Columnistas
20/04/2019

Decime si exagero

¿La última tentación de Cristo?

¿La última tentación de Cristo? | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Llegó Semana Santa y la TV, ese viejo y anticuado medio de comunicación, repite ficciones bíblicas hechas en Hollywood en los ‘50 del siglo pasado, o aquella bendecida y edulcorada biografía de Cristo hecha por Zeffirelli. ¿Y si nos vamos a Internet y -de puro rebeldes- miramos “La última tentación de Cristo”?

Fernando Barraza

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Judas:- ¿Si tú fueras yo, podrías traicionar a tu maestro?

Jesús:- No. Por eso Dios me dio a mí el trabajo más fácil.

Diálogo de “La última tentación de Cristo”.

 

Llegan las Pascuas. Pensemos un poco en el poder católico -y por qué no, en el cristiano en general- desde el hoy. Ahora que somos hombres y mujeres del siglo XXI y que acumulamos varias millas de librepensamiento viendo contenidos no controlados por el dogma en la red de redes; ahora que estamos en este nuevo siglo, en el que la información es una materia de consumo masivo a disposición de las masas; ahora que las puertas parecen estar abiertas para hablar sobre los abusos políticos, sociales y los crímenes sexuales cometidos por la iglesia; ahora que hay un papa latinoamericano, curas tercermundistas y hasta pastores que se animan a hablar sobre el aborto. Ahora paremos la pelota y veamos si todo no nos está indicando que los tiempos son propicios para poder empezar a vivir la espiritualidad cristiana sin tanta atadura medieval.

Pues esto es y no es así.

La contracara de todos estos temas expuestos arriba es que todos ellos son soluciones reales, sí, pero también son puntos de apoyo y disparadores de proyección, tienen olor a futuro, ninguno de ellos se ha consolidado aún como canon o regla general dentro del dogma cristiano global, ni siquiera el tan mentado poder transformador y “latino” que tendría el papa. Todo lo contrario: las iglesias cristianas parecen tener completamente asida la manija con la más derecha de las manos derechas, controlando las reglas de comportamiento, las de creencia y las de la institucionalidad de todas sus greys (por favor, busquen en el diccionario la etimología de este término, es interesante no perder de vista su origen).

Porque esto es así, millones de personas en el planeta tal vez sueñen una nueva espiritualidad cristiana, pero en lo concreto todos seguimos un poco en la medievalidad más campante. ¿Ejemplos concretos quieren? Aquí van: en el último día hábil anterior al comienzo de la semana santa. la Ministra de Familia, Mujer y Derechos Humanos del Brasil hizo unas declaraciones que parecieran dichas por un personaje grotesco de un texto escrito en el siglo XVIII por Donatien Alphonse François de Sade y –en este mismo día del calendario- la justicia argentina decidió dar de baja la exhibición pública y cajonear en una oficina privada -y bajo llave- a la obra escultórica “María feminista”, que es parte de la muestra “Para todes, tode”, exhibida actualmente en el Centro Cultural Haroldo Conti. La pequeña estatua de la artista argentina conocida como “Coolpa” muestra a la notre dame María (perdón por el francés oportunista) ataviada como siempre se la ve en obras sacras: con su vestido blanco y su túnica celeste; pero en este caso con el nada inocente agregado de un pañuelo verde de la Campaña Nacional por Aborto Legal, Libre y Seguro al cuello.

Así, escándalo de por medio, la obra “tuvo que ser” retirada de la sala central del Centro Cultural Haroldo Conti y quedó encerrada en una de las oficinas del lugar por orden del Juez Federal Esteban Furnari –curiosamente, o no, un tipo con muchos fallos bien progres durante el kirchnerismo y bien gorilones durante el gobierno actual- a partir de una demanda iniciada por un grupo de abogados católicos antiderechos. No está demás aclarar que la Secretaría de DDHH a cargo de Claudio Avruj se negó a apelar la medida. Estos casos no son los únicos relacionados con el accionar social directo de las iglesias cristianas a través del Estado (con sus tres poderes actuando a pleno) en los últimos doce meses en la región. En Brasil, Chile, Perú y Colombia, por nombrar solo a algunos de nuestros vecinos, los ejemplos se cuentan de a docenas y en nuestro país no podemos olvidar ni por un segundo el protagonismo activo de las dos cámaras nacionales de legisladores a la hora de demonizar el pedido de ley para el aborto legal, libre y seguro; o la lentitud de las justicias provinciales y la federal para fallar en torno a casos de abortos no punibles; o –saliendo un poco de la esfera de este tema “abortero” que irrita tanto a los anti derechos- mencionar lo que hizo la cartera de Avruj hace once meses, cuando ordenó dar de baja una escultura titulada “Ausencias”, de Jakie Simsolo y Adriana Albi, exhibida en el Archivo Nacional de la Memoria, porque “remitía al caso de Santiago Maldonado” y porque era conocida como “la señora”, y eso podía ofender “creencias enraizadas en la fe católica”. Más oscuro, échale petróleo.

