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Columnistas
27/12/2018

De la costilla de Adán al pañuelo verde

De la costilla de Adán al pañuelo verde | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

A los varones les han dicho que ejerzan su derecho y lo ejercen. Luego -y cada vez más-, les espera la cárcel. Son víctimas de la propia estupidez que les han inculcado. Y deben pagar con la cárcel su estupidez, pues cuando ésta viene en tándem con el perverso o el criminal, no queda más que la sanción penal. La peor, la más dura.

Juan Chaneton *

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Ayer la posverdad, hoy la sororidad. Neologismos acuñados al fragor de las turbulencias que nos depara el encrespado piélago de la globalización. 

Veamos. Sor Juana Inés, por ejemplo. Sor y "soeur" (hermana en francés) tienen la misma raíz; vienen del mismo lado. También "sister", que se les parece. Una sor es una hermana, una soeur, una sister. También existen, en castellano, "sóror" y "sororal". Todos ellos vocablos vinculados a la hermandad, a la fraternidad. Y ésta, la fraternidad, es, así lo dice la benemérita y nunca bien ponderada RAE, "unión y buena correspondencia entre hermanos o entre los que se tratan como tales". 

Y nadie, llegado este punto, puede dudar ni de las bondades de la etimología, ni de que las miembrAs del colectivo AA (Actrices Argentinas) se tratan como tales, como hermanas, en el caso, hermanas unidas por una causa, hermanas agredidas en algún punto del programa existencial y que, por eso, porque son agredidas y tienen que defenderse, han apelado a la sororidad -intensa, activa y militante- con la que rodearon de calor y solidaridad el drama personal de una de sus integrantes.

Los ecos mediáticos del suceso devenido espectáculo aún continúan generando posicionamientos y debates. Es natural que así sea pues, en rigor, se trata de un drama también social -tal vez eminentemente social- en tanto desborda más allá del dolor individual de una víctima para interrogar a toda la sociedad acerca de sus valores y de su presunta capacidad para, de cara al futuro, concebir sueños que arrojen algún rayo de luz -la luz de la esperanza- sobre la selva oscura de sus instintos y costumbres ancestralmente discriminadores y violentos.

Tiene múltiples aristas el asunto incorporado a la agenda pública con sonoridad propia de la sororidad con que las actrices se blindan a sí mismas para enfrentar la insolencia y la estupidez del homo eroticus supermacho, Lando Buzzanca dixit.

Lo central, así, del asunto, no son los excesos ni las insuficiencias. Lo central es la dimensión civilizatoria de un hecho que, exornado con los atavíos de una denuncia, en realidad planta un mojón a partir del cual la sociedad argentina habrá de recalcular sus equilibrios básicos soltando lastre, a babor y estribor, en pos de releer su historia y de afianzar valores humanos, demasiado humanos como para no obstinarse en defenderlos.

El cuerpo y la libertad han sido, en la Argentina, actores centrales de su reciente acontecer pretérito, aun cuando no tan pretérito como para que no se halle, todavía, incidiendo en su presente. El cuerpo y la libertad fueron carne y espíritu injuriados por dictaduras de una modernidad que ya es pasado. El cuerpo y la libertad se hallan, en esta posmodernidad hecha presente, en la mira de agresores diferentes en un punto: aquellos (los dictadores) eran sólo victimarios; éstos (los abusadores de hoy) lo son, y también son víctimas. Ningún violador trabaja para sí mismo ni halla réditos existenciales cuando son sus hijos los que deberán superar el dolor y la humillación que seguramente y sin ningún derecho les inferirá la sociedad carnívora soliviantada por el periodismo cloaca de este país.

Les han enseñado, a los varones, que la contextura física da derechos; ellos los ejercen en consonancia con una certeza que viene desde el fondo de los tiempos: la hembra es inferior al varón. No es bueno que el hombre esté solo. Y Jehová Dios, en su bondad infinita, le regaló... los animales. Sólo cuando Adán reclamó, el Padre celestial accedió: "... de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y trájola al hombre" (Gén., I-22).

