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12/11/2017

Una medicina conocida

Una medicina conocida | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

En la reunión de la semana que concluye entre el presidente y los gobernadores, quedó planteado el pliego de condiciones que quiere imponer la administración Cambiemos para llevar adelante el ajuste sobre los fondos provinciales, fondos que, conviene recordar, no le pertenecen.

Héctor Mauriño

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El “consenso” que preconiza el gobierno de Mauricio Macri para poner en caja a las provincias, tiene mucho de aquella histórica escena de la película El Padrino, en la que Don Corleone manda a su ‘consigliere’ a hacer al jefe de una banda adversaria “una propuesta que no pueda rechazar”.

Este gobierno nacional, que tomó su discurso de los mantras de los pastores evangélicos y predica lo opuesto a lo que hace para confundir y defraudar, ya le ha hecho sentir en más de una oportunidad a los gobernadores que sabe muy bien cómo presionar a los que se muestran remisos aceptar sus medicinas.

En la reunión de la semana que concluye entre el presidente y los gobernadores, quedó planteado el pliego de condiciones que quiere imponer la administración Cambiemos para llevar adelante el ajuste sobre los fondos provinciales, fondos que, conviene recordar, no le pertenecen.

Para esta rara visión del federalismo que quieren imponer Macri y sus funcionarios, será preciso que los gobernadores apliquen un menú de “reformas” que incluye renunciar al impuesto a los Ingresos Brutos -una de las principales fuentes de financiación de las provincias-; achicar drásticamente las plantas de personal pasando a una buena porción de empleados a monotributistas; renunciar a todos los juicios entablados contra el Estado nacional por mala liquidación de impuestos; y plegarse a una solución para el problema del Fondo del Conurbano Bonaerense que les costará a los Estados provinciales unos 19 mil millones de pesos. Todo eso, entre otras delicias.

¿Y si no? Si no se acata el pliego de condiciones, habrá castigos.

Neuquén conoce de sobra el resultado de políticas como estas. Durante la década de 1990 el gobierno de Sobisch, encandilado por los peces de colores que prometía la marea neoliberal de Carlos Menem, llevó adelante una serie de políticas de cruentos resultados sociales, como la “reforma del Estado”, las jubilaciones anticipadas, los retiros voluntarios y las privatizaciones de empresas públicas, entre otras.

Así, se eliminaron puestos en la administración pública, se vendieron empresas que cumplían una importante función integradora como TAN (Transportes Aéreos Neuquén) y se apoyó la liquidación de empresas nacionales con dilatada influencia social y económica en la provincia como YPF y Gas del Estado.

Por entonces, no existían los “planes” ni los subsidios -bautizados “suicidios” con extraña lucidez por algunos desocupados- que luego fueron legión.

Si no se fue más lejos, se debió a que avanzar sobre determinadas áreas como el BPN o la caja previsional del Instituto de Seguridad Social (ISSN) hubiera afectado severamente resortes de poder muy caros al vitalicio partido gobernante.

También, porque una serie de estallidos sociales, como las puebladas de Cutral Co, los incesantes cortes de ruta y las reiteradas tomas de edificios públicos volvieron impracticable esa ofensiva en profundidad contra los sectores más vulnerables.

Si algo atenuó aquel delicado cuadro de situación, fue el hecho de que Sobisch pudo contar con el equivalente de cinco presupuestos en cuatro años, producto de esa gigantesca coima pagada por Cavallo para obtener la complicidad de las provincias, que fueron los más de 700 millones de dólares por regalías mal liquidadas bautizados por este columnista como “las joyas de la abuela”.

Quizás algunos no lo recuerden -es comprensible tratándose de un mal rato- y tal vez otros no lo hayan vivido, pero cuando Sobisch concluyó su primera gestión y lo reemplazó Felipe Sapag las arcas del Estado provincial estaban tan exangües que no hubo más remedio que bajar los salarios de los empleados públicos.

Cuando la situación no daba para más y había desaparecido hasta la moneda -para dar lugar a unos engendros que nadie aceptaba llamados Lecop-, al país neoliberal se le cayó la estantería. Fue hace 16 años, el 19 y 20 de diciembre de 2001, y Neuquén también cayó en la rodada.

Pero entonces, cuando parecía que el país y la provincia se diluían en la nada, vino la devaluación y otra vez Neuquén respiró, porque como una parte consistente de sus ingresos era -es- en dólares, los recursos de multiplicaron.

Pero aquello fue asomarse al infierno y solamente un gobierno afectado por la ceguera o ganado por una pulsión suicida, podría animarse a repetir deliberadamente esa historia.

Es bueno tenerlo en cuenta porque Neuquén -el resto de las provincias y el país también- están en el umbral de una situación parecida. Puede ser que la propuesta sea difícil de rechazar, pero está visto que más difícil será padecer sus consecuencias.

29/07/2016

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