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30/09/2018

Neoliberalismo y neocolonialismo

Neoliberalismo y neocolonialismo | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Si la receta neoliberal es dura en todos lados lo es más en Suramérica, donde adquiere las formas de un neocolonialismo cuyo objetivo es, como dice Lula en su carta a la UNC, “imponer políticas de austeridad que apuntan a beneficiar el capital especulativo y los intereses de las grandes corporaciones multinacionales, siempre con el sacrificio de la soberanía nacional”.

Héctor Mauriño

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La carta de Lula a las autoridades de la Universidad del Comahue con motivo del justo homenaje que se le realizó esta semana, define con claridad el grave momento histórico que les toca vivir a las repúblicas suramericanas.

“Estamos viviendo un momento de feroz ataque del neoliberalismo a las democracias que logramos construir en toda nuestra América Latina en las últimas décadas”, dice el líder del movimiento político mayoritario de Brasil, encarcelado para sacarlo del juego electoral.

Es un mensaje que nos hermana porque lo que nos sucede es lo mismo, en Brasil como en Argentina, Ecuador o Venezuela. Lula lo dice y también que nos alienta con su ejemplo a seguir luchando, a pesar de las enormes dificultades e injusticias que plantea la actual situación.

Lula está entero, conserva su dignidad y su entereza, y continúa ejerciendo su labor de conductor, a pesar de ser un preso político de un gobierno golpista que derrocó a la presidenta constitucional para interpretar allá misma partitura que nos toca soportar acá, la de un “ataque” contra el Estado de bienestar y la soberanía nacional que se lleva adelante “profundizando las desigualdades sociales y provocando mucho sufrimiento”.

En la Argentina se trata de un modelo que ya fracasó con la última dictadura cívico militar y con la traición contra el movimiento popular llevada adelante en los ’90, pero que hoy vuelve sirviéndose, al igual que en Brasil o en Ecuador, del Poder Judicial y de la prensa hegemónica.

Si hoy vuelve en la Argentina con más fuerza, es porque la década larga que medió entre el derrumbe del 2001 y las elecciones del 2015 alumbró un camino que permitió fortalecer el lado flaco de nuestra democracia con más igualdad y mayor soberanía en la toma de decisiones. Un mal ejemplo para la potencia hegemónica.

También, porque cambió la relación de fuerzas a nivel planetario, se diluyó en gran medida la unipolaridad surgida de la caída del Muro de Berlín, y se abrió una disputa por la hegemonía entre Estados Unidos por un lado y Rusia y China por el otro.

Es una puja que tiene por escenario a todo el planea y que en América Latina adquiere características propias porque Estados Unidos la considera parte de su espacio estratégico. No es por ahora una guerra militar sino comercial y económica por el sostenimiento de la supremacía y la dominación.

Por eso si la receta es dura en todos lados lo es más en Suramérica, donde el neoliberalismo adquiere las formas de un neocolonialismo para “imponer -dirá Lula- políticas de austeridad que apuntan a beneficiar el capital especulativo y los intereses de las grandes corporaciones multinacionales, siempre con el sacrificio de la soberanía nacional”.

Lo hace a través de sus representantes y aliados locales. Representantes porque una buena parte de la clase empresaria está compuesta por los gerentes de las multinacionales que tienen presencia en el país y aliados porque se trata de las clases poseedoras y medias que por su formación cultural ven a los gobiernos populares como una amenaza.

Mal que les pese a estos cultores del mantra del “se robaron todo”, los mayores ladrones son sus propios líderes políticos y sus socios de la prensa y la justicia, que además de desplumar al país les han robado la cabeza.

Después del golpe sangriento que derrocó al gobierno constitucional de Perón, los gobiernos condicionados y las dictaduras y dictablandas que los siguieron lograron a fuerza de atropellar el Estado de derecho que la palabra democracia no significara demasiado.

Pero después del terrorismo de Estado que destruyó la economía y asesinó a 30 mil argentinos y después de la Guerra de Malvinas, la democracia se convirtió en el bien más preciado de la sociedad argentina.

No parece posible en ese contexto que los argentinos vayan a aceptar sin resistir hasta las últimas consecuencias una democracia condicionada y tutelada por una potencia extranjera, que en realidad no es más que una farsa destinada a encubrir el saqueo de sus riquezas.

29/07/2016

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