Columnistas
18/04/2020

Decime si exagero

Las chicas solo quieren divertirse

Las chicas solo quieren divertirse | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Para quien se ponga a pensar cuál es el nudo argumental central de la exitosa miniserie “Poco ortodoxa”, la respuesta no se oculta ni se hace esperar: liberación femenina. Aprovechamos la repercusión que tiene hoy esa ficción de Netflix para recomendártela junto a otras maravillosas obras de un femme power total.

Fernando Barraza

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 “Las que no se muevan, no notarán sus caderas”

Rosa Luxemburgo

 

La gente está en sus casas, eso es obligatorio. No todos los días pueden ser estupendos ni fáciles, todo lo contrario, a veces estamos un poco ansiosxs o aburridxs, buscando algo. 

De repente llega por cualquier red social, o a través de un llamado de alguien de confianza, una recomendación que corre como reguero de pólvora. Algo para hacer. En estas últimas semanas, y ya con el aislamiento social obligatorio encima, una recomendación estalló en millones de casas del planeta: “hay una serie que no te dará respiro, se llama ´Poco ortodoxa´, es corta y la ves en un solo día”, decía la voz. 

“¿De qué se trata?”, es lo primero que nos preguntamos todxs, porque esa es la pregunta lógica frente a una recomendación, ¿no? “Es sobre una chica judía ortodoxa que se quiere liberar de su familia impuesta por el mandato de su comunidad”, suele ser la respuesta más sintética. No está mal. La sinopsis es escueta, es cierto, pero casi que alcanza para tentar a hombres, mujeres y personas no binaries a correr hasta el ordenador a buscar dónde y cómo ver esta historia, que siempre es recomendada con énfasis y entusiasmo. La mayoría de las personas que atraviesan sus cuatro horas de desarrollo, quedan conmovidas.

Más… ¿qué es lo que más conmueve de “Poco ortodoxa”? 

¿Puede haber en una obra audiovisual de cuatro horas de duración un aspecto único que sea el que conmueve a todxs y por igual? 

No, es la respuesta que dictaría el sentido común más atolondrado. Pero ¿para qué nos vamos a atolondrar en días de aislamiento? con tanto tiempo para pensar… 

Bueno, a ver, pensemos. Para el caso puntual de esta miniserie, la respuesta a esa pregunta es: sí. Hay un rasgo común que conmueve a cada quien que la ve. Y podría añadirse a este razonamiento que aquel “rasgo común” es también el principal motor que motiva a las personas a ver la serie ni bien escuchan hablar sobre ella. Ese rasgo, la característica principal que “mueve” a la serie y motiva a las personas a verla es… el fin de la opresión cuando se consolida la liberación femenina.

Feministas, feministos, nada feministas, más o menos religiosos, ateos recalcitrantes, intelectuales, apasionadxs prisionerxs de sus sentimentalismos… cualquiera sea tu “filiación” en la vida, discutas como discutas las reglas de la distribución del capital en el planeta o reces o no reces cada día de tu vida, no podés negar por nada del mundo que hay algo que es irreversible: PODÉS VER LO INJUSTO E INTOLERABLE EN LA VIDA DE LA PROTAGONISTA DE LA SERIE.

Si la historia de Esther “Esty” Shapiro, la protagonista de la serie, fuera la de UN HOMBRE que quiere liberarse de su familia impuesta, QUIZÁS NO LA VERÍAS, porque esa historia – la de un tipo que es obligado a casarse y vivir según las reglas impuestas por su comunidad- es inverosímil, no existe ni existirá en la vida real. 

Si bien es cierto que para cada Esther Shapiro (o para cualquier mujer de una comunidad endogámica, en el medioevo u hoy mismo, esta tarde, esta misma noche) hay un marido “asignado”, obligado también a casarse con ESA y no otra mujer, nada cuesta reconocer que para esas personas –hombres- la posibilidad de renunciar a ese lazo matrimonial es total. Para la mujer no.

Con esta convención innegable a cuestas, que es de género, podemos concluir que todo el mundo mira “Poco ortodoxa” porque sabe lo que va a ver, lo reconoce, lo ha visto en “la vida real”. La historia de emancipación de esta adolescente obligada por su comunidad a “ser mujer” y a casarse por mandato (basada en los testimonios de una mujer real, por otro lado) es seductora desde su esencia misma. Luego vendrá la trama que se desanda en cuatro capítulos de una hora cada uno, y que desatará decenas de sub-temas que nos llegarán más o menos profundamente a cada quien mire. Pero lo central, repitamos, es esto: 

Todxs, en cualquier lugar del globo que nos encontremos, sabemos que la mujer es la potencial víctima permanente de la opresión patriarcal. 