En suma, si no hubiera sido por Dios y por el varón, la hembra no existiría. Debe su vida a ambos varones, porque Dios es masculino. ¿Cómo no concluir de aquí un derecho de dominio, posesión y tenencia sobre la mujer, mucho más cuando tal dislate viene remachado por siglos de moral judeocristiana administrada por los "AIES" (Aparatos Ideológicos del Estado) de la teología oficial judía, protestante y católica?

A ellos -a los varones- les han dicho que ejerzan su derecho y lo ejercen. Luego -y cada vez más-, les espera la cárcel. Son víctimas de la propia estupidez que les han inculcado. Y deben pagar con la cárcel su estupidez, pues cuando ésta viene en tándem con el perverso o el criminal, no queda más que la sanción penal. La peor, la más dura. 

Han plantado, tal vez, un mojón parteaguas las féminas de cara al futuro y al escenario global. Sin MeToo en Estados Unidos no hubiera habido @miracomonosponemos en la Argentina. Y sin este hashtag devenido trending topic no habría reverdecido en el ágora global una causa que atraviesa horizontalmente clases sociales y fronteras nacionales.

Pero, ¿qué es lo que le confiere densidad política al reclamo y por qué éste deviene bisagra histórica y qué lugar ocupa la reivindicación feminista en el programa antineoliberal de los trabajadores y de los pueblos? Buena pregunta.

Lo que ocurre con el feminismo hoy, en Latinoamérica y en el mundo, no es ajeno a la política; y esto debe entenderse en el sentido de que lo que ocurre no es ajeno a los efectos culturales de la globalización, cuya ideología incluye una exigencia de olvido (el pasado nada tiene que decirnos) y una renuncia a la esperanza (el futuro será idéntico al presente). Pues la globalización también ha sido decodificada en clave neoconservadora. Son los textos de Fukuyama, Huntington, Rifkin, etcétera que, en lo sustancial, coinciden en ese punto: han desaparecido el tiempo y se ha esfumado la historia, y nada puede hacerse contra eso. Resignarse a convivir con esa espantosa oquedad existencial, esa es la propuesta.

Pero, lejos de la resignación, sabemos que no habrá feminismo políticamente eficaz si prescindimos de Clara Zetkin, de Alejandra Kollontai y de Rosa Luxemburgo, es decir, si no anclamos nuestra exigencia en su legado. Tampoco lo habrá si no sabemos qué nos están susurrando al oído aquellas sufragistas y docentes que hicieron punta en la demanda en la Argentina y en Latinoamérica: Cecilia Grierson, Julieta Lanteri y otras de similar calado espiritual.

Lo esencial en las primeras es que unen feminismo y socialismo, es decir, la convicción de que el programa feminista sólo tendrá principio de ejecución si, simultáneamente, se acomete la tarea política de organizar la sociedad bajo premisas anticapitalistas. Son inescindibles ambas luchas; y es el tipo de poder y, por ende, el tipo de Estado, lo que importa.

Las segundas fueron, en el caso de Grierson, abanderada y pionera en contra de esa masculinidad al palo que impedía a las mujeres estudiar medicina (ella fue la primera médica argentina y latinoamericana); y Lanteri votó el 26 de noviembre de 1911 y fue candidata compitiendo por una banca al Congreso Nacional en 1919. Dio la vida por su lucha en favor del sufragio femenino: el 26 de febrero de 1932 (el fascismo era gobierno en la Argentina) un auto la atropelló a metros de Diagonal y Florida. El asesino fue David Klapenbach, miembro de la Liga Patriótica Argentina, con esa marca nada hay que agregar.

