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14/07/2024

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El sujeto de la actividad económica

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El ser humano, como especie, no es por instinto un ser egoísta y asocial sino todo lo contrario: es solidario y cooperativo.

Humberto Zambon

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Toda la construcción teórica de la economía neoclásica y, por lo tanto, del liberalismo como su expresión política, incluido el anarco-capitalismo como manifestación extrema, se basa en el axioma del “homo económicus”.

Tal como lo definió Lionel Robbins, es un ser que actúa racionalmente, teniendo información y conocimiento completo y está movido por su propio interés y deseo de riqueza. Con recursos limitados y con restricciones conocidas, efectúa las decisiones racionales de forma tal que, como consumidor, procura maximizar su satisfacción (que se denomina utilidad) y, como productor o empresario, busca maximizar la ganancia.

El homo económicus parte de dos supuestos sobre el ser humano: 1) que es individualista, competitivo y profundamente egoísta y 2) que es un ser racional.

¿Hasta qué punto el homo económicus es representativo de la naturaleza humana? La pregunta no es retórica porque, reiteramos, sobre una respuesta positiva a la misma se ha edificado la ideología todavía dominante.

La idea que subyace atrás es que el hombre es un animal profundamente egoísta y competitivo al que se le ha agregado, como elemento distintivo, el poder de la racionalidad. Es una idea muy extendida en la civilización occidental: por ejemplo biólogos como Thomas Huxley han sostenido que la base humana es egoísta y asocial al que se la ha agregado una débil “capa” cultural (corresponde al dicho: “arañen a un altruista y sangrará un hipócrita”), también se podría citar a Freud, que ve la civilización como una renuncia a los instintos, y también a la teoría del contrato social, que parte de sujetos individualistas que renuncian a parte de sus derechos naturales para vivir en sociedad. La mejor síntesis de esta posición es la conocida frase de Thomas Hobbes, tomada de un antiguo proverbio romano: “el hombre es lobo del hombre”.

Sin embargo, la biología y etología contemporánea tienden a rechazar esta concepción. Así, el conocido biólogo Frans de Waal en su libro Primates y filósofos(2006), sostiene que por razones evolutivas los mamíferos conforman especies altamente sociales y organizados en grupos como estrategia de supervivencia.

Basta observar a nuestros parientes no humanos como los chimpancés y otros primates, inclusive a los demás mamíferos, para verificar que la sociabilidad, la cooperación y rasgos de altruismo tienen un origen biológico en la evolución.

Para de Wall se puede decir que somos una especie obligatoriamente gregaria. (La sociabilidad se ha vuelto cada vez más arraigada en la biología y psicología de los primates).

Y tampoco el segundo supuesto, el de la racionalidad absoluta, es cierto. Dice de Wall: “Celebramos la racionalidad. Y lo hacemos pese que las investigaciones psicológicas sugieren la primacía del afecto: es decir, que el comportamiento humano deriva ante todo de juicios emocionales rápidos y automatizados y solo secundariamente de procesos conscientes más lentos“. Por ejemplo, como consumidores, todos nosotros tomamos cotidianamente decisiones de compra y generalmente lo hacemos sin mucho meditar, movidos por la costumbre, por el impacto de la publicidad o influidos por el actuar de amigos o conocidos.

Por otro lado, los antropólogos han demostrado que en las sociedades tradicionales, como las prehispánicas en América, no existen sujetos que cumplan las pautas del homo económicussino que priman las conductas asociativas y cooperativas.

En otras palabras, se ha tomado para construir la abstracción homo económicusal hombre de un período muy limitado de la historia humana, con más precisión, no a todos los sujetos de ese período sino a los integrantes de una clase social determinada, la burguesía del naciente capitalismo europeo, y a su resultado se lo ha pretendido universalizar.

Diversas investigaciones ratifican lo expuesto por De Wal: el ser humano, como especie, no es por instinto un ser egoísta y asocial sino todo lo contrario: es solidario y cooperativo. Según el profesor Yuval Noah Harari (“Homom Deus”, 2024) , “A lo largo de …veinte mil años la humanidad ha pasado de matar mamuts con lanzas de piedra a explorar el sistema solar con naves espaciales, no gracias a la evolución de manos más diestras o un cerebro mayor …Hoy en día los humanos dominan completamente el planeta… porque es la única especie en la tierra capaz de cooperar en manera flexible en gran número”.

Las hormigas y las abejas son muy colaborativas, pero sin flexibilidad: siguen repitiendo instintivamente los mismos patrones de conducta sin ninguna variación

Los mamíferos (como los chimpancés) son más flexibles, pero colaboran en pequeños grupos. La diferencia con el ser humano es que, gracias al descubrimiento de la escritura, para estos últimos sus conocimientos son acumulativos en el tiempo.

El conocimiento científico ha crecido tanto que hoy es imposible la existencia del científico universal, como fue Aristóteles, y la cooperación interdisciplinaria es imprescindible para avanzar en el conocimiento (se dice que Erasmo en el siglo XVI fue el último hombre universal). Algo similar ocurre en el plano material, en la producción y distribución de bienes, que es el resultado de la colaboración de muchos seres humanos.

El homus económicus, individualista y egoísta, no se corresponde a la realidad actual, de crisis global del capitalismo financiero. Es preciso un nuevo sistema económico basado en relaciones de producción y distribución cooperativas, más igualitario, y que respeten la naturaleza social y solidaria del ser humano.

29/07/2016

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