua; como resultado de ello algunos se enriquecen, a costa del bien común de todos. Los pobres, con menor poder adquisitivo, no sólo son marginados de la toma de decisiones políticas y sociales, sino también del acceso a los bienes para su vida y sustento”. Wall Street y su decisión de cotizar el agua a futuro es una nueva vuelta de tuerca al problema.
El español Arrojo Agudo denunció públicamente lo que conlleva la mercantilización de este recurso elemental para la vida, casi un contrasentido que deba explicarse en plena segunda ola de la pandemia: “Hoy, en mi calidad de relator especial de la ONU para los derechos humanos al agua y al saneamiento, me veo en la obligación de lanzar un mensaje de alerta a nivel mundial, en la medida en que este hecho supone acelerar y profundizar riesgos inaceptables para estos derechos humanos”. Los fondos especulativos y jugadores globales ya tienen gracias a Wall Street la herramienta financiera indispensable para convertir ese derecho en cartón pintado. Poco les importa lo que puedan opinar funcionarios de Naciones Unidas, ambientalistas, juristas y académicos.
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