Y aunque del pasado no se hable ni su quid divinum se conozca, el pasado está presente en el reclamo feminista, aquí y en el mundo. No hubo masividad en la denuncia que el colectivo AA formuló en Buenos Aires el pasado 10 de diciembre. Hubo trascendencia en la prensa y en las redes, pues eran las actrices las que denunciaban y no las archirrevisitadas mujeres de barriadas condenadas a cien años de soledad que habitan el conurbano bonaerense, donde la violación, el abuso, el hambre, la insegura navidad próxima o ya pasada y la necesidad de vender el cuerpo para comer, es el modo de vida naturalizado por la costumbre y por el temor a la policía, que garantiza con su presencia que nada se salga de madre y que todo siga igual para esas madres que no han sido violadas una vez sino una y mil veces, y no sólo por el perverso de turno sino también por el político que engaña y por los "patanegras" que participan del negocio del sexo y de la droga.  El pueblo llama patanegras a la policía de la provincia de Buenos Aires.

Aun así, hay un antes y un después de la denuncia de AA y ello se ha de deber, sin duda, a que el dolor de la humillación atraviesa el mejor acero templado de la pertenencia a clases sociales distintas y les duele a todos y a todas por igual. 

Thelma Fardín ha tenido un algo evocativo de hiperdulía en esa imagen difundida por los medios. Algo de theotokós, de "portadora de Dios", como predicaba el obispo Cirilo desde el 420 en adelante cuando el emperador romano era Teodosio II y el Papa Celestino I. 

Pero esa imagen es sólo trampa de los medios. Ella no es víctima de nadie ni de nada. Quien se la cruce mañana por la calle no se cruzará con ninguna víctima, sino con una mujer, con una mujer hecha y derecha a pesar de los contratiempos de la vida, y quien persista e insista en llamarla víctima sólo será el eco de los medios que son los que baten, de la noche a la mañana, el parche de la descalificación disimulada: es machista el mensaje de los medios, porque si la violada sigue siendo víctima y no mujer, el violador ha ganado la partida. Ella sigue siendo ella-mujer-entera a pesar del violador y contra la voluntad del violador.

Pero, entrémosle de lleno al fondo del asunto. No contamos en nuestra mínima escarcela con ninguna explicación de lo sucedido que no sea la que nos brinda la política. Al parecer, la política todo lo puede. La política en sentido griego. La política como paideia.

Lo que está enfermo y habita como fondo del asunto es la legitimación de la pareja única, por siempre y heterosexual como único modelo moralmente válido y socialmente aceptable. La familia y el matrimonio ya no son hoy lo que eran hace medio siglo. Todo está mutando. Pero es esta mutación la que instituye un desfasaje que al sistema social total le resulta problemático asimilar: un nivel -el de la ideología- evoluciona más rápido que el otro -el de la economía- que instaura la convivencia conflictiva de la pobreza y la riqueza. 

El desfasaje cobra vida del siguiente modo. La esfera de la cultura sexual y afectiva presiona por más libertad y obtiene esa libertad, en forma paulatina pero constante, desde hace medio siglo. Los códigos culturales y las leyes, paulatinamente, van siendo otros. Lo prohibido cede terreno ante la libertad. Pero, a la vez, la esfera económica de la sociedad exige menos y menos libertad para afianzarse como tal esfera económica, es decir, para consagrar como intangible e inmodificable el núcleo mismo de esa esfera económica: la diferencia de propiedad entre ricos y pobres.

La represión instintiva y de alta intensidad que reclama la protesta social contra un sistema concentrado de propiedad, contrasta con los inauditos (y bienhechores) márgenes de libertad y apoyo a su demanda que obtienen de la sociedad y del Estado los colectivos feministas. Éstos, sin proponérselo explícitamente, absolutizan -de modo benéfico, por cierto- el valor libertad (sobre el cuerpo, sobre las opciones sexuales, sobre el rol social, etcétera), y lo que para el Estado es materia de concesión en el plano cultural (más libertad), deviene inaceptable en la calle cuando lo que está en juego es la rebelión social y cómo enfrentarla. 