Eso está aceptado universalmente, nadie se anima a negarlo, porque eso es lo que sucede a nuestro alrededor todo el tiempo. Para decirlo en términos periodísticos: el nudo central de la historia de “Poco ortodoxa” es una situación que está RECONTRA CHEQUEADA.

Bueno, ¿adónde estamos yendo con todo esto? ¿es este introito una perorata?... ¿será tan importante saber si todxs en el planeta reconocemos abiertamente que la mujer es una víctima de sojuzgamiento patriarcal? Sí, aunque suene algo básico, a un primer razonamiento lineal e insuficiente. Es importante siempre, porque genera la reacción necesaria para que algunas cosas cambien (las cosas no se cambian solas, eso ya lo sabemos) y más cuando ese reconocimiento –por más lineal y básico que sea- comienza a convertirse en un gran acto masivo, en un acontecimiento social global, como es el caso que se da con esta serie, que está entre las cinco más vistas vía streaming durante lo que va de esta cuarentena. Y no solo en nuestra región, sino en el planeta entero. Bueno, cuando este fenómeno masivo sucede, aquello que parecía apenas “básico” se convierte en algo esencial. Y eso pasa con esta serie.

Las sociedades del mundo –patriarcales, por supuesto- se la pueden pasar discutiendo en foros y redes sociales, a diario y a lo largo y ancho del planeta, hasta donde es que el patriarcado es algo “tangible” o “real” y no un invento de “los feminismos abortistas pagados por George Soros y la comunidad Illuminati”. Y eso pasa, eh. Las chispas de esta discusión un poco bizantina suelen volar por muros de Facebook y foros de artículos periodísticos ¿Quién de entre lxs lectorxs de este medio no ha participado al menos una vez, o siquiera leído, alguna de esas acaloradas discusiones? 

Por todo eso –y a riesgo de ser un poco redundantes- es esencial destacar, levantar y vindicar el motivo principal por el cual todxs llegamos ávidxs hasta la serie “Poco ortodoxa”: sabemos que la historia del martirio y sojuzgamiento de una mujer, la que se cuenta en esta ficción, es algo tan posible como concreto. Y la curiosidad de ir a ver cómo se resuelve esa tragedia, nos lleva a darle play al capítulo uno para devorarnos los otros tres con ansiedad.

Luego podemos hablar del resto de las “cosas” que ofrece esta ficción, de todo lo que dispara el visionado de las cuatro horas de excelente puesta que la miniserie trae consigo. 

Preguntas existenciales como “¿todo pensamiento religioso es sesgador en sí mismo?”, o “¿qué significa realmente emanciparse?”, o “¿hay posibilidad de reformular nuestros usos y creencias según la época en la que vivimos, o deberíamos tener un corpus férreo de ideas morales a las que aferrarnos?”, o la más picante de todas las preguntas que disparan los subtemas de la serie: “¿es el sionismo una idea racista o son racistas quienes hoy por hoy lo detentan?”. 

Todos esos subtemas están allí junto a otros que se abren en cada uno de los capítulos de la serie, pero jampas nos podemos correr ni un ápice de lo más importante de la trama, jamás podemos dejar de ver el camino de emancipación de Esther, la muchachita que está a punto de ser mujer, esa que alcanza a comprender que hay dentro de sí misma una persona a la que no se puede relegar, alguien que no puede ser sometida. 

¿Por qué? 

Porque nunca está ni estará bien someter, por más que la interpretación de las sagradas escrituras siembren esa iniciativa, o por más que los mandatos de “conservación del pueblo” así lo sugieran. Nunca estará bien someter o someterse. Y punto. 

Esta serie habla sobre eso, sobre el coraje de una mujer para no someterse a un mandato de anulación de su ser. Ese es su eje. Para que una premisa tan simple dure cuatro capítulos y nos deje más que satisfechos está de por medio la genialidad de la dupla conformada por Alexa Karolinski y Anna Winger, directora y guionistas de esta ficción, que se basaron en el diario íntimo –real- de Deborah Feldman, una muchacha que –al igual que Esty en la serie- debió romper lazos de sometimiento con su familia y su comunidad, un grupo de personas jasídicas, ultraortodoxas. 

