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No es casual que Petronas, la petrolera estatal de Malasia, esté poniendo en duda su inversión en la planta de GNL. ¿Quién estaría dispuesto a invertir 40.000 millones de dólares en un país gobernado por un desquiciado que pasa a cada rato por encima de la ley y los demás poderes del Estado. Un sujeto que además de empobrecer y apalear a los jubilados lo festeja con un asado; que quiere regalar la aerolínea de bandera para resolver un conflicto gremial y es capaz de cambiar la localización de un inversión multimillonaria sin ningún criterio racional, solamente para hacer daño a un eventual competidor político.
Ya lo dijimos desde este espacio: como el “ahora Fertineu” de Alfonsín o el “no al caño” de Felipe Sapag, el proyecto de la planta de GNL es de futuro azaroso y debe ser tomado con pinzas. Su materialización, en cualquiera de los casos a mediano o largo plazo, depende de un sinnúmero de factores, entre ellos la estabilidad política y económica del país, dos cuestiones que la Argentina de la alianza libertaria-radical-macrista está muy lejos de garantizar.
Por si hiciera falta algún obstáculo adicional, la política internacional de Milei también es disparatada. Perón decía que solucionado el problema interno, la verdadera política es la internacional pero en ese plano la estrategia de Milei es sencillamente descabellada.
Mientras el mundo los países se cierran en defensa de su mercado interno y se blindan contra el poder destructivo de las multinacionales, el presidente argentino destruye la industria nacional y se arroja en brazos de los súper ricos estadounidenses, que le dan una palmadita en el hombro mientras estudian cómo quedarse con su billetera (que no es de él sino del pueblo argentino).
Es un dato de la realidad en el mundo de la “industria” hidrocarburífera, que empresas del sector como Petronas, manejan varias hipótesis de inversión en distintos lugares del planeta, para elegir finalmente la que resulte más redituable para sus intereses y más segura para su capital.
Contrariamente a lo que piensa cierta clase dirigente argentina, que pasó de ignorar olímpicamente el potencial de Vaca Muerta a considerarlo la panacea que salvará al país, hay petróleo y gas en muchos puntos del planeta, y ninguna empresa está tan desesperada como para invertir a ciegas en en un país tan voluble como la Argentina. Ni siquiera con beneficios tan extraordinarios como los que ofrece el RIGI, tal vez por aquello de que cuando la limosna es grande...
Por lo demás, si alguna vez se hace la planta de licuefacción, no será mañana mismo como desearía este gobierno para salir de apuros sino como resultado de recorrer un largo camino con varias etapas previas: primero traer un barco, luego dos, más tarde tres y en 10 o 15 años si todo va bien y las utilidades así lo aconsejan, comenzar a construir una planta en tierra.
En suma paso a paso, con pié de plomo, entre otras cosas porque si es difícil imaginar qué pasará en el mundo dentro de una década, resulta aún más azaroso prever qué será de la Argentina en un año.
Así las cosas el proyecto de la planta de GNL, el caso testigo de la panacea para atraer inversiones a cualquier precio llamada RIGI; “la mayor inversión de la historia argentina”, amenaza con evaporarse en el aire antes de alcanzar objetivos concretos.
Si para las multinacionales la acumulación de beneficios como la baja de impuestos, poder importar libremente insumos y maquinarias, y alzarse con los dividendos a corto plazo no alcanza a despejar las dudas por la inconsistencia política y económica de quienes gobiernan el país, acaso el mentado RIGI sí pueda resultar atractivo para los grupos económicos locales, que no por nada sostienen al gobierno de Milei a toda costa a pesar de la recesión más fuerte, esa sí, de la historia.
Y es ahí donde empieza a tomar color el porqué de una ganga como el RIGI: está más que nada dirigido a maximizar las ganancias de los grupos locales que gobiernan detrás del trono y quieren multiplicar sus ya cuantiosas ganancias gracias a Milei, Caputo y Sturzenegger.
La semana anterior hablábamos de la desconfianza del gobernador Figueroa respecto de la reglamentación del RIGI, entre otras cosas porque así como nadie que venga a poner dólares se podrá llevar dólares mientras rija el cepo -que regirá mientras no haya dólares ni forma de conseguirlos-, la promesa de exportar libremente hidrocarburos estará condicionada a las autorizaciones que otorgue el Ejecutivo nacional. Es decir, la decisión estará por fuera de aquellos que según la Constitución son dueños de los recursos.
Por todos lados se advierte la fatiga por los desplantes de un gobierno que parece odiar a los argentinos.
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