Por eso, más allá de la fe que profesemos espiritualmente -o no-, pensemos por favor en “una cosa” y en “la otra”: si bien las condiciones están dadas para redefinir la espiritualidad de lxs seres humanxs de este siglo sin tanto dogma coartante funcionando como policía del alma, no dejemos de abrir los ojos ante la realidad evidente que dicta que las instituciones dogmáticas continúan imponiendo fácticamente el poder con corsés y haciendo efectivas a través de medidas “sujetas a derecho” prohibiciones de derechos humanos y sociales esenciales, cosa que –lamentablemente- siempre han hecho e impuesto por fuerza moral/judicial.

Bueno… ¿qué hacer y cómo reaccionar frente a esta “institucionalidad” impuesta la fuerza?, dirá usted. La respuesta es compleja, pero podríamos empezar a acercarnos de a poco, por ejemplo, a través de una obra artística que es cuatro obras y que nos es una obra que puede arrojar un poco de buena luz rebelde respecto al camino de la desatadura de nudos castrantes que cada unx de nostrxs debería al menos proponerse.

La última tentación por cuatro

A esta altura de la nota me parece que usted ya habrá empezado a sospechar que el título y el copete de bajada del artículo son medio “vende humo”, porque hay mucho escrito y aún no hemos dicho NADA DE NADA sobre la película de Martin Scorsese. No se desanime, ya lo haremos, pero antes sería conveniente contextualizar esa gran obra maldita en la filmografía de uno de los más grandes directores de la historia del cine, la película con la que casi se funde, casi funde a su productora e inclusive comprometió seriamente las finanzas de Universal Pictures y casi ocasiona la quiebra de la Cineplex Odeon Films.

Si Martin llegó a filmar semejante producción fue porque antes de sí mismo, antes “que él mismo”, había en danza una historia que le permitiría mostrar a ese Jesús nuevo y revolucionario que a él se le antojaba contar. Entonces vayamos por partes, y hablemos –de a uno- de los cuatro “jesuses” que inspiraron al de Scorsese

A – El Jesús de Gauguin

Si bien el germen del Jesús de Scorsese está en la novela homónima a su película que el griego Niko Katzanzakis publicó en 1953, la primera aparición de un Jesús “actualizado” y atravesado por elementos ajenos a los evangelios, que es el combustible filosófico que da lugar al inolvidable e inmortal Jesús del film del buen Martin Scorsese, fue el Cristo que en el otoño de 1889 pintó Paul Gauguin entre sus casas de Pont-Aven y Le Pouldu.

El mundo lo conoce como “El Cristo Amarillo” y fue un cuadro, un óleo sobre lienzo, al que Gauguin adoraba, pero que le valió muchísimas y devastadoras críticas ni bien lo dio a conocer, ya que muestra Jesús crucificado, pero no en el Gólgota, desierto palestino de por medio, sino junto a tres tranquilas mujeres bretonas, en la hermosa campiña otoñal bretona.

La iglesia y los creyentes ortodoxos le criticaron todo a Gauguin, realmente fueron unos necios y pesados. Que por qué Cristo era amarillo (porque su crucifixión es otoñal, dicen que dijo), que por qué no estaban las Marías al pie de la cruz sufriendo y sí estaban esas plácidas mujeres bretonas (porque el Cristo es una aparición que ocurre frente a esas tres mujeres que estaban rezando en paz, dicen que dijo) y finalmente, qué es lo que hace esa persona pintada al fondo del cuadro, saltando una cerca, como huyendo de la escena de crucifixión. “Es una tentación de la que se aleja Cristo”, dicen que dijo para explicarlo. Y allí, de esa enigmática y pequeña figura humana en fuga, es que nació sesenta y tantos años después “La Última Tentación de Cristo”, la gran novela (quizás su más grande obra) de Niko Kazantzakis. Y para que no queden dudas sobre la influencia directa de esta pintura sobre el escrito de Niko, las primeras ediciones europeas de la novela del griego tienen como portada el cuadro de Gauguin.