Este camino de declaración fáctica de su propia libertad que se propone Esther es una de las cosas más difíciles que le puede tocar vivir a cualquier persona, porque para consumar algo así hay que irse, renunciar a todo lo que unx tiene, retirarse sin red, a riesgo de que la familia, la comunidad y el mismísimo Dios tomen represalias en contra de unx. El precio es alto, muy alto, pero la recompensa es inigualable. Eso, o morir marchitándose en una vida que no nos pertenece. Esther es la pequeña mujer que encara este trayecto titánico.

Sutil, simple, sin los golpes bajos y violentos que los realizadores norteamericanos están acostumbrados a usar sobrecargando sus producciones, esta miniserie es un verdadero regalo para un periodo tan especial como el que estamos viviendo, días en los que la introspección es más habitual que en otros tiempos. 

Mirar “Poco ortodoxa” es una oportunidad de lujo para definir puntos de vista personales sobre el tema central que toca esta ficción. Pues como el tema central no es poca cosa, lo que reflexionemos y definamos al terminar de verla, tampoco será menor. Si no la viste, vela.

Es todo en relación a la serie, pero no nos vayamos aún. Quisiera aprovechar la columna de esta semana y recomendarte tres productos artísticos similares a “Poco ortodoxa”, tres bellezas que están emparentadas en este camino de emancipación femenina. Uno es de hace veinte años, los otros dos fueron paridos durante las dos primeras décadas de este siglo. Los tres son bien pero bien MUJER.

Una película pionera

Era 1999, el último año de un siglo que se estaba yendo frente a la mirada boquiabierta de los humanos que veían como los paradigmas sociales globales se estaban transformando a velocidades trepidantes. El mundo del cine recuerda –o tal vez no tanto- una circunstancia saliente en aquella temporada de estrenos. Los jurados de los festivales internacionales de Venecia, New York y Beijing (Taipei) se movían más que incómodos en sus butacas. Había una película que los movilizaba y los ponía nerviosos. Muchos sintieron que fueron “engañados”. Las hermanas Jane y Anna Campion les habían traído hasta cada una de las competencias de esos festivales una supuesta “comedia dramática” llamada “Holy Smoke” (Humo Sagrado), protagonizada por la –por aquel entonces- súper estelar Kate Winslet y el pope de la actuación cinematográfica Harvey Keitel. 

Hasta allí todo bien. 

Sin embargo, esa sencilla comedia romántica era ni más ni menos que un potente caballo de troya en cuya panza hueca venía escondida la primera superproducción cinematográfica que (muchísimo más que en “La lección de piano”, el gran hitazo de las hermanas, con Oscars y todo, cuatro años antes) alzaba la voz para declarar rotundamente una cosa: 

El mundo de la imposición patriarcal y el sometimiento a las mujeres es poderoso e imperativo, sí, pero tiene los pies de barro y puede caer haciendo el más etrepitoso de los ruidos. 

Hoy esto “se puede” decir en cine, pero en 1999, el siglo pasado, ¿podían dos mujeres decir y mostrar todo esto en una intensa y conmovedora fábula cinematográfica disfrazada de comedia dramática? 

No.

Por eso los jurados y los críticos de casi todo el mundo (varones en un 90%) partieron como un queso a la película. Pero, como dijo el general: “la única verdad es la realidad”. Veintiún años después no hay más que darle play a este film para ver que lo que plasmaron las hermanas Campion en aquella película es tan real como atendible. 

“Holy Smoke” cuenta la historia de Ruth Barron (la Winslet, en su mejor papel) una muchacha australiana que hace un viaje de egresada junto a su amiga íntima a la India. Allí descubre que el hinduismo -tanto religión como filosofía- era el camino que ella misma quería seguir. No te espoileo mucho más. 

Sí voy a señalar y remarcar que esto que Ruth Barron quería para su vida -en el universo del film que inventaron las Campion- no era “algo posible” para una MUJER occidental. Probablemente en la vida real tampoco. Por eso, en la película, su familia enloquece y quiere “rescatarla” a toda costa. A ver: un hijo varón con vida monacal de retiro en la India es algo que se puede tolerar, pero una HIJA, no, porque si esto tan excéntrico u desconocido le pasa a “la nena”, seguro que es porque “ha sido engañada” con sucias argucias románticas y sexuales por algún gurú (hombre) demasiado astuto y pérfido. No hay otra posibilidad.  