Es éste el desfasaje que al sistema social total le resulta problemático asimilar. Ocurre en todo el mundo y es parte del malestar en la globalización. En el siglo XX no había ese malestar; o aguardaba su turno en estado de latencia. No porque no hubiera desigualdad material y pobreza extrema, sino porque, aun habiéndolas, el machismo aplastaba al feminismo. Faltaba uno de los polos de la contradicción. Hoy, cuando se ha conformado el feminismo como actor social ineludible, las cosas comienzan a ser de otro modo.

Correr al varón del rol dominador y violento para el que el sistema de propiedad lo ha  cualificado implica no, por cierto, debilitar su masculinidad, pero sí, en cambio, ello tendrá consecuencias que exorbitan la dimensión de la relación hombre-mujer dentro del matrimonio para derramarse por fuera de esta institución incidiendo también en la concepción del tipo de pareja que garantiza mejor la libertad y el amor: si una heterosexual querida y consentida por ambos o una igualmente heterosexual pero, más que deseada, impuesta y mantenida en el tiempo por los códigos culturales y/o la conveniencia y el "cálculo económico". 

El reclamo feminista por la igualdad deviene exigencia absoluta de libertad. Libertad para concebir el amor y cómo expresarlo. Esa es su implicancia. Y su valor. Eso es lo que torna a la demanda feminista una demanda corrosiva y políticamente radical. Si la mujer va a ser igual al varón, entonces a la igualdad y a la libertad ya no habrá cómo detenerlas; y ya no será una igualdad y una libertad limitada al género; irá más allá -tiende a ir más allá- esa demanda feminista, para involucrar la igualdad en el plano del disfrute para todos de todos los bienes, y esta demanda abandona el género para ingresar, de modo mucho más nítido, en la política.

La radicalidad del feminismo exorbita en direcciones diversas. El reclamo de igualdad que plantea el feminismo es incompatible con la institución matrimonial que surge de la narrativa bíblica. Lo cual prueba la inactualidad de ese modelo de matrimonio y no, por cierto, la de los colectivos feministas, cuyo aporte al acervo espiritual y material de la sociedad es un aporte que tiene a la humanidad como destinatario y beneficiario, pues ese aporte es una nueva dimensión de la libertad. No son temas ni problemas que vayan a resolverse en la elección que viene. Pero son temas que viven en el mundo en estado de latencia y que, poco a poco, se van desplegando a lo largo del tiempo y en el seno de la materialidad del proceso histórico.

El reclamo de igualdad de las mujeres requiere, para su realización plena, un formato de convivencia diferente al del matrimonio como sacramento (éstos son siete según el oficialismo teológico de Roma). Nada de eso es querido por el colectivo feminista, pero se trata de consecuencias sociales, culturales y, en última instancia, políticas que van más allá de su conciencia y que emergen de su práctica social y que están llamadas a manifestarse, esas consecuencias, en el futuro, toda vez que la materialidad del proceso histórico fluye en movimiento perpetuo hacia adelante, como fluye el tiempo.

Es en la familia y en el matrimonio donde comienza el proceso de naturalización del machismo que, desde luego, desborda esos marcos y vive en toda la sociedad como un imaginario intangible pero eficaz para disparar la violencia en pos del sometimiento de lo femenino. Pero, una vez develado ese vínculo, hay que enunciar el formato político propiamente dicho de esa constatación, esto es, que el poder político es político porque gestiona un orden donde la familia, el matrimonio y la escuela juegan un rol reproductor de la ideología y, consecuentemente con ello,  también tutela, ese poder político, el orden reproductor del formato familiar y matrimonial que son los ámbitos de sujetación social por excelencia y de aprendizaje de conductas adaptativas.

El colectivo AA en particular y el movimiento feminista en general -de aquí y del mundo- no quiere esto y tal vez nada sepa de esto, pero su reivindicación está llamada a permear, paulatinamente, la conciencia de la sociedad en dirección a un orden social donde sus instituciones básicas pierdan, poco a poco, la solidez del pasado.