A Gauguin le criticaron la obra del Cristo amarillo, pero a él poco le importó. Tanto la quiso y refrendó el cuadro que, años más tarde, pintó su más famoso auto retrato con la obra apareciendo sobre sus espaldas. Un cuadro dentro de otro cuadro. La historia acomodó las cosas en su lugar y hoy nadie se atrevería a ponerse del lado (ni siquiera cerca) de los pelafustanes que defenestraron el cuadro por décadas.

B – El Jesús de Niko

El segundo Jesús es el que marcó directamente la posterior obra cinematográfica “maldita” de Scorsese, es la novela que en 1953 editó el novelista, militante social, filósofo y teólogo griego Niko Kazantzakis. “La última tentación de Cristo” es la novela que se convirtió en factor decisivo para que la Iglesia Ortodoxa Griega decidiera excomulgarlo y pedir –bajo amenazas directas- que Niko se fuera de Grecia. Tarde piaron, pues Kazantzakis había “dejado de ser cristiano” y se había convertido al budismo. Aunque ahora sepamos que una cosa no quita a la otra.

De todas maneras y en lo concreto, el escritor tuvo que lidiar con las amenazas constantes hacia su propia vida y a la de su familia, viviendo fuera de su propio país y asistiendo con asombro al show de la iglesia ortodoxa y de la católica apostólica romana, que prohibían su libro en muchos países del mundo.

El Cristo que expone Niko en la obra es un joven carpintero de Nazaret, no auto-reconocido y ni siquiera ungido con la revelación externa de ser el hijo de Dios en la tierra. Asolado por dudas y angustias existenciales, la angustia de saber quién es lo acompaña hasta la mismísima cruz, lugar en el que tendrá su famosa y fuertísima “última tentación”.

Si bien en el Prefacio mismo de la primera edición, Kazantzakis aclara que su propósito no era escribir una biografía basada en las escrituras sagradas, sino "la confesión de todos los hombres que luchan", no hubo cristianismo (ni católico, ni protestante) que no se opusiera con furia a la difusión de la novela.

El libro es simplemente brillante, y en él se exponen en carnadura todas las dudas y certezas religiosas del autor, mezcladas con visiones socialistas-comunistas propias de su militancia política y con las corrientes filosóficas nietzscheana y hegeliana, pensamientos que Niko estudiaba con ahínco.

Sobre este Cristo, humano y empático, que en distintas épocas retomarían Saramago (“El evangelio según Jesucristo”) y nuestro menos conocido Elías Castelnuovo (tocamos este tema en un artículo publicado en esta sección durante este verano) se ha hablado muchísimo, pero se ha leído bien poco.

Una clara demostración del poder de veto que las iglesias tienen sobre este abordaje de Kazantzakis, es la censura que hubo sobre el libro durante casi 50 años. Poco gustó y poco gusta que Jesús sea ese “de todo un poco”, humanamente un humano, y que desde allí -desde su humanidad más encarnada- se acerque de a poco a la idea de la santidad. Para Kazantazakis la meta era clara, él siempre se propuso escribir un Cristo que no sea otra cosa que “la confesión de todos los hombres que luchan", tal y como él mismo lo dijo en el prefacio del libro, para el horror de la ortodoxia griega, que se enconó tanto pero tanto con su persona que no dejó que entierren sus restos en un cementerio, y es por eso que su tumba aún se encuentra sobre una de las murallas que rodean al pueblo cretense de Heraklion. Su epitafio reza: «No espero nada, no temo nada, soy libre» (en griego: Δεν ελπ?ζω τ?ποτα, δε φοβο?μαι τ?ποτα, ε?μαι λ?φτερος). Más claro, échale fuego.

C – El Jesús de Scorsese

Ahora sí, llegó la hora de honrar al título de la nota para hablar sobre esta película única y gigantesca.

Antes que nada, si querés verla hoy o mañana, con todo el tiempo libre del finde largo y feriado, podés hacerlo en esta web:

Ver aquí

Dicho esto y colocado el link para verla, vayamos a la película en sí, “un desvelo de necesidad espiritual”, como la definió el mismísimo Martin cuando le preguntaron -en más de una oportunidad- como fue que se le dio por meterse en semejante quilombo, filmando una película que -se sabía- iba a generar una polémica brutal.

El film de Scorsese no solo es el más “raro” de su carrera en tanto temática, sino que también lo es por propuesta estética y narrativa. No existe otra película de Martin que se parezca a ésta, pero ni por asomo. La obra tiene un anclaje referencial en “el modo Passolini” de contar la vida, con planos de larga duración, exteriores con la luz saturada de realismo, interiores al límite de la luz posible e irrupciones de violencia y acción sorpresivos tras momentos de intensa quietud. En todos estos sentidos es más Passolini que Scorsese.