Todo esto que te cuento, está plasmado con una belleza agridulce –como pocas veces contó el cine- en esta película de las Campion. ¿Y de qué juega Keitel en todo esto? me preguntarán lxs lectorxs que aún no vieron la película. Pues Harvey hace de P.J. Waters, un “profesional” especializado en “recuperar” a jóvenes que han sido “coptados” por pensamientos religiosos “totalitaristas” ¡A que ya mismo estás buscando la película!

No voy a espoilearte el final, no temas, pero solo te diré que la película pone las cosas en su lugar. Cuando el gigante patriarcal tiene los pies de barro tan frágiles -como los tiene en este escenario ficcional que plantearon las Campion- el ruido que hace al caer es bien pero bien ruidoso. Y bueno, a 20 años del estreno pienso que ese final fue lo que, prendió fuego de bronca a jurados y críticos en 1999. Es que la escena de la camioneta, con Ruth acariciando la cabeza de Waters mientras el sol cae para esconderse detrás de las bardas del desierto australiano es una verdadera patada a los dientes del patriarcado y - ¡encima! – es una de las más bellas que recuerdo haber visto en cine.

Gugleala, no es fácil de conseguir, pero se puede descargar de algunos sitios mediopiratines bien vale la pena. 

Puro poder femenino.

Nos vamos con Rosario

Para el final de la columna de esta semana te traigo dos productos artísticos creados por una de las más grandes cantautoras actuales de la Argentina: Rosario Bléfari.

Si no la conocés –puede pasar- no te sientas mal. Descubrirla es algo genial. 

Rosario es una gran cantautora, pero además es escritora y es actriz. 

La Bléfari es una marplatense que, desde la década del 90 del siglo pasado, se ha convertido en uno de los referentes más fuertes (si no la más emblemática) de la música rockera independiente argentina. Es una figura saliente en un territorio más machista que la mierda.

Todo lo que escribe Rosario es mujer. Al cien por cien. Su producción destaca en la misma línea de los dos audiovisuales que te mencionamos antes en esta nota, por eso la traemos para el final de este dossier, porque la línea que plantea Bléfari también nos cuenta que ser mujer muchas veces es complejo, otras duele, pero siempre empodera.  

No hay mucho para explicar en demasía en torno a las dos obras que voy a dejarte aquí de la Bléfari, porque –como ella misma dice en una de sus canciones-: “las ideas son vueltos perdidos que jamás quedan en los bolsillos” Prefiero que, sin tanto rodeo argumentativo, seas vos quien entre sin más a estas dos gemas de Rosario que voy a recomendarte.

La primera es un disco suyo, es del 2004, se llama “Estaciones”. Perfectos cuarenta y tres minutos y medio de canciones rock-pop es la mejor manera de definir este disco, con todo el acento puesto en su punto de vista, el “Blefariano”: puro femme power. 

A lo largo y ancho de la placa, Rosario puede ser la sirena pop que te deja reflexionando, como en “Cartas” (Las cartas quedaron de nuevo sin respuesta/ Irrecuperable voy a continuar/ Correr es no llegar y elijo continuar/ Este desorden superior/ Me parece que soy yo), o puede ser la casi-Patti-Smith que en “Vidrieras”, una bella canción punkie, te deja al borde de la duda existencial más metropolitana (No te importa que nadie te quiera/ Solo te interesa ver las vidrieras/ Un avión se pierde en las nubes/ Y tu cara en un reflejo cualquiera/ Debe ser un día muy especial/ Caminando por la ciudad). No hay c no enamorarse de este disco. Letra y música van casadas, anudadas sin posibilidad de desatarlas. Todo femeneidad empoderada, bello, puro, sutil y duro…

Y para terminar esta saga de recomendaciones, otra de Bléfari: su último libro de microrelatos (¿pequeños poemas en prosa?) titulado “Antes del Río”, editado en 2016 por Mansalva. Es muy fácil de conseguir, entrás a la web de la editorial, les escribís y te lo mandan. Si los envíos estuvieran suspendidos por la situación actual, de mil amores te sugerirán que hacer en esta coyuntura para poder hacerte de un ejemplar, físico o digital. Si todo eso se te complica, yo probaría mandándole un mensaje a Rosario en sus redes sociales. Suele atenderlas ella personalmente.