 Ocurre con ellas, con las mujeres militantes, lo que ocurría con las antiguas herejías, por caso, con la de Arrio y el arrianismo. Arrio no tenía, en principio, objeción alguna a la Trinidad. Pero decía que el Padre era anterior en el tiempo al Hijo, o que éste era posterior a aquél. Lo suyo era puro sentido común. Pero no se daba cuenta de las implicancias políticas de su mirada. Que el Hijo dependa del Padre es negarle su carácter idénticamente divino igual que el Padre. Podrá ser o tener algo de divino, pero si no es, como el Padre, una divinidad una, única, total e independiente, estamos ante una divinidad distinta por menguada. Y una divinidad menguada puede comenzar el camino de retorno desde el Cristo que inventó Pablo al Jesús histórico, que era pura naturaleza humana sin nada de divino. Y así, el origen de la Iglesia sería humano, no divino, con lo cual quedaba equiparada a los musulmanes o a cualquier otra religión, que no reclaman para sí provenir de ningún Dios encarnado sino de un hombre, el profeta, que lo único que hizo fue transmitir el mensaje de la divinidad (de Alá, en el caso del Islam). Que Roma haya aceptado ser una más entre otras religiones humanas es un dato reciente, pero sus pretensiones de universalidad y exclusividad vienen de aquellos terribles y oscuros años en que la dignidad papal se expresaba en truhanes como Pedro el Tartamudo o Timoteo el Gato.

Como aquel heresiarca de Alejandría, las mujeres actuales, cuando reclaman libertad, no caen en la cuenta de que esa libertad que exigen es irrealizable en el marco de la "organización", pero como es también inatacable desde el punto de vista de la justicia y de la moral, ello las torna -a ellas y a su reclamo- radicales hasta la abominación y objeto de alertas tempranas en los sensores ideológicos sistémicos cuya tarea es anticiparse a seísmos y catástrofes.

No obstante, la superación radical de la subalternización femenina sólo sobrevendrá al cabo de un proceso en el que la clase y no el género sea la que inscriba a la mujer en el registro político. Esto es así porque el género (al igual que la raza) remite a un tipo de contradicción y la clase a otro. 

A nadie se le ocurre decir "las mujeres al poder". Como es imposible pensar un Estado que exprese, en primer lugar, a las mujeres; o, de otro modo, como el programa del género puede realizarse -en lo formal- mediante legislación avanzada, la energía revolucionaria del género queda circunscripta a lo puramente progresista.

Con la clase no ocurre lo mismo, porque el reclamo esencial de la clase remite a la contradicción capital-trabajo, y esta contradicción no se resuelve con legislación avanzada: su superación deviene, así, parte del programa revolucionario, no del programa progresista.

Cierra la vida el capítulo del año 2018. Apenas un suspiro en el ser-en-sí del infinito cósmico. El saldo es promisorio para ellas y, por ende, para nosotros todos. No han pisado -ni lo harán- el umbral del heroísmo, porque la única victoria posible para los héroes es su derrota y las feministas argentinas y del mundo no sólo no saben nada de derrotas sino que están comenzando a andar en pos de una vida libre que se realizará en el futuro pero que ya hace libres a las que desafían el orden masculino desde la altiva condición femenina: no al acoso, sí al aborto, es un programa posible. Aunque habrá quienes digan ni lo uno ni lo otro. Es su derecho. El debate está abierto.

Des-instituir y des-instaurar el mandato de sumisión es el comienzo de algo nuevo y de derivaciones insospechadas pero benéficas, en tanto siempre serán derivaciones hacia territorios de libertad, creatividad e imaginación, que es lo que le viene faltando al campo progresista. Y audacia para pensar más allá del programa moral judeocristiano, lo que no significa pensar en contra de religión alguna sino a favor de todas.



(*) Abogado, periodista, escritor.
29/07/2016

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