Las actuaciones son excelentes y se reunió para este film al casting más exquisito que Scorsese ha juntado jamás (y eso que trabajó con castings inolvidables, eh) con un Cristo protagonizado por Willem Dafoe (en su mejor versión, por lejos), una Magdalena inolvidable en la piel de Barbara Hershey, un Judas inoxidable y adorable hecho por Harvey Keitel, un complejísimo Saul/Pablo a cargo de Harry Dean Stanton, un fugaz pero arrasador Poncio Pilatos encarnado por David Bowie y una lista de coprotagonistas de la talla de John Lurie, Alan Rosenberg o Paul Greco, solo por mencionar a tres verdaderos “mostros” de la actuación.

El brillante casting, el guion insuperable de Paul Schrader (el escritor de Taxi Driver, Raging Bull, Mishima, American Gigolo, y la lista sigue) basado en la novela de Kazantazakis. La reconstrucción de época: sólida e impactante. El montaje simplemente genial de Thelma Schoonmaker (desde Raging Bull hasta el día de la fecha la montajista oficial de Scorsese). La cinematografía siempre excelsa de Martin. Todo. Todo eso no alcanzó para frenar el odio censor de iglesias y empresas de distribución en el planeta todo.

A pesar de que críticos de la estatura de David Ehrenstein dijeron del film cosas del tipo: “es una de las cintas religiosas más serias, letradas, complejas y profundamente sentidas que se hayan hecho”, o Janet Maslin, del New York Times, señalara que la película “redefine magistralmente la divinidad por elección, con su retrato de un Cristo humano, lleno de dudas y miedos, más cercano a la carne del hombre que a la divinidad del mito”, nada de eso pudo evitar que el 22 de octubre de 1988, el día del estreno mundial del film, un grupo de fanáticos cristianos arrojara cocteles molotov contra el cine Saint Michel, en París. Catorce personas heridas y un cine con su cuarta parte quemada confirmaban los temores de los dueños de salas de cine en todo el mundo: estrenar la película de Martin era garantía de violencia fanática desatada sobre personas y bienes.

Mucho del fanatismo desatado era –como no- una reacción predeterminada aún sin haber visto la película. Franco Zeffirelli, el director de la edulcorada y ñoña “Jesús de Nazareth” (1977), retiró ese año ‘88 de la competencia oficial del Festival de Venecia su película “El joven Toscanini” como repudio a la participación del film de Scorsese. A Zeffirelli el film de Martin le parecía “verdaderamente horrible y completamente trastornado”, cuando se le preguntó si había visto la película contestó un lapidario y enojoso “¡por supuesto que no!”.

Quién o quienes “invitaban” al boicot era algo clarísimo, solo había que leer los artículos “especializados” que la prensa oficial del Vaticano publicaba por aquellos días y los encendidos editoriales que los principales medios de comunicación conservadores escribían cada semana. A esta campaña de difamación fanática le acompañaban, claro está, decenas de miles de agentes de la justicia diseminados en países de los cinco continentes.

En Argentina la discusión fue corta: en 1988 las distribuidoras locales se negaron a comprar los derechos de distribución de la cinta. Autocensura antes que censura. Pero ocho años después, cuando la señal televisiva de cable Space intentó poner en pantalla el film, ahí sí entraron en acción los agentes de la justicia y la censura más hecha y derecha. Lo primero que se hizo fue darle lugar a la denuncia de tres ciudadanos argentinos que alegaban que la proyección del film era “ofensiva y anticonstitucional” porque, por un lado, decían, atacaba directamente al artículo 2 de la Constitución Nacional que "prescribe que el gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano” y por el otro, insistían, que “la proyección del film podría implicar una profanación de la fe católica porque amerita una visión sacrílega de la persona divina de Nuestro Señor Jesucristo".

El juez federal que atendió la causa dio lugar a toda esta retrógrada visión y solicitó con urgencia una medida de abstención que obligaba al canal a no pasar la película. En un mamarracho judicial que quedará para la historia negra de la justicia argentina, el juez federal Edmundo Carbone (funcionario de Onganía y de Videla, el mismo juez que antes de jubilarse mandó para atrás la Ley de Medios a favor de Clarín, te tiro la data para que lo conozcas un poco) presentó un escrito de cuatro carillas en los que –con total descaro- mezcla y equipara argumentos constitucionales con el mandamiento bíblico de no tomar el santo nombre de Dios en vano. Tan aberrante fue la argumentación y la medida, que hasta la Iglesia Católica Argentina (hipercrítica con el film) se despegó del juez a través de Comisión Arquidiocesana para las Comunicaciones Sociales enviando una carta al presidente de Imagen Satelital, empresa dueña de Space, anunciándole con claridad que la medida "no es fruto de ninguna gestión de la jerarquía eclesiástica".