Sobre este pequeño y contundente libro dijo la poeta Roberta Lannamico: 

“Antes del río es un libro que se bebe de un solo sorbo, un fondo blanco tan pensante como emocional, cotidiano y profundo, que relampaguea en el alma del lector”

Y la Bléfari dijo de sí misma en Página12 durante las semanas de “estreno” de su libro en librerías:

“Sé que no tendré nunca la excelencia de quienes se dedican por completo a un lenguaje y lo dominan cada vez más. Pero bueno, ésa es mi resignación: algo se pierde, algo se entrega. No llegaré nunca a arrimarme siquiera a lo mejor, pero puedo decir que probé muchas de las cosas que quería probar aminando por la ciudad”

¿Cómo no adorar ese enfoque de humildad sincero? 

Antes de irnos, quiero contarte que las redes sociales más importantes (Facebook, Instagram y Twitter) no permiten que unx cuelgue la tapa del libro de Rosario en un posteo. Lo sé porque me pasó la semana pasada. Inmediatamente te dan de baja el posteo y te sancionan cortándote la posibilidad de interactuar y/o usar tu cuenta personal durante días.  

¿Cuál es “el problema”?... bueno, primero mirá la tapa y pensá:

Las tres principales redes sociales del planeta tienen reglamentos de uso, “leyes” internas de la empresa, que declaran a los desnudos femeninos (y los frontales masculinos) como violencia sexual. Podés hacer fanpages de odio racial, apologistas de Videla y el Terrorismo de Estado, contra los judíos, contra los gitanos, contra las dievrsidades; podés escribir en un foro que no está mal que alguien viole a unx menor de edad porque “lxs pibxs se lo buscan”; podés contar con detalles como lastimarías a alguien antes de matarlo, o imaginar la muerte de otro, con nombre y apellido, la más espantosa, palabra por palabra; podés desearle lo peor a la gente pobre. Todo eso podés. Pero un salto de libertad de Rosario no, eh ¡Ya sabemos lo terriblemente “peligroso” y “violento” que es un cuerpo de mujer si se presenta al desnudo! 

Esta reflexión sobre el desnudo re pulenta de la Bléfari, me hace retornar al principio más principio de la nota, el título. 

¿Es el título de la columna de esta semana medio pavo? No, no lo es, pero dejame que te lo contextualice: 

En los primeros días de 1983 Cynthia Ann Stephanie Lauper, más conocida en todo el planeta como Cindy Lauper, hizo que las radios del mundo entero explotaran con una canción simple, pegadiza y popera a más no poder. Una canción bien suya. Y no solo eso: también entró a las casas de las personas a través del tele, con un videoclip que aún hoy tiene millares de millones de vistas. 

Esa canción se llamaba (llama) “Las chicas solo quieren divertirse”, y con el simple y naive mensaje de liberación que el tema trae desde que arranca hasta que termina, enfocando la posibilidad de rebelarse y subvertir mandatos a través de un placer femenino casi adolescente (salir de joda, libres, sororas y femeninas) la Lauper la clavó en el ángulo escribiendo una canción que, cuarenta años después, sigue visibilizando que el patriarcado, por más que en este siglo se disfrace de ultramoderno, deconstruído, comprensivo, “aliado” y “tolerante”, le molesta la realización de la mujer, en todo los terrenos: el sentimental, el reflexivo, el concreto (en el escenario cotidiano del poder) o el de la satisfacción. 

Por eso el título de la nota: porque las cinco mujeres artistas que hemos traído a la columna (seis con Cindy), son verdaderas guerreras de este espíritu de liberación.

Finalmente: los hombres estamos pintados al óleo si no acompañamos la caída del patriarcado destruyéndolo. Las medias tintas de “aliados” ya no alcanzan. Pensemos y actuemos. Y san se acabó.

De “postre” de todo esto que reflexionamos juntxs, vaya un texto de la Bléfari, del ya mencionado “Antes del río”. 

Se llama “Misterio puro”, Leelo con atención, decime si no es bellísimo, ¡decime si exagero!:

“Un tiempo cero, pido, para llegar más lejos, para encontrar otra persona en la misma. Quiero tener yo también una gran profundidad disponible para mostrar y que no sepas nada de ella, ser un fondo baldío. Voy a derribar mi conocimiento previo sobre vos. No quiero saber más nada para aventurarme en tu infinito. ¿Llegará el día en que pueda terminar de desconocerte?, me imagino que sí, y que me despierto y ya no sé nada… ¡Hosanna! Ya sos un misterio puro para mí”.

29/07/2016

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