Si cada momento traumático de la historia deja su enseñanza, la primera lección que deja la pandemia de Coronavirus en la Argentina es que la salud es un derecho universal que debe ser garantizado por el Estado y no puede ser dejado en manos de quienes lo ven como un negocio.

La catástrofe actual deja muchas enseñanzas más, entre otras que sólo ese Estado puede garantizar una asignación efectiva de los recursos económicos durante una crisis sin precedentes como la que viven actualmente el mundo y el país.

También, que el desapego por las normas y el individualismo a ultranza es suicida y criminal a la vez. Como a diferencia del suicidio el crimen atañe a todos, es también el Estado el que debe garantizar el respeto por las normas, incluidas las del distanciamiento social, imprescindible para evitar una multiplicación de los contagios durante la pandemia.

El problema es que los anticuarentena no son solamente los que salen a la calle por motivos políticos o porque les ‘comieron el coco’ los trolls de Marcos Peña y Mauricio Macri, sino también los que lo practican juntándose con familiares o con amigos, circulando sin tapabocas, o resistiendo las consignas porque les “quitan libertad”.

La anomia argentina tiene mucho que ver con el cuentapropismo moral que propuso y propone históricamente la derecha, su arraigo en sectores de la población sale muy caro en tiempos de pandemia. Y en tiempos normales también.

En marzo pasado cuando el Covid 19 desembarcó en la Argentina, el gobierno nacional decretó una cuarentena estricta para ganar tiempo y reconstruir la salud pública, degradada y desmantelada por Macri y su gente.

Había que evitar que los enfermos se murieran en la puerta de los hospitales por falta de recursos materiales y humanos como estaba ocurriendo en Europa. Aceptar la teoría del “rebaño” como proponía “Mauricio”, hubiera sido condenar al país a una masacre como las que ocurrieron en Estados Unidos y Brasil, los dos países del mundo con más muertos y contagiados.

Esas políticas de Alberto Fernández generaron un gran consenso pero la derecha, responsable del deterioro sanitario previo, se largó a politizar el tema para desgastar la imagen del gobierno. Alentó la desobediencia a las consignas sanitarias e hizo eje en un planteo libertario vacío y berreta para montarse sobre la desesperación que provocan en alguna gente la pandemia, el encierro y la crisis económica.

Como la prensa canalla ha pasado a ocuparse de decir o tapar lo que a la derecha le conviene, los medios tampoco son inocentes al pregonar esta ruleta rusa que algunos quieren imponer por la fuerza a los demás. 

Se han dedicado a exaltar las declaraciones de dirigentes que critican o banalizan las medidas sanitarias. Invitan a filósofos baratos que se ocupan de criticar el supuesto cuño “populista” y “autoritario” de cuidados que son imprescindibles. No tienen vergüenza.

Una encuesta reciente da cuenta de que el público ya advirtió la conducta criminal de los medios: la mitad de los argentinos cree que no están siendo responsables en la cobertura de la pandemia.

Además, 7 de cada 10 argentinos, creen que las pautas de prevención no se están cumpliendo y el temor al colapso del sistema sanitario es la principal preocupación de los encuestados seguida por el temor a contagiarse. Ambas importan más que el desempleo y la inflación.

Es un hecho que por estos días el país atraviesa uno de los momentos más críticos de la pandemia, con una verdadera escalada en la cantidad de contagiados y fallecidos. La porción de la sociedad que se comporta como si nada estuviera ocurriendo, tiene una cuota importante de responsabilidad por lo que ocurre.