Años pasaron y las prohibiciones se siguieron acumulando hasta que, bien lo decíamos al principio del informe, la libertad de elección de contenidos culturales que otorga la Internet, hizo que visiones y acciones retrógradas como la de Carbone cayeran en desuso, más no por haber perdido la derecha la “batalla cultural”, sino porque es inútil prohibir la proyección de una película que encontraremos en millones de sitios de descarga o lugares de visionado online.

Así, entonces, el Cristo humano y político de Scorsese, que es el de Kazantzakis, que es el de Gauguin, hoy está disponible y al alcance de todxs quienes quieran salir a encontrárselos. Un Cristo que duda, que no sabe si es o no es quien cree ser (y contra eso debe luchar hasta el fin), un Cristo que no tiene una María virginal como madre, que ama a Magdalena y ama a Judas (como dice Pedro Aznar en “30 Denarios” del disco “Tango 4”: “nadie sabe que la historia fue mal contada, y que el beso de la muerte fue por amor”) y que, al igual que el Cristo de los evangelios, vive enfurecido con los mercaderes y las autoridades, tiene el hacha en la mano y tensa la discusión política sobre tolerar como bobos o rebelarse contra los imperialismos opresivos.

D– El cuarto Cristo: el de Peter Gabriel

El último de los cristos de esta nota es el que el músico inglés Peter Gabriel tuvo que construir desde la banda sonora de la película de Scorsese. Si bien Martin alcanza a mostrar con imágenes claras algunos rasgos geopolíticos bien definidos en la cinta (vean por ejemplo a las mujeres que están a espalda de María Magdalena en la foto que está aquí arriba), tuvo que ser la música de Gabriel lo que le dé una idea “socio política” al film desde la ambientación musical ¿Pero por favor, cómo se logra tal cosa? pensará usted en este preciso instante. Pues bien, aunque parezca algo imposible Gabriel comprendió perfectamente que necesitaba la historia de Scorsese e hizo lo mejor que sabe hacer desde que arrancó en 1976 su carrera como solista: mezclar las músicas del mundo.

Yendo a las raíces de esa música musulmana/persa que los pueblos de raíz palestina ejecutan desde la antigüedad más antigua, Peter comienza a pintar la aldea que Scorsese le pidió, pero no puede soslayar en lo más mínimo la presencia de la música Zemer, yemenita y sefaradí judía para pintar la búsqueda político-religiosa del pueblo de Israel por esos días (es más, los apóstoles le llaman Rabbi a Jesús durante todo el film) y tampoco puede dejar afuera la influencia latina en corales y pequeñas arias sacadas de la mejor tradición de música clásica sacra, porque esa música es la del imperio romano que formó parte dominante en esta historia que Jesús quería doblegar a través de liberación,  nueva alianza y su propio sacrificio de vida.

¿Puede un compositor musical unir todos estos puntos de inspiración melódica como para que el espectador “vea” a través de la música todo lo que pasó geopolíticamente en aquellos días por aquella zona? Y sí, la prueba está allí, presente en esta inigualable banda sonora que ha quedado para la historia grande del cine. Y ustedes que dice: ¿le criticaron a Gabriel por haber mezclado duduks musulmanes con judíos tambores tseltselim y metsiltáyim, amén de hacer cantar al músico pakistaní Nusrat Fateh y de poner coros gregorianos de fondo? Pues sí, aunque les parezca increíble sí lo hicieron.

Al igual que con los casos de los cuatro cristos descriptos antes, el tiempo hsitórico puso las cosas en su lugar y hoy en día la banda sonora compuesta por Gabriel es considerada una de las mejores en la historia del cine:

Para finalizar entonces, y habiendo presentado en un solo artículos estos cuatro cristos que re-definen el espíritu de la razón y la fe desde la más humana y justa rebeldía, no demos muchas más vueltas. Volvamos en circularidad al principio de esta misma nota y releamos el concepto inicial del artículo: ¿es dable que en pleno siglo XXI continuemos tolerando oscurantismos y censuras obligadas en torno a lo que creemos? La respuesta se cae de madura, ¿no? Decime si exagero…

29/07/2016

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